Yo voto al Rey Felipe VI

Rey Felipe VI

El domingo pasado este cronista pasó por la Plaza de la Cibeles madrileña. Estaba presuntamente ocupada para la ocasión por una tribu de desaliñados republicanistas, que no republicanos. Aclaro dos términos: utilizo el término «presuntamente» porque la intención de los convocantes no era otra que llenar el recinto abierto para ofrecer imagen de solidez y potencia al público en general. No lo consiguieron: en lenguaje taurino, el aforo no recibió ni un tercio de plaza de manifestantes. La segunda acepción: «republicanistas», guarda, claro está, y muy conscientemente, un deterioro del verdadero concepto de «republicanos, gente más seria».

En Cibeles se dieron cita dominical unos pocos nostálgicos de la República que, entre paréntesis, ni siquiera la pudieron disfrutar por edad, y una caterva de mozalbetes/as a los que el residual Podemos del leninista Iglesias Turrión y el Sumar de la siempre victoriosa Yoli (Yolanda Díaz, para quien no lo sepa) llenaron de banderas tricolores ante la indiferencia del gentío cuya única solidaridad consistía en acordarse de los atrabiliarios que estaban entorpeciendo el tráfico. En resumen: un fracaso de convocatoria que ha hecho desistir a los promotores de repetir la experiencia porque a unas segundas nupcias no asistirían a la concentración ni siquiera ellos. Eso a pesar de los enormes esfuerzos desplegados por la Delegación del Gobierno en Madrid, empeñada en contribuir al éxito de la llamada.

Al tiempo de este sarao republicanista, muchos españoles leyeron el domingo las múltiples referencias sobre los diez años del Reinado de Felipe VI, también pudieron caer en la cuenta de la escasa contribución del Gobierno de España a la conmemoración de este aniversario. Un Gobierno decente, respetuoso con la Monarquía constitucional se hubiera volcado en la conmemoración pero sólo un miembro de este Gabinete, cada día mśs cercano al nítido comunismo, quiso contribuir a una Fiesta que, en todo caso, debería haber recibido el aditivo de «Nacional». Margarita Robles sí ofreció los Ejércitos para añadir una estampa preciosa de color a los actos del martes. Así hay que reconocerlo porque, claro está, la ministra de Defensa es, con certeza, la única integrante del grupo presidido por iconoclasta Pedro Sánchez que se ha negado a participar en el desdén general a la Corona ordenado por el presidente y sus acólitos de cabecera.
Han ocurrido tantas cosas, y casi ninguna agradable, en este decenio del Monarca Felipe VI que ahora mismo lo procedente es preguntarse: ¿cómo es posible que aún nuestro Rey permanezca como tal en la Zarzuela?

Probablemente nunca se sabrán los disgustos, malos ratos, agravios y displicencias que el jefe del Estado ha venido soportando desde que Sánchez le sisó la Presidencia a un atontado Mariano Rajoy. Si se conociera una mínima parte, el resultado sería éste: ya no existiría la Corona porque sus oponentes, con Sánchez a la cabeza, la hubieran derrocado.

En todo caso no hacen falta especulaciones, incluso algunas con fundamento. Por sus actos y gestos le conocereis. Pedro Sánchez cree que, sin duda alguna, la gran institución del país, la que prima sobre todas las demás, habita en La Moncloa, el Rey para Sánchez es un mero acompañante bien plantado al que se puede recibir, con abochornante mala educación, con las manos en los bolsillos o al que se le hace esperar como si estuviera en la consulta del dentista. Cuenta un periodista que conoce muy bien los entresijos de la Monarquía que, con ocasión de la visita del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a éste le tuvieron que dar vueltas turísticas por Madrid para evitar que todo un jefe de Estado extranjero y amigo de España llegara al correspondiente almuerzo de honor antes que el presidente del Gobierno del país receptor que se retrasó posta. ¿Se puede ser más descortés, chabacano e incivil que Pedro Sánchez Pérez-Castejón?

Cuando se escriba la historia de este primer decenio de Felipe VI todos los historiadores coincidirán en que no se recuerda mas o menos en la Historia reciente de España, un mandatario, un gobernante que haya cometido menos errores que le Rey Felipe VI. ¿Saben por qué? Pues porque no ha cometido ninguno, es un Rey «votable» a diario, al levantarse de la cama y al volver a ella; nada, ni un fallo. Y eso que las está teniendo de todos los colores, momentos de muy difícil recorrido, desde la marcha de su padre Juan Carlos a la firma obligada de leyes escalofriantes. Ha soportado las presiones de los monárquicos que alguna vez no hemos entendido el rigor con que se ha sometido a su papel constitucional y ha sufrido los avatares de un Gobierno que, por ejemplo, le ha enviado a tomas de posesión de presidentes de estados fraternos con la sola ayuda de un oscuro secretario de Estado. Fue tan estupendo, nos reconocimos tanto en su discurso de octubre del 17, que cada vez que se anuncia una nueva intervención del Monarca confiamos muchos, sobre todo los periodistas, en un nuevo escopetazo, por eso a veces nos sentimos defraudados y es que los tiempos y la asepsia constitucional de Felipe VI no tienen nada que ver con los acuciantes acicates plagados de berridos.

A este Rey se le «quiere» menos que a su padre, el mejor Juan Carlos de la mejor época, pero con este Rey estamos seguros de que no padeceremos sobresalto alguno patrocinado por él, por eso se le respeta y se le admira. Es lo que revelan todas las encuestas decentes del país. Es -ya se ha dicho- un Rey «votable», tanto que si se presentara a las elecciones arrasaría. Al republicanista Sánchez lo harían gentes indignas de todo crédito como el pobre camorrista de bolera, el ministro Puente.

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