Luis Miguel revienta el Bernabéu
50.000 personas llenaron sábado y domingo el campo del Real Madrid para escuchar al astro mejicano
Fue hora y media de un extenuante e intenso popurrí de sus grandes éxitos de siempre, aunque el sonido no fue el mejor
Luis Miguel demostró estar en plena forma a sus 54 años, pero ni saludó ni se despidió ni concedió un bis a sus entregados fans
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Ponderar, según la Real Academia Española (RAE), es: «Examinar con cuidado algún asunto». También: «Contrapesar, equilibrar, calibrar». Ponderar es sinónimo de sopesar: «Examinar con atención el pro y el contra de un asunto». Me explico.
Luis Miguel ha reventado este fin de semana el Bernabéu. 50.000 personas por día (sábado y domingo) vibraron, bailaron, cantaron, besaron y/o abrazaron, lloraron, rieron o recordaron (alegría o nostalgia) con el show frenético del astro mexicano. Y ello pese al sonido (malo) de su maravillosa orquesta (ellos no tienen la culpa) que, a veces, tapaba (esto es pecado mortal) su chorro de voz único y hasta hacía, en ocasiones, ininteligibles las bellísimas letras.
Hora y media sin parar en un infinito popurrí de canciones de ayer, de hoy y de siempre no aptas para insensibles. Una mezcla de amores (posibles e imposibles) y desamores; de encuentros, reencuentros y desencuentros (con más o menos éxito) y, cómo no, de pasiones por debajo de la mesa que esconden besos con matiz de una ilusión.
En el show de Luis Miguel todo detalle huye de la vulgaridad. Hasta la pequeña mesita con lámpara y dos vasos de agua perfectamente colocados (nada de botella de plástico a morro, por favor) para superar los más de 30 grados de la noche de Madrid. En la mesa, una pequeña toalla blanca, que tuvo el detalle siempre de usar para secarse la cara de espaldas al público.
Su oficio de 40 años (se dice pronto) lo llena todo. A sus 55 años (no los aparenta) su pelvis sigue intacta y capaz de no detenerse (ni de romperse) durante hora y media. Luis Miguel se entrega, sin duda. Está en plena forma. Su cara va mudando conforme avanza el concierto. Lo vive. Un pequeño dron casi suicida (que llegó a colarse entre sus piernas a gran velocidad) dio testimonio de todo con planos imposibles para las pantallas gigantes de un Bernabéu espectacular rendido al mexicano.
El concierto del sábado empezó con media hora de retraso. Luis Miguel apareció del subsuelo del Bernabéu impecablemente vestido de negro (chaqueta y corbata). Abrió con Será que no me amas, su versión en español, homenaje a los Jackson Five, de Blame it on the boogie. No saludó. Ni un «Hola Madrid», que cuesta poco. Ni un «perdón por el retraso». Directo al tajo.
Su traje (la plancha perfecta) no sufrió sus golpes de cintura, aunque parezca mentira. Luis Miguel tiene tantas tablas que, entre nota y nota o salto y salto, tiene tiempo para colocarse, exacta, la punta de la corbata en la hebilla del cinturón. El detalle denota el punto de pulcritud y perfeccionismo de su personalidad. En lo de abrocharse y desabrocharse la chaqueta en el momento justo fue pionero hace mucho.
Una hora y 25 canciones después, Luis Miguel se dio un pequeño respiro y llenó el escenario de mariachis y México, el país que lo acogió. Porque Luis Miguel, en realidad, nació en San Juan de Puerto Rico. La leyenda mexicana la construyó, desde los 12 años, su tiránico padre, cuya relación tormentosa, hasta liberarse de él, ha marcado, sin duda, su vida.
Ya sin chaqueta y sin corbata, pero con chaleco, Luis Miguel enfiló el final del show con sus mariachis, sus tres chicas (clásicas) del coro y su orquesta excepcional. La Bikina, Isabel, Cuando calienta el sol o La chica del bikini azul… llenaron de calor y verano la media hora final hasta que aquello se acabó y Luis Miguel se fue como vino: haciendo mutis por el foro y sin decir ni adiós. Paloma Cuevas esperaba en el backstage.
Luis Miguel no hizo ni la concesión de un solo bis. El Bernabéu rugió durante cinco minutos largos: «¡Otra, otra, otra!», y hasta «oé, oé, oé…», como en la Champions. Pero ni por esas. Parte de su orquesta esperaba en el escenario la decisión del astro cuál torero aguardando que la presidencia le conceda o no las orejas del astado. Pero fue que no, se encendieron las luces del estadio de golpe, se rompió la magia, pusieron una musiquilla y la orquesta entendió que ya no había más que hacer.
Tour 24
Madrid ha sido la parada 137 de su agotador Tour. A Luis Miguel le quedan 47 conciertos aún por delante. Empezó cantando en Buenos Aires el 3 agosto de 2023. El próximo 3 de agosto, en el Starlite de Marbella, cumplirá un año de actuaciones consecutivas sin parar un día tras otro o cada dos o tres días, como máximo, por México, Estados Unidos, Centroamérica, Sudamérica y, ahora, España. La gira terminará en Toluca (México) en noviembre. Sólo un gran artista como él puede mantener ese nivel durante tanto tiempo.
Pero imaginamos que cuando uno ya lleva 137 conciertos en menos de un año, corre el riesgo de no distinguir dónde está. Madrid es Madrid y el Bernabéu es el gran templo del fútbol mundial. El Bernabéu es al fútbol, lo que La Monumental es a los toros en México, con permiso de Las Ventas, que es, sin duda, la primera plaza del mundo. No es lo mismo venir al Bernabéu que, con todos los respetos, cantar, el sábado que viene, en el Estadio Antonio Peroles de Roquetas de Mar (Almería).
Con todo, cualquier público merece más, aunque uno lleve un año con el mismo show y 40 pisando los escenarios más importantes del mundo. Fue el comentario general de los fans a la salida, algo decepcionados. Algunos habían llegado a pagar hasta 1.400 euros por una entrada. Ahora tendrán que ponderar si valió la pena.
Incluso, el pequeño detalle de un saludo lo merecieron el trio de ‘famosas’ de la fauna Tele 5 que nos martirizaron durante la hora y media de concierto con su vulgaridad, comentarios zafios, risotadas equinas, tacos y selfies con ‘admiradores’ (hay que tener cuajo), más pendientes del móvil y de Instagram que del escenario. Casi me mato cuando Luis Miguel entonó La Bikina y una comentó: «Le ha copiado la canción a Ana Guerra». Nos vamos a extinguir.
El Sol de México
Luis Miguel es la banda sonora de varias generaciones. Y se notó. En el público, jóvenes y mayores desde de los 20 y pico hasta los 50 y largos, si no más. Es lo que tienen las voces inmortales que cantan historias excepcionales por las que el tiempo no pasa.
El efecto se multiplica cuando Luis Miguel consigue cantar a dúo y en directo (gracias a la tecnología, lógicamente) con Michael Jackson o Frank Sinatra. Fue lo mejor de la noche en el Bernabéu.
El mexicano rindió tributo al Rey del Pop con Smile, compuesta por Charles Chaplin, y a La Voz con Come Fly With Me. Michael Jackson fue su gran ídolo. Frank Sinatra, un gran admirador del talento joven que detectó en el mexicano cuando era casi un niño.
“Dear Micki” le escribió Sinatra a Luis Miguel en octubre de 1996 para felicitarle por su estrella (el primer cantante latino en conseguirla) en el Paseo de la Fama. El año anterior, Luis Miguel había cantado para Sinatra en su 80 cumpleaños. Sinatra le había concedido, en 1994, el privilegio de unirse a su álbum Duets junto a nombres gloriosos como Barbra Streisand, Liza Minnelli, Stevie Wonder, Charles Aznavour, Tony Bennett, Bono, Natalie Cole, Gloria Estefan, Aretha Franklin, Kenny G o nuestro Julio Iglesias.
Este es el universo de Luis Miguel. Así se entiende su dimensión, aunque aún le queda un camino para llegar a la galaxia de otros.
A tres de esos astros de esa galaxia musical diferente (Frank Sinatra, Michael Jackson y Julio Iglesias) he visto cantar en directo. Sus conciertos fueron inolvidables porque ellos los hicieron inolvidables y no uno más ejecutado, eso sí, con perfección mecánica.
El de Sinatra, en Madrid, también en el Bernabéu, en 1986. El único de toda su carrera en España. Sinatra despreciaba a España y odiaba Madrid. En los años 50’ había tenido que venir una docena de veces a intentar calmar la ‘afición’ taurina de su esposa, Ava Gardner. ‘El animal más bello del mundo’ terminó instalándose en La Moraleja y pasando por la cama, entre otros, de Mario Cabré o Luis Miguel Dominguín, hasta que Sinatra pidió el divorcio en 1957. “Nunca volveré a ese maldito país”, cuentan que dijo La Voz. Pero volvió 30 años después (ya con 71 años) y se dejó la piel y la voz en el Bernabéu, pese al fiasco organizativo y de público que fue.
Por cierto. Se me olvidaba. La cuarta acepción del verbo ponderar en la RAE es: «Elogiar, alabar, aplaudir, celebrar…». Así que, ponderando, que es gerundio, y a decidir con qué quedarse del paso de Luis Miguel por Madrid. Con todo, Luis Miguel sigue siendo El Sol de México.