La estimulación cerebral ya está lista: tratará la depresión y otras afecciones neurológicas

Después de mucha innovación en equipos y perfeccionamiento de procedimientos, la estimulación se considera un tratamiento eficaz

En 2018, TMS obtuvo la autorización regulatoria de EEUU para personas con trastorno obsesivo-compulsivo

Estimulación cerebral
La estimulación cerebral ya está lista: tratará la depresión y otras afecciones neurológicas.
Diego Buenosvinos
  • Diego Buenosvinos
  • Especialista en periodismo de Salud en OKDIARIO; responsable de Comunicación y Prensa en el Colegio de Enfermería de León. Antes, redactor jefe en la Crónica el Mundo de León y colaborador en Onda Cero. Distinguido con la medalla de oro de la Diputación de León por la información y dedicación a la provincia y autor de libros como 'El arte de cuidar'.

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Décadas después de su primer uso, la estimulación cerebral se considera ahora un tratamiento eficaz y seguro para el trastorno depresivo mayor en adultos en quienes los medicamentos han fallado. Como describre Mark S. George, los primeros días de sus experimentos con estimulación magnética transcraneal (EMT), los pacientes potenciales pueden ver arrojar luz a su patología, aunque aún se debe ser cautolosos. George, profesor de psiquiatría en la Universidad Médica de Carolina del Sur y pionero del SMT, relata, cómo los circuitos eléctricos que suministraban corriente a las bobinas explotarían con una llama azul partes del cerebro.

Así, 40 años más tarde, después de mucha innovación en equipos y perfeccionamiento de procedimientos, la estimulación se considera un tratamiento eficaz y seguro para el trastorno depresivo mayor en adultos en quienes el tratamiento estándar ha fracasado. Aproximadamente dos tercios de ellos experimentan una remisión o al menos sus síntomas disminuyen a la mitad. Y al utilizar imágenes cerebrales para navegar neurológicamente durante la estimulación, las tasas de remisión de pacientes deprimidos se han acercado al 80% en los ensayos. En 2018, TMS obtuvo la autorización regulatoria de EEUU para personas con trastorno obsesivo-compulsivo y, en 2020, para ayudar a los fumadores de tabaco a dejar de fumar.

Aun así, sus defensores dicen que la EMT y otros métodos de estimulación cerebral no invasivos, que incluyen formas actualizadas de terapia electroconvulsiva (TEC) y estimulación transcraneal de corriente directa, aún tienen que alcanzar su máximo potencial, tanto como herramientas de investigación como tratamientos clínicos para una variedad de condiciones neurológicas. Para llegar allí, los investigadores quieren comprender completamente los mecanismos biológicos detrás de estas técnicas, además de encontrar formas más rigurosas de probarlas en el laboratorio, todo con miras a hacer que los tratamientos sean más personalizados y confiables como se muestra en la revista científia PNAS. Con sus beneficios demostrados y su falta de efectos secundarios graves, Colleen Loo, pionera en neuroestimulación de la Universidad de Nueva Gales del Sur, dice que «no hay razón para que la TMS no pueda usarse como tratamiento de primera línea» para la depresión mayor.

Un estudio que se remonta a casi 100 años

La idea de aplicar campos eléctricos y magnéticos al cerebro (sin perforar la piel) se remonta a casi 100 años, cuando los neurólogos colocaron electrodos a cada lado de la cabeza para inducir una convulsión, lo que funcionó en pacientes con enfermedades mentales al «reiniciar» sus cerebros.  Pero los efectos secundarios eran graves (sobre todo amnesia) y las representaciones negativas de los medios de comunicación sobre el tratamiento forzoso irritaban al campo. Junto con los avances en antidepresivos como el Prozac en la década de 1980, la TEC quedó al margen.

La atención se centró en los campos magnéticos en 1985, cuando Anthony Barker, de la Universidad de Sheffield, colocó una bobina que transportaba una corriente alterna en la parte superior del cuero cabelludo, dirigida a la corteza motora. Los sujetos movieron visiblemente sus extremidades, lo que indica que el campo magnético pulsado afectó sus cerebros.

Pero persistían las dudas de que TMS pudiera usarse en la clínica. En aquel entonces, los neurotransmisores como la serotonina y el GABA (ácido gamma-aminobutírico) eran los objetivos de tratamiento relevantes, recuerda George. «En psiquiatría, era el cerebro como sopa». Nadie estaba adoptando el modelo de que el cerebro funcionaba en circuitos, dice, y que la enfermedad surgía de una disfunción dentro de esos circuitos. Además, el dogma predominante, basado en la TEC, era que las convulsiones eran necesarias para producir un efecto terapéutico. Y el TMS en los niveles utilizados no indujo convulsiones.

Las cosas empezaron a cambiar en la década de 1990, cuando la investigación demostró que las corrientes eléctricas inducidas por campos magnéticos en la superficie de la corteza pueden caer en cascada a lo largo de una vía de circuito más profundamente en el cerebro y provocar cambios.

Así, la estimulación llegó formalmente a la clínica en 2008, cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU (FDA) aprobó su uso para adultos deprimidos que no respondieron a al menos un antidepresivo, lo cual no es infrecuente.

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