El baile de carnaval más elegante del mundo
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Es increíble cómo el tiempo vuela sin darnos opción a acostumbrarnos a un estado u otro. Mientras escribo esta crónica, de fondo la radio que me acompaña se preocupa por la salud del Santo Padre, que de momento y si no hay novedad, parece que no mejora. Quizá cuando me lean este miércoles 19 de febrero estemos en Sede Vacante, a la espera de un futuro incierto en todos los campos, salvo en uno, el de la fe y la tradición que aseguran que a un Papa le sigue otro. Francisco me lleva a Roma y me hace recordar la primera vez que le vi en San Pedro, para recibir como tantos otros su bendición. Cuando nos despidió, con una humildad que me llevó a las lágrimas, especifico que incontenibles y hasta vergonzosas, Su Santidad nos dijo: «Non dimenticare di pregare per me». Para los que no entiendan italiano traduzco: «No os olvidéis de rezar por mí».
En esas estoy, mientras de una visita y con la oración en los labios, voy a otra, a la última vez que lo vi en su sede. Repitió las mismas palabras, pero no sentí nada. Del hombre providencial que me definía la infanta doña Pilar de Borbón cuando todavía nos recibía para hablar de todo y nada, alrededor siempre de un buen ágape y vino. Francisco acababa de ser entronizado, después de la renuncia del gran Ratzinger y un cónclave sorprendente que le elevó al trono de Pedro del que partirá al cielo. El argentino ha sido una decepción tras otra. Lo escribo con todo respeto y estaré siempre a su lado como católico que soy y porque creo en la divina providencia.
El motivo de nuestra estancia en Roma no era otro que la asistencia anual al baile de carnaval más elegante y divertido del mundo, el que celebran en su palacio romano los príncipes Doria Panphilj, tan extraordinarios. Imaginen lo que es bailar rodeados de las obras de arte más importantes del mundo, observados por el Papa Inocencio de Velázquez, que nos observa desde un rincón privilegiado, tan real que su mirada en ocasiones hiela la sangre. Llegar a ese lugar es sentir la historia, al igual que ocurre en el Vaticano cuando uno visita las colecciones y se coloca al lado del síndrome de Stendhal.
Vivir la gran belleza de Roma es un privilegio, pero el baile de máscaras, al que acuden los más de todo el mundo, por invitación rigurosa, es un gran regalo para la vida. Hoy andamos más dispersos, salvo algunas excepciones, como la que abre esta crónica de hoy, la salud del papa de Roma, al baile de máscaras de carnaval más elegante y exclusivo del mundo. Un baile con cena y resopón, al que nunca faltan, es ya tradición, un grupo de mallorquines que acuden, o acudimos, respondiendo a una invitación ineludible. Vámonos de baile a Roma, al palacio más palacio del mundo y con la gente más importante del mundo. Abrimos de lujo, no me digan.
Hacerse una idea de lo que significa para los sentidos entrar vestido de gala al palacio Doria Panphilj, uno de los más bellos del mundo y todavía habitado por la misma familia desde hace siglos, es imposible si no se ha vivido. El acceso por la Via del Corso, muy cerca del monumento a Vittorio Emmanuelle, el rey que unificó a Italia, que hoy custodia el Foro Romano, y al fondo el Coliseo, sin olvidar la cercanía de la escultura que homenajea al emperador hispano Adriano, el más romántico de todos los que reinaron sobre el Imperio más icónico del mundo. Roma sigue siendo la capital del mundo, por más que muchos luchen por arrebatarle este privilegio.
Sus tesoros no tienen rival y son fruto de una historia milenaria que va ligada a la historia contemporánea y por tanto al futuro de una forma que pocos, demasiado pocos, hoy en día pueden entender. No entender la grandeza de Roma es no entendernos. Por eso es tan importante acudir a este tipo de encuentros, selectos es cierto, pero no del todo inaccesibles. Encuentros que son importantes porque nos llevan desde la modernidad al pasado, cuando ser elegante, saber vivir, bailar, cantar, tocar con virtuosismo un instrumento musical o saber comer y beber estaba bien visto.
Desgraciadamente en los últimos años nos hemos cargado en un santiamén millones de años de refinamiento cultural aprendido tras muchos siglos de evolución para hacer que la vida fuera más sana y bonita, y no sólo para los más privilegiados. El lujo siempre ha generado trabajo y beneficios. El refinamiento, el lujo, exige mano de obra cualificada, la que no se improvisa. Y es todo esto lo que se puede sentir en el palacio de los príncipes anfitriones. La gran noche, entre máscaras, plumas y oros, se celebra organizada por la princesa Gesine Doria y su esposo Massimo Floridi, que son una pareja encantadora y siempre los encargados de abrir el baile en un magnífico salón que precede a la sala donde se sirve la cena.
En esta ocasión que les cuento, a la espera de la de este año a primeros de marzo, el baile estuvo amadrinado por lady Nicholas Windsor, nacida Paola Domini de Lupis Frankopan, que lució para la ocasión una preciosa tiara fringe, la que entusiasma a todas las princesas de Europa. Su tía, la reina Isabell II de Inglaterra, se casó con una muy similar. De nuevo, los salones de la mayor pinacoteca privada de Europa fueron testigos de uno de los eventos más importantes de la temporada romana y cita obligada para un gran número de invitados llegados de toda Europa y EEUU. Un año más no faltó una representación de la sociedad mallorquina que no quiso perderse la exquisita hospitalidad de los príncipes, la de la madrina de la noche Paola Windsor, ni la oportunidad de vivir la fiesta del carnaval entre obras de Velázquez, Caravaggio, Bernini, Rafael, Guido Reni, Tiziano y tantos otros.
Las hermanas María, Blanca, Mila Gual de Torrella y su hija Carmen Llompart, Sonia de Valenzuela, Maite Arias, Lluch Deyá y Gari Durán, junto con el matrimonio maravilloso que conforman Ernesto Balda y Nita de Aspiazu, acompañados de dos de sus hijos, Imanol e Iñaki, así como también la elegantísima y gran dama de la sociedad española Koky Font y su hija, la modelo y actriz Yola Font, disfrutaron de una noche en la que la elegancia, la solidaridad, la buena gastronomía, la diversión y el arte se dieron la mano para no separase jamás. Mantener vivas estas tradiciones es nuestra particular revolución. Seguiremos luchando.
El día antes tampoco faltó el arte y la excelente gastronomía romana en el lugar en el que, por cortesía del matrimonio Balda, se celebró una cena de gala espectacular. El lugar elegido fue el club privado Nuovo Circolo degli Scachi, que tiene su sede en el Palacio Altieri, en cuyos salones adamascados se disfrutó de un cóctel y un menú exquisito servido con la discreción que caracteriza a este tipo de clubes tan distinguidos y exclusivos y donde, para que se hagan una idea, los camareros que sirven la mesa han de tener una medida de brazos lo suficientemente larga para no molestar a los ilustres comensales que se sientan a sus mesas.
Como es tradición, en breve volveremos a Roma, al baile, a la cena de los Balda y se lo contaremos, con más esplendor si cabe. Aunque no lo crean, muchos humanos sólo usamos el chándal para hacer deporte.
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