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Esto es lo que dice el hijo de Felipe González sobre vivir en La Moncloa: «Fue una cosa muy traumática…»

Felipe González fue secretario general del PSOE de 1974 a 1997

Consiguió acceder a la presidencia del Gobierno entre 1982 y 1996

Ha dado su opinión sobre Moncloa, su antigua residencia oficial

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Felipe González durante un acto. (Foto: Gtres)

Durante los años en que Felipe González estuvo al frente del Gobierno de España, su familia compartió también el peso de la vida pública. Su residencia en el complejo presidencial de La Moncloa no solo implicó un cambio de domicilio, sino un giro completo en la rutina y el entorno familiar. Uno de los más afectados fue su hijo Pablo, quien ha ofrecido una mirada íntima y sin adornos sobre cómo vivió aquella etapa. Lo ha definido, sin rodeos, como algo que marcó su vida de forma profunda.

Cuando Felipe González asumió la presidencia del Gobierno, Pablo era solo un adolescente. Lejos de mantenerse al margen, pronto se convirtió en uno de los miembros más visibles de la familia. Su estilo despreocupado, con el pelo largo y una actitud que desentonaba con los códigos del protocolo oficial, lo convirtieron en una figura mediática por derecho propio. Pero esa popularidad no estaba exenta de costes personales. Su vida se vio alterada por la constante exposición y por una vigilancia incesante que, según él mismo ha contado, le arrebató lo más valioso: la normalidad.

La confesión del hijo de Felipe González

El hijo del ex presidente se mantiene alejado del foco. Sin embargo, en una entrevista con Rosa Villacastín ha dado unas declaraciones que no han dejado a nadie indiferente.

Exactamente ha declarado: «Fue una cosa muy traumática. No es que sea un horror llevar escoltas, vivir en un palacio donde te hacen la comida todos los días y tener el privilegio de conocer a gente interesante… Pero perdí la privacidad y no pude tener una vida normal o salir tranquilamente con mis amigos».

Felipe González y su familia durante unas vacaciones. (Foto: Gtres)

La Moncloa, símbolo del poder ejecutivo en España, ha sido durante décadas el epicentro de las decisiones políticas del país. Pero para quienes la han habitado como hogar, la experiencia dista de ser cómoda. Si bien el entorno está diseñado para ofrecer seguridad y asistencia, no siempre garantiza bienestar emocional. La rutina en un recinto de tales características implica renuncias. Para Pablo González, la más dura fue la pérdida de intimidad.

En sus propias palabras, aunque no se trataba de una situación en la que faltaran comodidades, la sensación de estar permanentemente observado era abrumadora. No podía salir con sus amigos ni tomar decisiones cotidianas sin que mediara una logística que involucraba a escoltas y personal de seguridad. El acceso a ciertas experiencias excepcionales no compensaba, en su caso, el hecho de haber perdido una etapa vital de manera tan abrupta.

Y no fue el único miembro de la familia que sufrió esa transformación. Carmen Romero, mujer del ex presidente, también vivió con intensidad los costes de la vida institucional.

Esto es lo que vivió Felipe González

Felipe González, con el paso de los años, ha hablado de su tiempo en el poder con un tono más introspectivo. Reconoce que su dedicación a la vida política le pasó factura en el plano familiar. En una entrevista con Jordi Évole, se refirió a sí mismo como un padre afectuoso pero ausente. Admitió que, a pesar del cariño hacia sus hijos, no había estado presente como le habría gustado. No quiso justificarlo con grandes argumentos: simplemente reconoció que no había dado el tiempo que requería su papel como padre.

La consecuencia de esa ausencia se tradujo en pequeños gestos que, vistos con perspectiva, evidencian lo que se perdió. En el mismo programa, confesó que jamás había hecho una comida con sus tres hijos a la vez durante sus años en Moncloa. Las cenas eran, en ocasiones, el único momento de encuentro, cuando ya terminaba su jornada al frente del país. Aquel dato, aparentemente anecdótico, revela la intensidad con la que el cargo ocupó su existencia, dejando a la familia en un segundo plano.

El político socialista ha tratado de compensar esos vacíos en su madurez, cuando las responsabilidades institucionales ya quedaron atrás. En su vejez, ha hablado abiertamente de sus reflexiones más íntimas. Reconoce que empezó a tomar conciencia del paso del tiempo al cumplir los 60 años, aunque aún se niega a considerarse una persona de la tercera edad.

El testimonio de Pablo González contribuye a iluminar una dimensión pocas veces explorada del poder político: la de las familias que lo acompañan. Su experiencia no fue única, pero sí representativa de lo que implica crecer bajo el foco mediático y entre muros custodiados. La Moncloa, por mucho que ofrezca privilegios logísticos, impone límites que transforman la vida de quienes habitan allí. En su caso, ese tránsito fue brusco y dejó una huella que perdura.

Más allá de lo anecdótico, su relato permite comprender mejor los efectos secundarios del liderazgo político. La política no sólo marca al país, también cambia profundamente a quienes la ejercen y a su entorno más cercano. Por eso, cuando uno de esos protagonistas toma la palabra, lo que emerge es una perspectiva para entender cómo el poder se vive desde dentro, no solo desde el cargo, sino desde un punto de vista más humano.

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