EL CUADERNO DE PEDRO PAN

Francisco Fullana exhibe toda su autoridad

El violinista mallorquín se reivindicó a sí mismo, exhibiendo su incontestable autoridad en el Principal

Francisco Fullana
Francisco Fullana en el Teatro Principal.

La especial circunstancia -tramo intermedio de la pandemia- que rodeó la invitación de la Sinfónica de Baleares a Francisco Fullana, para ejercer la  triple función de concertino-solista-director, inevitablemente venía lastrada por el bajón anímico del público que todavía no se había repuesto del azote letal del virus. No solamente eso: quedaban demasiado cerca las severas restricciones de aforo que guardamos en el recuerdo más íntimo, en especial a través de dos imágenes demoledoras que habían tenido lugar por aquellas mismas fechas y me refiero al desolador aspecto que presentaba el patio de armas del palacio de La Almudaina en aquel primer recital de Ara Malikian tras el confinamiento, y asimismo, el claustro de Sant Domingo durante el Festival de Pollença. Todo ello el verano de 2020. No así el concierto de Fullana, que tuvo lugar justo un año después, aunque sin habernos repuesto del trauma que arruinó implacable la vida cotidiana en todo el planeta.

De violinista a violinista, bueno será rescatar el recuerdo de Ara Malikian, aquellos días aciagos, en sus presentaciones en la isla en apenas un par de  semanas: la que tuvo lugar en La Almudaina y poco después en el Festival Port Adriano. En ambas visitas, Malikian interpretó Nana arrugada, tema dedicado a la memoria de los mayores fallecidos en la pandemia. Escribí un texto para mi blog. Tres años después, se sigue leyendo en muchos países.  

Desconozco lo que pasaría por la mente de Francisco Fullana cuando fue invitado como solista a un concierto de abono de la OSIB, que tuvo lugar a puerta cerrada y sin público. ¿Sentimientos encontrados de impotencia?

Ahora, dos años y medio después de aquel reto en la Misericordia, Fullana regresaba a casa para escenificar un reto similar, solo que en circunstancias  completamente distintas. Ocurría la tarde-noche del 7 de marzo, en la sala gran del Teatre Principal de Palma. Esta vez, sí, el violinista mallorquín se reivindicó a sí mismo, exhibiendo su incontestable autoridad.

Viéndole en aquel  estado de gracia, tuve la sensación de que, muy pronto, íbamos a correr el riesgo de dejar de verle en nuestro horizonte casero. 

Es cierto que el programa acompañaba para alcanzar a verle en plenitud y que ayudaba mucho sentirse cómodo con la orquesta que le ayudó a nacer para el gran repertorio sinfónico. Pero no se debe pasar por alto la calidad que atesoraba el momento: verle, sin condicionamientos anímicos, ante el triple reto de asumir la condición de director, solista y concertino, esto es,  encumbrado a la condición de líder capaz de arrastrar a toda una orquesta.

Decía que el repertorio acompañaba mucho porque el Concierto Opus 61 de Beethoven, que abrió velada, siendo contemporáneo de la Sinfonía nº 4 (1806) aún encierra un carácter innovador en la exploración de formas; de la misma manera que la Sinfonía 41 Júpiter de Mozart, la última escrita a tres años de su muerte, viene a ser el epílogo de su ideal sinfónico. Ambas obras, además, eran asimismo idóneas para que el público compartiese esa forma, tan personal de Fullana, para «revelarnos la poesía de la partitura». 

Era tal aquel momento de suprema inspiración, que arrastró al conjunto de los músicos, ofreciéndonos una versión sublime del temperamento artístico que en las ocasiones solemnes sabe exhibir la Sinfónica de Baleares. Cada gesto, ya ejerciendo su condición de solista como la de concertino-director, era en sí mismo una mayúscula celebración de la música. Lo de menos era disfrutar de su virtuosismo o de su magisterio en la técnica. Lo que hacía irrepetible el momento tenía mucho que ver con su capacidad de seducción. No en vano, las obras seleccionadas ya son monumentos levantados para el disfrute máximo de la expresividad. Maridaje perfecto del intérprete con su violín, acariciando el olimpo con los dedos y esa mirada suya introvertida.

La sorpresa que perfumaba, permanentemente, los comentarios del público, apenas tenía que ver con anteriores encuentros con nuestro intérprete. Era la confirmación de que ya vuela alto, muy alto, y que es cuestión de tiempo que su agenda le aleje de casa, cada vez más solicitadas sus colaboraciones con las grandes orquestas y los mayúsculos directores. Entre el público, los había con la esperanza de volver a contar con él, como Gabriel Quetglas de Pianino o Jos Kuiper del Festival de Música Clásica Port de Sóller.

Sé que Francisco Fullana por poco que pueda atenderá sus llamadas porque es hijo de la tierra, siempre fiel a sus raíces, por mucho que su día a día sea en los Estados Unidos. Además aquí está enterrado Bernat Pomar, pedagogo y violinista que le llevó de la mano en el aprendizaje de sus años iniciales.

Mientras yo andaba escuchando los comentarios de asombro sucediéndose entre el público, tuve claro haber asistido a la consagración de Fullana más allá del afecto que pudiera despertar, por tratarse de uno de los nuestros.

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