¿Quién será el guapo que suceda al psicópata?

Pedro Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Él (ya le gusta a Él que le llamen así) ha anunciado que se queda para siempre y ha avisado, con su habitual tono de maestro ciruela, que el mundo se vaya preparando porque, a lo peor, se presenta a las próximas elecciones generales, pero, claro, creer a este sujeto es como haberse creído en su momento a una supuesta visionaria valenciana que previno para 2007 la llegada flamígera del Apocalipsis. Se pegó un morrazo con la profecía y, puesta a justificar el desmán, lo hizo de esta guisa: «A veces Dios tiene otros planes». Desde luego, la mujer acertó en algo: en 2017 no advino el fin del mundo, pero sí llegó Sánchez, lo que no dejó de ser la experiencia in vitro de lo que pueda suceder, quiera Dios que dentro de muchos siglos. Pero a lo nuestro, más o menos.

Y es que resulta que estos días, justo después de la reciente pirueta infame del psicópata narcisista (así le califican los psiquiatras que no son del Régimen) se ha comenzado a escuchar por Madrid un relato que, primero, evidenció sintomas de rumor sin fundamento, pero luego, cuando el periódico de cabecera de Sánchez, aireó el asunto, tomó una cierta carta de naturaleza. Y es que, efectivamente,  El País  dedicó toda una portada y un sesudo editorial a lo que ya denominó el «Postsanchismo».

Algunos próximos pero muy escocidos, han interpretado esta dedicatoria del diario como una respuesta oblicua al ridículo manifiesto que el periódico tuvo que hacer durante los cinco días que el okupante de la Moncloa se retiró a meditar su porvenir y a pregonar después el amor que siente por su encendida señora. No llegó a emplear cuarenta días en el menester como Jesucristo, pero no por nada, sino porque no se le comparara con el hijo de nadie, ni de Dios, Él es Él.

Lo de El País no ha sido pieza única. Algunos analistas han empezado a clarearse el cerebro formulándose la pregunta inicial: «¿Quién será el guapo que sucederá al psicópata?». Naturalmente que estos empiezan a barruntar que el recambio está cerca y fundan este adelanto en el zurriagazo que se va a meter Sánchez en las próximas elecciones europeas, algo que pronostican todas las encuestas, salvo, claro está, la golfa de su patrón Tezanos. Es más: desde la propia izquierda datan el fin del proceso para el venidero otoño.

Son, digo, apuestas de gentes informadas, muchas de las cuales -eso es cierto- se muestran incapaces de soportar otro numerito como el protagonizado por Sánchez durante los cinco días de asueto. O sea, que buena parte del personal le tiene ganas al filibustero de la política que les ha convertido en simples espectadores de un circo aldeano. Estos, y los más transigentes que simplemente consideran una genialidad los últimos pasos de su amado jefe, guardan cierto temor a que siga a la baja la estima general a Sánchez, por debajo ya del 30%, un dato que inexorablemente reflejan los sondeos.

Por eso, quizá, no desdeñan los gestos de preferencia que el aún presidente realiza a favor del candidato catalán, el tristísimo individuo Salvador Illa Roca. A éste se le supone ganador de los comicios catalanes aunque no se sabe si con capacidad real para gobernar, pero a los mencionados observadores (casi todos provenientes de las hordas socialistas) les agobia el horror de que, a estas alturas de la película, no se otee un aspirante-sucesor claro al trono de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, un tipo como el presente que, si se retira, no sufrirá de asfixia económica alguna porque, entre otros ingredientes, las saunas gays de su suegro producen suculentos réditos.

Es decir, que entre los posibles tapados el hereu mejor colocado (digámoslo, como corresponde al caso, en catalán) es Salvador Illa, que ha desplazado a la maña Pilar Alegría, la chica del jefe, denominada -me dicen- en La Moncloa; y desde luego a la médico histérica e histriónica María Jesús Montero, que por lo demás, y no se olvide el dato, sucedería a Sánchez en el caso, ya muy improbable, de que a este le diera otro arrebato y se marchara con viento fresco a dejar de dar la lata a los compatriotas.

Quede para el futuro que, por primera vez, la especulación previsora goza de un cierto cuerpo, no es una cábala inventada para distraer aún más al público en general que bastante harto está ya de soportar las ingeniosidades del sujeto en cuestión. No obstante, el cronista debe realizar una advertencia propia: no me creo -no tengo otro remedio que hablar en primera persona- que esté próxima la retirada del psicópata, al que, probablemente, sólo pueden apartar del machito las corrupciones administrativas, si se confirman, de su esposa, la hija del saunero.

En manos de un sólo juez, Juan Carlos Peinado, está el agravar el porvenir judicial de la llamada Begoña. Desde luego, el lunes ya se entrevió por donde van a ir los tiros: el juez, lejos de desentenderse del caso y mandarlo al archivo, ordenó a la UCO la investigación puntillosa de las actuaciones de la señora, y pidió a los periodistas que han informado del caso los papeles sobre los que han fundado sus noticias. Esto -dicen en fuentes de la Justicia- literalmente «no tiene por qué ir para muy largo». Begoña se puede cargar a su marido con lo que ya se sabe y con lo que se va a saber, desdeñando, en todo caso, las fabulaciones que entran de lleno en la vida de cada quien. En su vida privada y en lo que haga con ella, en Torrelodones o en San Petersburgo. El psicópata está en el alero. ¿Quién le sucederá? Es muy pronto para meterse en ese fregado. En todo caso, ¡vaya marrón!

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