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En la actualidad, hay descubrimientos que van llamando la atención de forma desigual… unos más, otros menos. Pero este es el caso de uno que, más de un siglo después, sigue repitiéndose y que muy pocas personas pueden creer que finalmente haya sido resuelto.
En 1889, en una ladera cerca de Roma, un terrateniente italiano desenterró los restos de un buitre prehistórico en las faldas del monte Tuscolo. Parecía un hallazgo más, pero lo que encontraron los paleontólogos fue que el fósil conservaba detalles que rara vez sobreviven al paso del tiempo: párpados, plumas, la forma intacta del ala… todo seguía ahí, como si el ave hubiera muerto hacía apenas unas semanas. La razón se desconocía por completo, hasta ahora.
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En ese entonces, tener un animal tan bien conservado era algo fuera de lo común. A esto se suma el contexto del descubrimiento, ya que el cuerpo estaba incrustado en ceniza volcánica, un tipo de entorno que suele borrar todo rastro de materia blanda. Por eso, durante décadas, nadie pudo explicar cómo era posible que se preservara así de bien.
Pero, como en la ciencia no hay magia ni misterios, un nuevo estudio finalmente da una respuesta convincente: la clave estuvo en un mineral que, hasta ahora, no se había vinculado con fósiles de este tipo.
Según el equipo liderado por Valentina Rossi, paleobióloga en University College Cork (Irlanda), el fósil del Gyps fulvus quedó envuelto en una nube de ceniza volcánica relativamente fría.
Esa ceniza, al entrar en contacto con agua, empezó a transformarse lentamente en zeolita: un mineral rico en silicio y aluminio, común en entornos volcánicos, que acabó reemplazando las células del ave con una precisión microscópica.
«Cuando analizamos el plumaje del buitre fósil, nos encontramos en territorio desconocido. Estas plumas no se parecen en nada a lo que solemos ver en otros fósiles», explicó Rossi.
La investigación, publicada en la revista Geology, muestra que los restos conservan su estructura tridimensional, algo insólito en fósiles de plumas, que normalmente aparecen como simples sombras en roca sedimentaria.
El equipo usó microscopios electrónicos y pruebas químicas para confirmar que el tejido original había sido sustituido, capa por capa, por cristales diminutos de zeolita. La textura, el patrón de las fibras, incluso los pigmentos… todo estaba ahí, en perfecto estado.
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Si bien se trata de un descubrimiento sorprendente y de un caso único, implica un gran avance para el futuro de la paleontología. Hasta ahora, nadie había encontrado tejidos blandos preservados en roca volcánica. Se asumía que la violencia de una erupción arrasaba con todo, y que sólo en lagos, pantanos o en ámbar era posible conservar detalles tan finos.
«El fino nivel de preservación indica que el buitre quedó enterrado en un depósito piroclástico de baja temperatura», añadió Rossi.
El profesor Dawid Iurino, coautor del estudio desde la Universidad de Milán, lo resumió de la siguiente manera: «Solíamos pensar que los depósitos volcánicos destruían los tejidos blandos. Pero estos entornos son más complejos de lo que creíamos. Pueden conservar estructuras celulares si las condiciones son las adecuadas.»
Por su parte, Maria McNamara, también del equipo de la UCC, subrayó el alcance de esta revelación: «Descubrimientos como este amplían el rango de tipos de roca en los que podemos encontrar fósiles, incluso aquellos que conservan tejidos frágiles como las plumas.»
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