La gran sorpresa de Netflix

‘Mi reno de peluche’: la serie que pudo cambiar mi vida

Basada en la vida del creador y protagonista de la miniserie, Richard Gadd

Mi reno de peluche
Pantallazo de 'Mi reno de peluche'.

Mi reno de peluche es la nueva sorpresa inesperada de Netflix. Un éxito a nivel internacional que pocos veían venir. Hablamos de una de esas series que revolucionan y que pueden cambiar vidas. Empieza como una comedia bastante cínica o un thriller con humor negro, pero termina empujando al espectador a un abismo emocional sin parangón. Una pesadilla sobre nuestras propias responsabilidades, sobre el amor que creemos merecer y, ante todo, sobre la supervivencia de cualquier tipo de víctima. Sería el reverso oscuro y masoquista de La Bella y la Bestia, empapado en la lucidez desternillante y malsana de Fleabag y con toques de Atracción fatal y Perdida. Y lo más incómodo de todo es saber que la historia es real y está basada en las experiencias del propio autor y protagonista, el escocés Richard Gadd. La verdad que desprende Mi reno de peluche es abrumadora y espeluznante. Una obra maestra.

Hay un capítulo de la segunda temporada de Sexo en Nueva York en el que Carrie Bradshaw, por petición de sus amigas, acude a terapia para superar su ruptura con Mr. Big. Nada más sentarse en el diván, la psicóloga le pregunta: «¿Qué tienen en común todos los hombres que han estado contigo?». Carrie, soberbia como ella sola, contesta: «Que son todos unos inmaduros con incapacidad para el compromiso». «No», responde la terapeuta, «lo que tienen en común los hombres de tu vida eres tú. Tú eres la que elige mal a los hombres». Esta frase fue una epifanía para mí. Vi ese episodio con 16 años y comprendí la diferencia entre responsabilidad y culpa, y cómo, al final, las relaciones las hacen dos; que las víctimas también podemos hacer las cosas mal por aquello que llaman autodestrucción. Ese diálogo cambió mi manera de ver las interacciones humanas  y espero que ahora, en 2024, una serie como Mi reno de peluche, también transforme la visión de algún espectador. Y es que, esta producción de Netflix (número 1 a nivel mundial en pocos días) habla (en un tono mucho más duro y con temas más potentes) de que tenemos el amor que creemos merecer. Un estudio incisivo e incómodo que va más allá del juicio fácil y del blanco y negro que se impone en según qué circunstancias.

Mi reno de peluche
Cartel de ‘Mi reno de peluche’.

¿De qué trata?

Donny (Richard Gadd) es un aspirante a cómico fracasado que trabaja como camarero en un bar. Un día aparece por allí Martha (Jessica Gunning) una mujer obesa y triste por la que Donny siente lástima, por lo que la invita a un té helado. Este gesto amable desencadena una obsesión enfermiza en ella, quien hará todo lo imposible porque su nuevo príncipe azul sea suyo. Y hasta aquí se puede leer sin hacer demasiados spoilers (a partir de ahora sí hablaremos de algunos detalles de la trama, advertidos quedan).

Lo que comienza como la típica historia del intruso que amarga tu vida, pronto empieza a mostrar sus aristas. Esto no sólo va del clásico chica se obsesiona con chico y termina en un baño de sangre. No, desde el arranque vemos que él no es la víctima perfecta (nadie lo es): es un cobarde, avergonzado de sí mismo, incapaz de aceptar quién es, lo que le termina convirtiendo en un mentiroso. Pero, de repente, en el capítulo cuatro (de siete en total y de media hora cada uno) descubrimos algo que nos pone los pelos de punta y que abre un melón absolutamente necesario en los tiempos que corren.

El placer de sentirse una mierda (ALERTA: SPOILERS)

Uno de los temas principales de Mi reno de peluche es el abuso sexual y sus consecuencias, pero aquí existe una particularidad poco vista: la víctima es un hombre adulto. Esto le ocurrió al propio Richard Gadd; un mentor suyo- un guionista de renombre- le drogó y le violó en repetidas ocasiones con promesas vacías de éxito. Y como muchos, el abusado no sólo no denuncia, sino que acepta los hechos y asume la culpa. A esto se le une su género y la vergüenza que da eso que llaman masculinidad frágil.»Tengo miedo a que penséis que soy menos hombre», les dice Donny a sus progenitores en un momento dado (la respuesta del padre es brutal). Y es por este trauma por lo que el protagonista tampoco es capaz de enfrentarse a su acosadora y por lo que incluso, de manera muy retorcida, promueve el comportamiento de su verdugo.

Mi reino de peluche
Cartel de ‘Mi reino de peluche’.

Y no es hasta que el personaje admite el placer que le provoca el sabotaje y cómo su violador rompió su autoestima en mil pedazos, que empieza a ver la luz. Pero no es tan fácil. Con unos giros de guion muy bien manejados y controlados en el tiempo, Mi reno de peluche, nunca pierde ese tono cínico de humor negro que pasa de ser incómodo a casi insoportable. Capítulo a capítulo, la historia va in crescendo y nos lleva por un amplio mapa de grises donde lo único que el espectador ha de aprender es que, si están mal, tienes que pedir ayuda; que todos tenemos responsabilidad en nuestra vida, pero no siempre la culpa; que no es necesario ser inocente y perfecto para que te valoren como víctima y que, si estamos heridos, somos presa fácil para los depredadores. Espero, de corazón, que Mi reno de peluche ayude a mucha gente. Al final, eso también es lo que hace el arte.

Mi reno de peluche
Richard Gadd en ‘Mi reno de peluche’.

El reto de contar tu propia historia

Como ya se ha mencionado, con Mi reno de peluche, el creador, guionista, director y protagonista, Richard Gadd, asume la difícil tarea de contar su propia historia. Tanto las violaciones como el acoso por parte de una mujer mayor son hechos reales. Se nota que el showrunner habla de lo que conoce y ha hecho un ejercicio de introspección elocuente y valiente. Y lejos de ser un tratado hedonista, la miniserie no entiende de pudor, abraza el lado más oscuro de las víctimas y el más luminoso de los verdugos. Todo para darnos una lección de ambivalencia moral.

Mi reno de peluche
Jessica Gunning en ‘Mi reno de peluche’.

Incluso a nivel interpretativo, Gadd crea un alter ego del que sale más que airoso, pero quien realmente se come la función es Jessica Gunning, una actriz portentosa, capaz de hacer creíble un personaje tan extremo que, en papel, podría parecer una caricatura vacía. Nada de eso, con ella, Martha resulta tan amorosa como temible, tan zumbada como lúcida, tan extraña como representativa de cada uno de nosotros.

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