Blanca Marsillach: «Hay que asumir la edad, lo peor es intentar ser joven, guapa y sexy todo el tiempo»

La actriz y productora de teatro social e hija de Adolfo Marsillach estrena la obra 'Las cosas fáciles' con el fin de impulsar la inclusión financiera de las personas mayores.

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María Villardón

Actriz y productora de teatro social. Blanca Marsillach (Barcelona, 1966) estrena con su productora Las cosas fáciles en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Una obra de teatro –hecha con el sector CECA, y escrita y dirigida por Alberto Velasco– que cuenta la historia de Carmen, una mujer que enviuda y está totalmente perdida con las cuentas y el papeleo, y su nieta le ayuda.

«Además de la obra, habrá unos talleres, queremos ayudar a los mayores en la inclusión digital y financiera porque el sector sénior es muy vulnerable», explica la actriz. «Estos proyectos son una forma de seguir el legado de mi padre, Adolfo Marsillach, aunque él lo hacía de una forma más política por la época que vivió», añade.

En enero Marsillach vuelve a los escenarios con Cómo ser mujer y no morir en el intento: «Es un monólogo que habla de una actriz que está en los 50 años y que comprueba como antes cumplir esta edad no era un problema, te seguían respetando. Ahora cualquier chica joven y con una cara guapa es considerada actriz, aunque no sepa vocalizar».

Reconoce Marsillach que sigue siendo rebelde, como lo ha sido siempre. Una rebeldía que le sirvió de energía para los mejores momentos y también para los peores. «Viví la Movida Madrileña, era del grupo de Almodóvar, Eusebio Poncela, Amparo Muñoz… Bueno, esa Movida de Madrid te podía llevar al cielo o al infierno. Ahora si me dicen que salga a cenar después de las 20 horas, siempre digo que no. Me hago cualquier cosa en casa y rezo el rosario, por decirte algo», concluye.

Las cosas fáciles es una comedia donde se ponen de manifiesto los problemas de las personas mayores en el manejo de la banca online. La tecnología más rápido que ellas. ¿Cómo surge esta obra social?

Nace de una forma maravillosa. Nos reunimos con CECA porque queríamos trabajar con mayores, ayudarles en la inclusión digital y financiera en el día a día y hacer que sus vidas sean más fáciles porque el sector sénior es muy vulnerable. Esta obra habla de una mujer llamada Carmen que se acaba de quedar viuda y que está abrumada con todas las cuentas y los papeles, no sabe por dónde empezar. En este punto, su nieta le ayuda a todo, es una historia tierna y real.

Cuando te planteas hacer este tipo de teatro social y alguien te comenta que así no te harás millonaria, ¿qué le dices?

Decir, no digo mucho. Mi padre, Adolfo Marsillach, era una persona muy comprometida socialmente y yo siempre quise continuar su legado, aunque él lo hacía siempre desde un prisma más político por la época en la que estaba viviendo.

Usamos el teatro como instrumento para ayudar a los demás. Trabajamos  temas de violencia de género, inclusión de actores con capacidades diferentes, medio ambiente, acoso escolar también, y ahora con el sector de las personas mayores, a través de la obra Las cosas fáciles, que tiene, además, un taller. Es decir, no vas sólo al teatro y ya está, después los asistentes, el público, sale al escenario a comentar y liberarse con escenas que se han visto antes en el escenario. Y es que casi siempre, como productora teatral, he empatizado con los «perdedores», siempre entre comillas, y por eso lucho por esos colectivos que necesitan más ayuda.

El compromiso social de tu padre tenía además que lidiar en muchas ocasiones con la censura franquista. Había obras de teatro que tenían mucho peligro, pero él siguió adelante.

Sí, siempre. El Tartufo de Moliére o Marat-Sade de Peter Weiss son dos ejemplos, así como algunos más, pero creo que esas obras fueron un antes y un después. Se las censuraron, pero él siguió haciendo cosas, adelante y entrando en polémicas.

Te sale una risa con este asunto, como si recordaras algo en concreto que él decía o algo así. ¿Qué es?

(Sonríe) Es que recuerdo que con el Tartufo, cuando al final cantan eso de «¡Ay, qué vivos, son los ejecutivos!, ¡qué vivos que son!, del sillón al avión, del avión al salón, del harén al edén…», yo tenía cuatro años, y siempre salía al escenario también a cantar junto a José María Prada, ante el espanto de mi padre… De eso me acordaba.

El teatro de tu padre también tenía un reflejo social de la época muy importante.

Mucho, mucho. Creo que es algo que no se puede esquivar. Mi padre hizo Silencio, vivimos; Silencio, estrenamos; La señora García se confiesa o Se vende ático, que hablan de relaciones muy humanas, cotidianas y, por lo tanto, todas las obras tienen un componente social.

También hay un reflejo de cómo eran las parejas del momento, muy diferentes a las de ahora; aunque creo que los sentimientos siguen siendo los mismos por mucho que queramos alejarnos. De alguna manera, el conflicto sigue estando ahí lo que pasa, en mi opinión, es que no se habla de ello.

En esta obra no actúas, pero sí lo harás más adelante en Cómo ser mujer y no morir en el intento. Interpretas a una mujer madura que descubre que con la cosmética se siente mejor.

Es un proyecto que me hace volver a los escenarios, es un texto que ha escrito Julio Bravo con mucho cariño. Es un monólogo que habla de una actriz que está en los 50 años y que comprueba como antes cumplir esta edad no era un problema, te seguían respetando. Incluso podías representar a actrices mucho más jóvenes. Ahora cualquier chica joven y con una cara guapa es considerada actriz, aunque no sepa vocalizar o aunque ponga la misma cara cuando dice ‘Te quiero’, que cuando dice ‘Voy al supermercado a comprar un plátano’.

Por tanto, se trata de reivindicar a la mujer madura y como hay veces que, aunque la belleza interior viene de dentro, sí que, de repente, te vas a la peluquería, te hacen una limpieza de cutis, te pones una crema y te pones un pintalabios rojo, y parece que afrontas la vida de otra manera. Muchas veces lo de fuera puede cambiar tu estado anímico.

Todas las mujeres, aunque sean guapísimas, van a envejecer. No es algo que podamos elegir. ¿Qué sensación debe tener una mujer cuando pasa de ser la más observada por su belleza, incluso abriéndole puertas, a ser una más, o la mayor de la oficina?

Pasar desapercibida, ¿no? O como dice Carmen Rico: ‘Cuando te empiezan a llamar señora’. No crees que seas tú esa persona, pero eso pasa, claro. A partir de los 50 años pasas desapercibida, entonces si no tienes una vida interior rica, pues es muy triste. No es fácil asimilar el haber sido el centro de atención y ver que ya no lo eres. Mi madre –Teresa del Río–, por ejemplo, fue tercera en Miss Universo y eso le ha pasado. A ella ahora le da igual, tiene 87 años y hace lo que quiere, está guapísima, pero ese momento existió.

Este monólogo lo hacemos con Sisley y es una lucha interior entre el fracaso y la frustración profesional con el deterioro físico, y de la forma en la que los productos nos ayudan. Te diré que, además, lo he comprobado; aunque te confieso que soy un poco desastre, ni me maquillo ni nada. Pero, en serio, me han dado unos productos buenísimos que, de repente, me los pongo al levantarme tras ponerme un poco de hielo, que además te despeja, y la piel sube de inmediato. Ahí dije: ‘Madre mía, y yo usando una crema baratilla’.

Mira, tengo el pelo fosco y en la peluquería el otro día me pusieron un champú hidratante increíble, me dejaron el pelo como con un alisado japonés. ¿A quién no le levanta el ánimo verse bien? A todo el mundo, pero hay que asumir la edad, lo peor es intentar todo el tiempo ser joven, guapa y sexy.

Ser sexy es un concepto complicado.

Sí, sí. Lo más sexy es ser tú misma y aceptar lo que tienes, lo bueno y lo que no es tan bueno. Quererte como eres. Pero sí, es que a los 50 años hay una crisis importante. Ya estás cerca de los 60 años y muy lejos de los 40, y notas que no tienes la misma energía vital. Antes con unas cuantas horas de sueño me valía, ahora para nada, a partir de las 20 horas si me dicen de ir a cenar es que digo que no. Me hago en casa lo que sea, me pongo a rezar el rosario, por decirte cualquier cosa, y me pongo la manta eléctrica con un buen libro. Y se acabó, esa es la mejor cena que puede haber.

¿Cuál es ahora tu vida interior? ¿Cómo la cultivas?

A mí me llena mucho mi perrita Puck y los pocos amigos que tengo, porque tengo muy pocos. Soy una persona muy espiritual, o por lo menos eso me considero, pero no religiosa. Pienso que el universo no está en los cuatro que andamos por la calle y que nos podemos creer con cierto poder, sino que creo que realmente cuando ves el cielo, el mar o las montañas, te das cuenta de que es como un click, y cuando se va ese click deja de funcionar todo.

¿Cómo ves la sociedad?

Pues la sociedad la veo bastante desastrosa y creo que le falta ese click.  Si todos tuviéramos más compasión y contribuyéramos más, pensáramos más en los otros, creo que seríamos más felices.

Con respecto a los mayores, creo que falta de respeto hacia ellos. Vas por la calle y ves a dos personas mayores, y te das cuenta de que las van arrasando con una carretilla, un patinete, el que va con el perro o lo que sea. Yo muchas veces cuando voy tras estas señoras con su bastón me freno, que voy rápido y sin pensar. Me digo: ‘Blanca, paciencia o ayúdalas si las ves en el mercado con peso, o con la bolsa y ábreles la puerta’. Es por esto que creo que enseñarles educación financiera es algo muy positivo, que sepan hacer un Bizum o una transferencia, así tienen más confianza en ellos mismos.

Este proyecto es ilusionante para mí, las personas mayores son mi colectivo favorito porque son adorables. No nos damos cuenta de que la vida pasa muy rápido. Yo a mi padre le decía: ¿Qué haré cuando tú no estés, papá?’. Y me decía: ‘Blanca, no te preocupes, la vida tiene mucha fuerza’. Y es verdad, hace nada era una cría y ya no. Me gustan las personas mayores y ayudarles porque los veo indefensos.

Una indefensión a la que todos llegaremos.

Efectivamente, es que nos olvidamos de que lo único que nos han asegurado, en el mejor de los casos, es que nos vamos a morir.

¿La libertad tiene un precio que no tiene ceros? 

No tiene precio y hay que luchar para conseguirla.

Tu padre tenía dos hijas, ¿cómo os educó?

Él nos nos educó en la libertad más absoluta y, sobre todo, en la coherencia. Mi padre era de las personas más coherentes y honestas que he conocido.

¿En todo? Eso es complicado.

(Ríe) Bueno, con las mujeres no sé. Era un gran seductor.

Era un señor atractivo.

Sí, lo era. Respeto y coherencia en el trabajo, eso lo aseguro. Cuando fundó la Compañía Nacional de Teatro Clásico nunca metía a la familia en los montajes, no había nada de nepotismos, así que era una persona que ayudaba poco a su entorno y eso es algo que yo le recriminaba bastante.

Trabajé en dos ocasiones y me hizo cuatro pruebas. Yo le decía: ‘Pero, qué morro tienes, si es el personaje está basado en mí por qué me haces tantas pruebas’.

Él tenía fe en mí, pero le costaba reconocerlo. Tenía mucho miedo a que tanto Cristina –su hermana– como yo nos dedicáramos al teatro, por lo difícil que es esta profesión y, además, por lo que el apellido Marsillach significa. Un día decidí irme a Estados Unidos porque estaba harta de ser la hija de Adolfo Marsillach y quería saber quién era Blanca Marsillach. Ya no tengo ese complejo, ahora llevo el apellido con muchísimo orgullo; pero yo tengo mi personalidad y hago mis cosas. Y, por supuesto, que Adolfo Marsillach no es comparable a Blanca Marsillach.

Ahora ya no tengo esa sensación de querer demostrar cosas que antes sí tenía. Antes quería que me vieran y no me miraran por la hija de Marsillach, no es es verdad que las cosas sean más fáciles porque, como decía Belmonte: ‘Si lo hace bien, de raza le viene al galgo, y si lo hace mal, de su padre, del apellido’. Entonces ese concepto de que las puertas se abren más fácilmente…. No, no. Yo soy una curranta y trabajo como la que más.

De esa lucha interna quizá venga tu rebeldía.

 He sido muy rebelde y lo sigo siendo. Sí, sí, que no me quiten la rebeldía porque es un revulsivo.

Te vas de casa con 17 años.

Sí. Mi padre me dijo que en su casa había unas reglas que seguir y me dijo que ahí estaba la calle. Así que, a la calle me fui.

Era época de la Movida Madrileña. Con sus pros y sus contras.

Sí. Además, era una persona de todo el grupo de Almodóvar, Eusebio Poncela, Cecilia Roth, Alaska, Jorge Berlanga, Amparo Muñoz, etc. Era de las más jovencitas, creo que gracias a lo joven y lo precoz que era, pude salir de muchas cosas de las que muchos compañeros no han podido salir. Bueno, la Movida de Madrid te podía llevar al cielo o al infierno.

Esa doble vertiente que tiene todo movimiento social. La parte bonita es la parte estética y creativa, y la peor parte eran las noches, las drogas y los excesos que tantas vidas se llevaron por delante.

Efectivamente. Y eso es a lo que yo estoy muy agradecida. Habiendo pasado por todas esas cosas, he podido luego ayudar a personas con problemas con la drogadicción o con el alcohol, precisamente porque yo he estado ahí. Y solo una persona que ha estado ahí puede hablar a otra persona de que lo está pasando. Ni un psicólogo, ni un psiquiatra, ni nada. Tú lo puedes hacer porque hablas el mismo lenguaje.

Imagino que en aquella época se vieron muchas cosas desagradables de las que aprendes; pero también creo también hay que tener mucha personalidad y valores fuertes para afrontar todo aquello sin dejarte ir.

En mi caso creo que lo más importante fue la fuerza de voluntad. Un día dije: ‘Hasta aquí hemos llegado, me voy a morir. ¡Me voy a morir!’. Y ese fue el revulsivo que hizo que me limpiara de todo y empezar de cero.

@MaríaVillardón

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