Vicente Gil fue corresponsal en las guerras de Eslovenia, Croacia y Bosnia

«Torra no estuvo en Eslovenia, yo sí, y nunca un solo muerto valdrá la pena»

«Torra no estuvo en Eslovenia, yo sí, y nunca un solo muerto valdrá la pena»
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En el verano de 1991 , empezaba yo en este oficio. Aún estudiaba la carrera y apenas llevaba dos años en Antena 3 Radio, aquella escuela irrepetible de puro periodismo y libertad que tanto me enseñó. Compaginaba algunas coberturas exteriores como enviado especial con la recién nacida Antena 3 Televisión. Tenía veintipocos años y el sueño romántico de cualquier joven reportero: ser corresponsal de guerra. Yugoslavia llevaba meses desintegrándose y nosotros cubriéndolo para la radio y la televisión.

Aquel país se había mantenido unido desde 1945 bajo la férrea dictadura personal del mariscal Tito, esloveno y croata, pero no serbio, y comunista. Sus partisanos habían liberado Yugoslavia del nazismo sin la ayuda de nadie y Tito se sintió fuerte para enfrentarse a Stalin y crear su “socialismo de cara amable” y “autogestionario” con la ayuda económica inicial, inestimable, eso sí, de Estados Unidos al romper con Moscú.

La República Federativa Socialista de Yugoslavia fue su régimen personal. Lo construyó creando el cuarto ejército más potente de Europa y, en pura esencia comunista, a base de purgas implacables y decenas de miles de ejecuciones, entre otros, de comunistas fieles a Moscú y, especialmente, de nacionalistas croatas y serbios que se habían enfrentado con una crueldad y una barbarie extrema durante la II Guerra Mundial.

Tito mantuvo unida Yugoslavia hasta su muerte en 1980. Su fin coincidió con el inicio silencioso pero fulgurante del ascenso político de un personaje gris y segundón del comunismo serbio, Slobodan Milosevic, bien conocido, eso sí, entre los suyos por su nacionalismo enfermizo.

Su llegada a la presidencia de Serbia en 1989 y su discurso en junio de ese año en Kosovo Polje dejaron claro que el proyecto expansionista panserbio de Milosevic era el fin de Yugoslavia. Al conmemorar, aquel día, los 600 años de la derrota del reino medieval serbio a manos del Imperio Otomano, Milosevic proclamó, ante un millón de personas, la supremacía serbia y su afán de crear la Gran Serbia de la leyenda, aunque fuera a sangre y fuego. Milosevic puso en marcha entonces una poderosa maquinaria de propaganda nacionalista, de mentiras y recelos, convenientemente difundidos por los medios oficiales, destinados a reabrir las viejas heridas de la Guerra Mundial entre croatas y serbios. Las guerras de Eslovenia, Croacia y, después, Bosnia estaban servidas. No quisieron vivir bajo el yugo de un psicópata.

En aquel verano del 91, yo cubría las primeras escaramuzas -pueblo a pueblo- de la guerra de Croacia cuando estalló la guerra en Eslovenia. Seis meses antes habían celebrado su referéndum de independencia dejando claro que solo sería válido si ganaba el “sí” por más del 50% de los votantes. Fue a las urnas el 90% de los eslovenos. Más del 88% votó a favor de la independencia. En el parlamento esloveno, 187 diputados votaron a favor, 1 en contra y 12 se abstuvieron. Con todo, el gobierno esloveno no impuso su independencia de un día para otro. Concedió seis meses a Belgrado para negociar su salida de Yugoslavia. Cumplido el plazo en el verano y visto cómo se derramaba ya en abundancia la sangre en Croacia, ejecutó su proclamación de independencia.

Recuerdo a mis amigos yugoslavos confesar y lamentarse, cuando todo era irremediable, que jamás hubieran imaginado haber acabado así

Los combates se centraron en el control de la capital y en los pasos fronterizos. En realidad fue una operación de repliegue hacia Croacia muy costosa para el ejército yugoslavo. En Eslovenia no había serbios y a Milosevic no le interesaba. Necesitaba a sus tropas para la guerra, más dura, que se iniciaba en Croacia.

¿Qué sabe Torra de todo esto? Nada. Como de tantas otras fantasías, leyendas y mentiras del pancatalanismo. Pero se las cuenta a una masa de fanáticos sin control dispuesta a creerle.

Yo le contaré algo. De Eslovenia, de Croacia, de Bosnia o de cualquiera de los conflictos que cubrí como corresponsal me queda el recuerdo de la destrucción, del horror, del miedo, del odio …

Recuerdo el primer camión frigorífico lleno de cadáveres mutilados al que tuve que subir para sacar unos planos y mostrar lo que pasaba. El olor a carne quemada en los tanques; el de las morgues atestadas y las cunetas. Aquel olor tardó tiempo en irse. Luego, me acostumbré. Como a la sangre. Ya no me afectaba. Para entonces, ya había cubierto Liberia y Sierra Leona y mis ojos ya habían visto bastantes cosas … pero ni Liberia ni Sierra Leona estaban a dos horas de mi casa en plena Europa. Aún recuerdo a mis amigos yugoslavos confesar y lamentarse, cuando todo era irremediable, que jamás hubieran imaginado haber acabado así. Convertidos, sin saber por qué, ni arrastrados por quien, en soldados … o asesinos… armándose frente a sus vecinos, sus compañeros de colegio, sus amigos de siempre y hasta sus familiares…

Lo fácil que es despertar el odio y convertir a pacíficos ciudadanos, intoxicados por la propaganda, en seres terribles capaces de hacer cosas que nunca imaginaríamos

En las guerras de Eslovenia, Croacia y Bosnia (y en sus postguerras) entendí el dolor de las historias que contaban mis padres y mis abuelos sobre nuestra propia guerra.

Lo fácil que es despertar el odio y las cuentas pendientes y convertir a pacíficos ciudadanos, intoxicados por la propaganda, en seres terribles capaces de hacer cosas que nunca imaginaríamos.

“En Cataluña, en Barcelona, se vive tan bien que no se llegará a eso”, me dice un colega de profesión. Por supuesto. Estoy de acuerdo. Pero , ¿por qué acercarnos tanto? ¿Quién pondrá un día, sin querer o queriendo, el primer muerto? Ojalá ni eso. Aunque solo sea uno, nunca valdrá la pena. Juegan con fuego …

Se equivoca Torra con su vía eslovena. Mi experiencia me lleva a verle más como un espantajo de Milosevic y a sus Países Catalanes como la misma imposición que aquella Gran Serbia, de leyenda, inventada en sus mentes fanáticas, arraigada en la incultura y la mentira histórica, impostora e impuesta, que tanto horror causó. Yo lo vi. Y lo conté. Fue aquí al lado. Y nadie creyó que pudiera ocurrir.

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