“Pecadoras” de Victoria Román

Los hombres sucumbieron a sus encantos, pero sobre todo a su inteligencia

Los hombres sucumbieron a sus encantos, pero sobre todo a su inteligencia
Friné se dispone a bañarse en la playa de Eleusis. 1889. Henryk Siemiradzki.

Nunca el Kamasutra fue de tanto aprovecho. Algunas de sus 100 posiciones ayudaron a no pocas mujeres a sobrevivir o a triunfar. Todas ellas comprendieron el poder de la sexualidad y ya fuera adiestradas por avispados proxenetas o descubriendo por ellas mismas los secretos del placer se hicieron auténticas maestras del “climax”.

Entre sus amantes hubo reyes, papas, asesinos y productores de cine. Hicieron de las sábanas su mejor arma. De su cuerpo el medio para lograr un fin. Los hombres sucumbieron a sus encantos, pero sobre todo a su inteligencia. Las protagonistas de “Pecadoras” de Ediciones Casiopea y escrito por la periodista Victoria Román.

Pero, además, “Pecadoras” ahonda en las injusticias contra aquellas que cargaron con el estigma del pecado y fueron marcadas sin haber cometido más falta que intentar ser libres o sobrevivir del único modo a su alcance. Y mujeres también que, «simplemente vivieron de acuerdo a sus deseos sin poner freno a sus apetencias ni a su libertad para elegir cómo y con quién compartían sus camas ni hacia dónde dirigían sus pasos». “Pecadoras” recorre sus vidas desde la antigüedad hasta nuestros días.

Sally Salisbury: pecadora por necesidad

Es justo lo que ocurrió con esta inglesa nacida en torno a 1690 siendo hija de un modesto albañil. De niña solo aspiraba a ganarse el pan como costurera, trabajo que no pudo mantener porque la echaron a la calle tras ser acusada de robar una valiosa pieza de encaje.  Sarah se vio empujada así, como muchos niños entonces, sobrevivir como pudo en el mísero barrio de St. Giles vendiendo lo que podía, incluso su cuerpo infantil.

Aprendió pronto a ganar un dinero ofreciendo un rato de sexo a cambio de media corona. Lo estuvo haciendo hasta que uno de los más notorios libertinos del barrio, violador y pederasta a ojos actuales, la convirtió en su amante. Y lo fue solo mientras duró la pubertad ya que sin ningún escrúpulo la abandonó a su suerte al cumplir los catorce años.  Entonces no tuvo ya más opciones que acabar trabajando para una alcahueta que la incluyó entre sus chicas en el burdel que regentaba en Covent Garden. Así arranca la historia de la mujer que tuvo como amantes y protectores a los hombres más poderosos de la nobleza británica y que acabaría muriendo en la cárcel víctima de una fiebre cerebral provocada por la sífilis.

La Bella Otero

La Belle Époque tuvo una estrella realmente española, aunque algo fantasiosa a la hora de disfrazar sus orígenes. Porque española, gallega para más señas, sí que era, pero ni fue hija de un oficial griego ni sus comienzos fueron tal como los relató. Con poco más de diez años vivió un hecho que marcaría su vida y que trató de silenciar siempre. Un vecino de su aldea, un zapatero remendón, la violó salvajemente tras asaltarla en un camino y arrastrarla a un pinar. Con la pelvis destrozada por unos desgarros que casi la dejaron estéril y obligaron a internarla en un hospital, quedó herida para siempre. Pero sobre todo, arrastró el estigma de la violación, de la que algunos vecinos llegaron a culparla, por provocativa.

La culpa la bloquearía emocionalmente en sus relaciones futuras y quizás la empujó a tomar el camino que siguió. Su carrera de bailarina estuvo sembrada de amoríos y un aborto a manos de una curandera que la imposibilitó ser madre de nuevo. Los hombres se rindieron a su sensualidad y al sexo que rezumaba. Su exotismo la llevó a triunfar en el Folies Bergére y en los Estados Unidos. Fue una emperatriz en las sábanas y triunfó con los hombres más prominentes de la época.

La reina de Montparnasse: Kiki

Fue la modelo y musa de los pintores y escritores franceses de principios del siglo XX. Hija de la miseria, solo su voluntad y su instinto de supervivencia la sacaron de la existencia gris a la que parecía abocada. Era bella y osada, y bordeando siempre la prostitución halló en los bulliciosos cafés de Montmartre, entre aquellos artistas a menudo con tanta hambre como ella, el lugar donde pasar la mayor parte de su tiempo.

Fue, después de que su madre la echara de casa al sorprenderla, siendo menor de edad, posando desnuda para uno de ellos, que su modus vivendi consistió en posar a cambio de comida o, más a menudo, bebida, mostrando los pechos por tres francos o cantando temas eróticos en los cabarés, sin vergüenza ni pena, como ella reconoció, feliz de hacer lo que quería y con quien quería.

Man Ray fue uno de los que sucumbió a su hechizo durante ocho pasionales años. También conoció a otros ilustres del momento como Ezra Pound, Tristan Tzara o Jean Cocteau, y se relacionó en aquel ambiente bohemio con Hemingway, Gertrude Stein, André Breton, Paul Elouard o Max Ernst. La acabaron coronando “reina de Montparnasse”, a los veintiocho años, en una gran fiesta con procesión callejera y mucho alcohol en las venas.

La II Guerra Mundial acabó con todo aquello y la musa de la vanguardia dejó París con la ocupación nazi. Sus últimos años los pasó vendiendo zapatos por la calle y cantando en los bares por unas monedas. Adicta al alcohol y las drogas murió a los 52 años, fulminada ante la puerta de su apartamento en el centro de Montparnasse, corazón de su antiguo reino.

Favorita de reyes y príncipes

Hubo adaptaciones cinematográficas de las vidas de algunas de estas pecadoras. Ava Gardner encarnó en el western El juez de la horca a Lillie Langtry. De entre todas las amantes del heredero al trono británico destaca esta vividora a la que apodaron “el Lirio de Jersey”. Fue una de las primeras socialite de la Historia, una precursora de las estrellas de Hollywood, y una de las primeras “queridas” en tener una carrera artística a la que acudir cuando las relaciones tocaban a su fin. Un modo de sobrevivir o de lo que hoy llamaríamos reinventarse. El Príncipe de Gales, Bertie en su entorno más cercano, mujeriego empedernido pese a estar casado y con media docena de hijos se volvió loco de amor y no dudó en presentarla a su madre la reina Victoria.

Lillie debutó en sociedad durante una cena causando sensación entre los suntuosos vestidos y aparatosas joyas de las invitadas, sin ninguna alhaja y con un sobrio vestido negro. Un toque de discreta elegancia que sería su marca personal. Fue, siguiendo el consejo de su amigo Oscar Wilde que probó fortuna en los escenarios valiéndose de su porte y de su fama de “mujer fatal”. Triunfó en América con su encanto, al tiempo que coleccionó conquistas y abrió su propio teatro en Londres. Hizo de su capa un sayo, gracias a comprender que las sábanas fueron siempre sus mejores consejeras.

Icono de la moda y una de las mujeres más bellas de la Belle Époque

A los catorce años ya actuaba como bailarina en el prostíbulo de su madre. Dos años más tarde se procuró su primer amante y protector, un banquero propietario del periódico Le Matin Decidida a ser actriz, Genevieve Lantelme debutó en las tablas gracias a su primer amante, lo que le llevó a descubrir desde muy joven que podía servirse de los hombres para triunfar. El éxito la hizo famosa copando las portadas de las principales revistas, tanto en Europa como en América.

Convertida en un icono de moda, sobre todo por sus anillos de perlas y voluminosos sombreros, trabajó para los principales estilistas mientras las mujeres del momento trataban de imitarla. Coleccionó amores y sedujo como muy pocas hasta casarse con un magnate.

Dos años después de contraer matrimonio, falleció a los veintiocho años en extrañas circunstancias, ahogada en el Rin una noche, cuando navegaba en un yate junto a su marido y unos amigos. Aunque se declaró muerte accidental por una caída desde la cubierta bajo los efectos del champán, la rumorología barajó un suicidio y hasta un posible asesinato orquestado por el celoso marido.

Divas de Hollywood

Demasiado larga sería la relación de todas las películas que han tenido a todo tipo de meretrices como protagonistas, en lo que se refiere a los personajes, porque también la prostitución ha estado en los orígenes de muchas de las intérpretes. Sobre todo de las que no alcanzaron la fama pero que se movían en esos ambientes tratando de lograr un papel o que caían en ello cuando renunciaban a su sueño de gloria. Otras que sí llegaron al estrellato cargaron con el estigma de la sospecha de un pasado oscuro relacionado con la prostitución, desde Jean Harlow a Marilyn Monroe, pasando por Joan Crawford.

Pero en estos casos, como en los de aquellas que quedaron en la cuneta, hay que situarse en el acoso y abuso que muchos poderosos del cine llegaron a ejercer sobre las jóvenes aspirantes a actriz. Hasta hace bien poco fue una norma aceptada prestar favores sexuales a cambio de promoción y contratos, como un peaje en el camino del éxito. Hasta que el escándalo de Harvey Weinstein vino a destapar lo que ya se intuía, desatando un movimiento de rechazo con el Me Too.

A día de hoy, la prostitución en torno al mundo del cine ya casi no es noticia y no precisamente porque haya desaparecido. De momento, la única que ha reconocido su oficio es Josephine Gillan, asegurando además que le sirvió para su personaje en Juego de Tronos. Con toda la naturalidad y sin complejos.

En cualquier caso, como afirma Victoria Román al final de su libro donde recoge más de 30 historias: «La mayoría de estas mujeres utilizaron el sexo y la seducción para progresar en sus vidas. Bien podríamos concluir, recordando a dos premios Nobel, que salvo trágicas excepciones las mujeres que aquí figuran estarían más cerca de las bellas durmientes de Kawabata que de las putas tristes de García Márquez».

Victoria Román (Sevilla 1965), trabaja desde hace 30 años en los informativos en Canal Sur Radio, así como en la sección cultural y en programas como «El Público» o «Es la vida». Presenta y lidera el espacio «La cultura en RAI» (Canal Sur) y colabora en presentaciones de libros y en la comunidad «Mujeres valientes», realizando reseñas literarias. Este es su primer libro. Todo el contenido de este artículo está sacado de él.

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