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En el Madrid de la posguerra, en una época en la que miles de personas migraban desde las áreas rurales en busca de nuevas oportunidades en la capital, un barrio obrero se convirtió en el escenario del nacimiento de una iglesia que desafió las convenciones de su tiempo.
Alejada de los cánones de los templos tradicionales, con sus majestuosas torres góticas y ornamentos barrocos, esta iglesia de hormigón destaca como símbolo de sobriedad, fortaleza y de los cambios sociales y litúrgicos que marcaron la época.
Más allá de ser un lugar de culto, este espacio fue concebido como un punto de encuentro, pensado para transmitir una espiritualidad cercana y renovadora, en sintonía con los ideales promovidos por el Concilio Vaticano II. En este artículo, exploramos su fascinante historia y el impacto que dejó como legado.
Una iglesia revolucionaria en el corazón de Moratalaz
Ubicada en el barrio madrileño de Moratalaz, la parroquia de Santa Ana y la Esperanza es una de las obras más destacadas de la arquitectura religiosa del siglo XX. Inaugurada en 1966, responde a la necesidad de crear un espacio litúrgico adaptado a los cambios que vivía la sociedad española de la época. El arquitecto Miguel Fisac Senra, encargado de la construcción, dejó una huella imborrable con su innovador diseño.
La iglesia, construida en hormigón, rompe con las formas tradicionales de los templos, ofreciendo una estructura funcional, cálida y cercana. En lugar de un edificio vertical que se eleva hacia el cielo, el arquitecto Miguel Fisac Senra Fisac optó por una arquitectura que se abre hacia la comunidad, con una planta ovalada que rodea el altar y promueve una interacción más directa entre los feligreses y el sacerdote.
¿Cómo influyó el Concilio Vaticano II en el diseño de la parroquia?
Para comprender el impacto de la parroquia de Santa Ana y la Esperanza, es necesario entender el contexto religioso de la época. La década de los 60 fue testigo de un cambio radical dentro de la Iglesia Católica, impulsado por el Concilio Vaticano II.
Este evento promovió una renovación litúrgica que abogaba por una mayor participación de los fieles, dejando atrás las celebraciones en latín y el altar orientado hacia el sacerdote de espaldas a la congregación.
La nueva liturgia pedía un espacio abierto y accesible, lo que motivó a Fisac a crear una iglesia que reflejara estos principios. Así nació una planta ovalada, que eliminaba la jerarquía espacial y ponía a todos los presentes en un plano de igualdad, permitiendo una celebración más comunitaria.
¿Qué distingue el diseño de la iglesia de Santa Ana y la Esperanza?
Lo que distingue a esta iglesia es la visión única de Miguel Fisac Senra, quien, influenciado por el Brutalismo, hizo del hormigón el protagonista del diseño. Sin embargo, en sus manos, este material frío y austero adquiere calidez y humanidad.
Fisac no sólo buscaba una solución técnica, sino que quiso transmitir a través del hormigón una sensación de cercanía y sencillez. Sus famosas vigas «hueso», una invención propia, no solamente cumplen una función estructural, sino que también aportan una singular estética que caracteriza el edificio.