Crítica de ‘Alcarràs’, nominada a mejor película en los Premios Goya 2023
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Los Premios Goya 2023 nos han traído una de las mejores cosechas del cine español en años. Una prueba de ello es que, a pesar de que existan tres principales favoritas, cualquiera de las cinco nominadas (Alcarràs, As bestas, La Maternal, Modelo 77 y Cinco lobitos) podrían haber sido las ganadoras, con gran diferencia, de otros años. Precisamente Alcarràs no es la propuesta con más nominaciones, pues sus 11 candidaturas quedan por detrás de la violencia rural de Sorogoyen y el drama carcelario de Alberto Rodríguez. Por suerte, el grado de reconocimiento en la industria patria no implica la inferioridad ni la superioridad de una obra audiovisual frente a otra y por ello, vamos a contar por qué la propuesta de Carla Simón se ha convertido instantáneamente, en uno de esos frutos perennes que ya forma parte de nuestro cine autoral más excelso.
Alcarràs cuenta la historia de la familia Solé, quienes durante generaciones han trabajado en una gran extensión de melocotoneros, localizados en la pequeña localidad que reza el nombre de la cinta. Para su desgracia, después de ochenta años cultivando el terreno, puede que esta sea la última ocasión en la que puedan trabajar la tierra debido a que no existe ningún documento firmado que acredite la propiedad de esos terrenos. Es en parte, gracias a su relato universal por lo que la segunda película de Simón se consagró en la Berlinale y por lo que es una de las apuestas más fuertes de cara a estos Premios Goya 2023.
Una ruptura generacional llena de símbolos
Alcarràs fija toda una serie de símbolos alrededor del mundo rural, a través de un choque completamente rupturista y desalentador sobre los nuevos tiempos. Y es que el drama funciona como una carrera contrarreloj, en la que la familia Solé se evade y divaga entre el propio autoengaño y la cruda realidad. Desde la pérdida de la niñez de ese antiguo coche (la nave espacial de los pequeños de la familia) elevado por una de las máquinas que van a tirar por tierra su herencia natural, hasta los paseos solitarios del patriarca hacia la higuera que forma cómo no una extensión de sí mismo y de sus recuerdos.
La mirada de Carla Simón como directora retrata sin florituras, una colección de perspectivas poderosas en la que por comparación, la bucólica representación refleja el amor por la tierra de una familia invadida por el capitalismo voraz, en forma de paneles solares. No deja de ser un contraste irónico que el avance de las energías renovables y ecológicas termine con la propia esencia y vida de lo natural.