Tarde floja en San Isidro: la terna se estrella ante la mansada de Alcurrucén

San-Isidro
Diego Urdiales durante una de sus faenas, este viernes en Las Ventas (Foto: EFE).

Una más que estimable y meritoria faena de Diego Urdiales, que fue el momento de mayor interés de la corrida de este viernes en San Isidro, pasó sin eco y casi desapercibida para un público aplanado por el desesperante y manso juego de los toros de Alcurrucén.

A esas alturas del festejo, la lidia del quinto de la tarde, el ambiente transcurría entre una profunda decepción, en tanto que los cuatro serios ejemplares anteriores de los hermanos Lozano o bien se habían rajado más o menos claramente o no habían tenido ni raza ni fuerzas para embestir con un mínimo de emoción.

Ese segundo del lote de Urdiales, abanto de salida e igual de negado en varas, estaba repitiendo el guión de sus hermanos, dejándose solo un mínimo fondo de casta para moverse insulsamente tras la muleta.

Pero esta vez la impecable técnica muletera del riojano, que se define por manejar con una precisión absoluta el vuelo de la tela roja, fue consiguiendo, ya desde los primeros compases del trasteo, centrar y encelar algo más al animal que, aunque sin humillar, siguió por eso el trazo de los pases con cierto recorrido.

Contó para ello, definitivamente, lo fácil que se lo puso su matador, que acertó de pleno con las coordenadas de altura y espacio de los cites para que los pases con ambas manos surgieran limpios, templados y algo más largos de lo que en principio quería el animal.

La cuestión es que tan impecable trasteo no acabó de calar en el aplanado tendido de Las Ventas, más por la poca transmisión del toro que por el buen gusto y la torería del diestro riojano, que siguió apostando y alargando el trasteo en busca de ese reconocimiento que solo llegó, en forma de una fuerte ovación, cuando acabó con el de Alcurrucén de una gran estocada.

Ya se lo había puesto antes igual de fácil al segundo, aún más deslucido, pues no quiso nunca descolgar su serio testuz más allá de la altura natural, por lo que Urdiales no le dedicó tanto tiempo como al quinto.

En tarde de toros tan deslucidos destacó también la facilidad y la inteligencia lidiadora de Antonio Ferrera, que se desenvolvió con maestría en los primeros tercios de los dos de su lote y muleteó con vistosidad, aunque sin demasiado ajuste, al primero, que, a la postre, fue el mejor toro de la corrida. O el menos malo.

Aunque huido y refugiado en terrenos de toriles, este «alcurrucén», sí que repitió con vivacidad y mayor entrega a los trastos de Ferrera, más lucido en los adornos y remates que en el toreo fundamental, antes de tumbarlo de una estocada aguantando.

Los otros tres capítulos de la corrida no tuvieron apenas argumento, pues el segundo de Ferrera se rajó y se defendió dolido de una lesión de cuartos traseros, al igual que el tercero, que sacó nobleza pero apenas tuvo fuerza en los riñones. Ginés Marín, que cerraba la terna, no pudo lucir ni con este ni con un manso sexto dado por completo a la huida para darle colofón a la mansada.

 

FICHA DEL FESTEJO:

Cinco toros de Alcurrucén y uno de El Cortijillo (4º), serios de cabezas y muy dispares de volúmenes y hechuras, que en conjunto dieron un juego muy deslucido.

Antonio Ferrera, de turquesa y oro: estocada trasera (ovación tras petición de oreja); pinchazo y bajonazo (silencio),

Diego Urdiales, de plomo y oro: estocada delantera (silencio); estocada (ovación tras dos avisos).

Ginés Marín, de verde hoja y oro: estocada y descabello (silencio); media estocada desprendida (silencio).

Vigésimo quinto festejo de abono de la feria de San Isidro, con lleno en los tendidos (22.430 espectadores), en tarde agradable.

 

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