Ignasi Vidal presenta ‘Roca Negra’: «Un padre, una hija y las cosas que nunca se dijeron»
Ignasi Vidal (Barcelona, 1973) lo ha vuelto a hacer. Actor, cantante y dramaturgo, acaba de presentar su última pieza teatral, ‘Roca Negra’ (Editorial Acto Primero), en la librería Ocho y Medio de Madrid, flanqueado por Ramón J. Márquez ‘Ramoncín’ y Víctor Conde. Un texto al que le hacen falta abrazos, como a la vida, aunque nunca es tarde.
Vidal, un niño criado entre las cajas de un teatro que creció leyendo con avidez en los ratos libres de su preparación para actor y desarrollando una tremenda voz de tenor con la que completar todos los palos de la interpretación, devino en dramaturgo de tantas funciones que había acumulado en su memoria. Se le rebosaba de ideas, de necesidad de ponerlas en orden, de problemas existenciales que plasmar sobre las tablas a través de vidas cotidianas y, sobre todo, de relaciones humanas.
Ramón, cantante, escritor y compositor, y Víctor, director de escena y (ahora también) autor teatral, estaban al lado de Vidal en calidad de amigos autorizados, es decir, con autoridad. Ramoncín «fue mi primer ídolo, mi primera inspiración… en uno de mis primeros conciertos tuve que engañar a un guardia de seguridad porque había logrado colarme en los camerinos, y allí me lo encontré de sopetón», cuenta el autor. «Ese tío, lo que decía en el escenario, y cómo lo hacía, era auténtico… y mira, en lugar de mandarme a paseo, me atendió con unas risas por mi aventura».
En el caso de Conde, la amistad con Vidal nació de dirigirlo en varios montajes, entre ellos el musical de ‘Los Miserables’, en el que el todavía actor daba vida a un Javert poderoso en su determinación y trágico en su dolor. «Me rompió el corazón Ignasi cuando leí su primer libreto, ‘El plan’… ya no era mi amigo, era un dramaturgo que viajaba a mundos íntimos y los llenaba de magníficos giros de guión».
Son las suyas amistades interesadas. Es decir, nacidas del interés mutuo por aprender y exprimir. Desde que Shakespeare alcanzó la gloria eterna reescribiendo la vieja historia nórdica de Hamlet, nadie puede culpar a un artista por tomar de aquí y de allá. Y es que si de Ramoncín aprendió el porte arrojado y el carácter indómito, del trabajo de Víctor Conde también rapiñó Vidal, observador, para convertirse en el autor que es hoy. En la presentación de la obra quedó claro que la de Vidal con uno y otro son dos relaciones parásitas de ida y vuelta.
El teatro, el arte, es hallar el vehículo adecuado para que el mensaje cale en el espectador: sólo los iniciados recuerdan que el bardo inglés no inventó la historia del príncipe danés, y sólo quien fue a la presentación de ‘Roca Negra’ se enteró de que la «envidia» de Víctor Conde al ver que su discípulo daba el salto y estrenaba más textos propios, como ‘Dignidad’ y ‘El cíclope’ en los prestigiosos teatros del Canal de Madrid lo ha impulsado a su vez a pasar de director a autor teatral.
«Siempre pude consultar a Víctor, le mandaba mis textos, y le preguntaba qué le parecían», cuenta Vidal desde el sofá que los acomodaba en la Ocho y medio. «Para mí, escribir es un proceso algo angustioso, porque no sé bien cómo va acabar la historia que empiezo, así que los propios personajes tampoco saben adónde van… creo que eso se plasma en mis textos».
De hecho, ‘Roca Negra’ es una especie de laberinto con puertas tapiadas en el que dos personajes —padre maduro e hija frisando los 40— se topan con esa conversación íntima que siempre han evitado. Y acaban por explicarse a sí mismos a base de arrojarse reproches y desentrañar algunos secretos de autoengaño piadoso.
«Se van a decir cosas que nunca se dijeron», explica Vidal de ambos personajes, que son escritores y, sin embargo, han tardado mucho en hacer brotar las palabras que les hacían falta para cuidarse mutuamente. «De alguna manera, un padre siempre es torpe, pero llega un momento en el que debe descargar de culpas la mochila de su hijo», concluye Vidal, «eres libre, no mereces cargar con mis errores».
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