Centenario de Eduardo Chillida: de portero de fútbol cerca de fichar por el Real Madrid a escultor
Una lesión en la rodilla a los 19 años le apartó del mundo del fútbol cuando estaba cerca de fichar por el Real Madrid
Nacido el 10 de enero de 1924, cuando se cumplen cien años de aquella fecha, un completo programa de exposiciones, publicaciones y actividades educativas homenajearán a uno de nuestros artistas más importantes y con mayor proyección internacional.
Una lesión en la rodilla a los 19 años le apartó del mundo del fútbol cuando estaba cerca de fichar por el Real Madrid. Eduardo Chillida fue jugador de la Real Sociedad, su agilidad para saltar sobre el balón le había valido el apodo de ‘el gato’.
De portero a escultor
De portero a escultor, Eduardo Chillida solía decir que no existían apenas diferencias entre uno u otro oficio. A fin de cuentas, señalaba, para ser buenos en lo suyo, ambos debían desarrollar la capacidad de controlar el espacio y el tiempo. Oriundo de San Sebastián, desde muy temprana edad Chillida se sintió atraído por las olas que rompían en la mar. Dicen que fue entonces cuando descubrió las posibilidades del viento, que más tarde inmortalizaría con una de sus más emblemáticas obras, el Peine del viento XV (1976), como un homenaje a su ciudad. Aquel fue también el inicio de una relación muy particular con el entorno y sus raíces.
Espíritu inquieto, tras su paso frustrado por el mundo del fútbol, en 1943 se matriculó en Arquitectura, carrera que abandonó en 1947 para ingresar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. ‘Arquitecto del vacío’, como él mismo se llegó a autodenominar, a Chillida se le daba tan bien el dibujo que pronto se aburrió de su propio talento y, a pesar de ser diestro, empezó a dibujar con la mano izquierda. El problema, decía, no era la mano, sino saber que “la facilidad puede ser un peligro”. Un mantra que a lo largo de su vida le permitiría experimentar con el viento y el vacío e incluso desafiar a las leyes de la gravedad, como se aprecia en su monumento a Düsseldorf, Rumor de límites IX (1971), construido frente al rascacielos Thyssen de la ciudad alemana.
La beca en París
En 1948, recibió una beca y se trasladó a París, donde conoció al artista Pablo Palazuelo y comenzó su actividad artística. Influenciado por la Grecia arcaica, realizó sus primeras esculturas figurativas en yeso (1948-1949), por las que recibió un temprano reconocimiento que culminó con su exposición en el mítico Salón de mayo de París. Fruto de aquella época de aprendizaje y experimentación fue también su figura en bronce, Torso, que más tarde fue colocada en el donostiarra monte Urgull.
Sin embargo, en 1950 Chillida sufrió una crisis artística y abandonó la capital francesa para volver a casa. Ese mismo año se casó con Pilar Belzunce, con quien tendría 8 hijos a lo largo de su vida. La segunda mitad del siglo XX traería, además, un hallazgo determinante para la trayectoria del escultor. Atraído por el sonido de una fragua próxima a su casa en Hernani, Chillida descubrió de la mano de un herrero el hierro de verdad por primera vez, de una manera que nunca antes había visto en los museos o galerías que había frecuentado.
Empleado a fondo con este material, el contacto de nuevo con su tierra supuso, además, el inicio de una obra marcada por un lenguaje más personal. Así nació Ilarik, su primera escultura abstracta, en conexión con las estelas funerarias. En 1954 celebró su primera individual en la Librería Clan de Madrid, a la que seguiría una colectiva en la prestigiosa galería Maeght dedicada a artistas emergentes, donde figuró como uno de los artistas más jóvenes junto a Chagall, Miró, Calder o Giacometti. Ese mismo año recibió su primer gran encargo público, las puertas de la Basílica de Aránzazu, una superproducción de planchas metálicas de formas geométricas a modo de collage, confeccionadas a partir de piezas de chatarra rescatadas del puerto de Zumaia y de hierro pudelado de la forja de Legazpi. Sería la primera de las muchas obras públicas que Chillida realizó a lo largo de su vida.
Constructor de espacios, consciente de la fuerza estética del espacio público como elemento artístico y como lugar de encuentro para el diálogo y la convivencia, Chillida fusionó a menudo escultura y arquitectura con el paisaje, hasta repartir más de 40 esculturas públicas por el paisaje urbano de varias ciudades del mundo, entre las que se incluyen Berlín, Frankfurt, Helsinki, Dallas o Washington.
Fruto de un lenguaje universal indagó en la forma en que las esculturas se comunicaban con el espacio y el vacío, el límite o la escala, la naturaleza, el mar o la tierra. El trabajo de Chillida comenzó muy pronto a ser reconocido con premios como el Graham Foundation Award en Chicago (1958), el Gran Premio Internacional de Escultura de la Bienal de Venecia, el Premio Kandinsky (1960) o el Wilhelm Lehmbruck (1966)
Sus obras públicas
En 1966, su proyección era tal que el Museo de Arte de Houston le encargó una pieza que interactuara con la parte ajardinada del exterior. Realizada a partir de tres bloques de granito, Abesti Gogorra V era la culminación de una serie cuyas esculturas anteriores habían sido elaboradas todas en madera. También en la misma época, en 1969 y en acero inoxidable, Chillida concluyó su serie Alrededor del vacío V para el edificio del Banco Mundial en Washington, donde se planteaba uno de sus leitmotivs, el espacio en sí mismo.
Siempre a favor de la búsqueda de espacios comunes y de diálogo, en la década de los 70, el escultor comenzó su conjunto Lugar de encuentros, compuesto de siete esculturas distribuidas a lo largo de la geografía española. Con una evidente presencia en la capital -en Madrid son varias las piezas de esta serie que se exhiben-, en 1972, culminó su primera pieza en hormigón Lugar de encuentro III, mencionada comúnmente como ‘Sirena varada’, para el Museo de Escultura al Aire Libre de Madrid. Suspendida en el aire, Chillida desafió nuevamente las leyes de la gravedad, una idea que repetiría un año después en Bilbao, con la obra Lugar de encuentros IV.
No había material lo suficientemente pesado para que Chillida no lo hiciera volar. Pero una vez desafiado el vacío, el artista realizó varias piezas diferentes para Toledo y Palma de Mallorca, Lugar de encuentros V y VII, donde experimentó con el equilibrio y la liviandad de sus obras. Esculpidas en hormigón, estas esculturas ya no levitaban, sino que parecían emerger del mismo suelo, en un equilibrio, a partir de uno o varios puntos de apoyo, que las volvían ligeras a la vista, como si estuvieran flotando en el aire. Fruto en parte de aquellas obras, a finales de la década ya se había consagrado como uno de los escultores más importantes del siglo XX. En 1980, sus piezas eran expuestas en el Guggenheim de Nueva York, el Palacio de Cristal de Madrid y el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Omnipresente en el litoral ibérico, en 1987, realizó su mágico Elogio del agua en Barcelona. Figura emblemática, situada en el parque Creueta del Coll y suspendida por unos enormes cables de acero por encima del agua de un lago artificial, la obra, que alude al mito de Narciso, solo aparece completa a partir de su propio reflejo. La ciudad condal es de hecho otro de los escenarios preferidos de Chillida, con obras como Topos V (1985), en Plaza del Rey, donde establece diálogo entre lo antiguo y lo moderno o Mural G-333 (1998), frente al Museo de Arte Contemporáneo, realizado con más de 400 bloques de hormigón refractario y una longitud de 15 metros de largo.
La libertad, la tolerancia y la naturaleza
Con un marcado trasfondo metafísico, en las obras de Chillida son recurrentes los grandes temas de la humanidad como la libertad, la tolerancia, la defensa de los derechos humanos, la fraternidad o el respeto a la naturaleza, que se refleja en obras como su Elogio al horizonte (1989). Situado en Gijón, esta escultura surgió, como todas sus piezas, de una cuestión interna: “¿No será el presente como el horizonte, otra frontera, otro límite, otro lugar sin dimensión lleno siempre de preguntas? Estos y otros interrogantes hacen que con mi trabajo, busque en la naturaleza y en sus leyes, todo lo que siendo patente es difícil o imposible alcanzar”, dijo en una ocasión. Realizada en hormigón y colocada frente al mar Cantábrico, Elogio al horizonte refleja además las inquietudes del artista sobre la escala, la relación con la naturaleza, el espacio y el vacío, ese horizonte que se contempla desde este singular espacio y que simboliza “la patria de todos los hombres”.
Una idea que se repetiría poco después en su Monumento a la tolerancia (1992), en Sevilla, donde Chillida incidió sobre el respeto a las ideas y creencias ajenas. Realizada en hormigón como un encargo de una asociación hebrea para recordar la expulsión de los judíos de España en 1492 tras el edicto de Granada de los reyes Católicos, la obra, a orillas del Guadalquivir, da la espalda al lugar donde en una época estuvo ubicada la sede del Tribunal de la Inquisición. En defensa de la virtud de la tolerancia, expresaba el deseo del propio autor de que se manifestara en todo lo que él hacía. “No solo yo, sino toda la humanidad.”
Comprometido con estos valores, sus piezas interactúan a menudo con el entorno público y la naturaleza como grandes interrogantes, creando espacios para que a su vez las personas interactúen con ellas. Capaz de doblar el hierro como algodón, volviendo fácil lo difícil, Chillida tenía además otra particularidad: no había material que se le resistiera, ya fuera hormigón, granito, acero o, incluso, basalto. Muchas de sus obras, de materiales pesados, están suspendidas desafiando a las leyes de la gravedad o incluso de la naturaleza. Otras rompen con las leyes de la lógica, como en su icónica Jaula de la libertad (1997). Colocada junto a la Fundación Académica de Derecho Europeo (en Tréveris, Alemania), el espectador puede entrar y salir de ella sin dificultad dándole a la escultura una dimensión filosófica.
Presente con su obra en exposiciones en más de una veintena de los más importantes museos del mundo, en sus últimos años, el Museo Reina Sofía acogió la mayor retrospectiva sobre el artista, compuesta por cuarenta obras realizadas a lo largo de cincuenta años. Poco después, en el año 2000, se inauguró el Chillida Leku, un entorno elegido por el artista como seña de identidad, donde poder mostrar su obra en permanente diálogo con la naturaleza y cuya pieza central es el caserío Zabalaga.
Entre sus últimos proyectos, concebido casi como un imposible, el escultor quiso crear un espacio en el interior de la montaña Tindaya de Fuerteventura. “Hace años tuve una intuición, que sinceramente creí utópica. Dentro de una montaña crear un espacio interior que pudiera ofrecerse a los hombres de todas las razas y colores, una gran escultura para la tolerancia. Un día surgió la posibilidad de realizar la escultura en Tindaya, en Fuerteventura, la montaña donde la utopía podía ser realidad. La escultura ayudaba a proteger la montaña sagrada. El gran espacio creado dentro de ella no sería visible desde fuera, pero los hombres que penetraran en su corazón verían la luz del sol, de la luna, dentro de una montaña volcada al mar, y al horizonte, inalcanzable, necesario, inexistente…”.
En agosto de 2002, Eduardo Chillida falleció en San Sebastián, dejando su último gran proyecto, símbolo también de la unión entre la tierra y el cielo, inacabado.