Inmigrantes: hombres jóvenes y solos

El sábado pasado llegaron a las costas de El Hierro 47 personas en un cayuco. Si traigo este suceso a colación es porque es uno de los más recientes. Y es que la inmigración ilegal ha crecido significativamente en los últimos 5 años. Según datos del Ministerio del Interior, las cifras de llegadas de inmigrantes irregulares son las siguientes: en 2020, 41.861 personas; en 2021: 41.945; en 2022, 31.219; en 2023, 56.852 (un aumento del 82% respecto a 2022); en 2024, 63.970, un incremento del 12.5% respecto a 2023 y el segundo registro más alto de la serie histórica, solo superado por 2018 (64.298 personas). Las Islas Canarias concentraron el 70,2% de las llegadas en 2023 (39.910 personas) y 46.843 en 2024. La inmigración ilegal ha alcanzado niveles cercanos a récords históricos en los últimos dos años. Y son casi todos varones. En 2023, según datos de Statista, aproximadamente el 80% de los inmigrantes que llegaron a España de forma irregular eran hombres adultos.
Y estas noticias me llegan mientras leo una publicación muy interesante de David McGrogan, legal scholar (erudito jurídico) y escritor, sobre su experiencia como migrante anglo en otros países como Japón. De los comportamientos que observó en la comunidad de expatriados en el país nipón y también, como no (admite ahora con vergüenza retrospectiva), en él mismo cuando se vio inmerso en ella. Nada para echarse las manos en la cabeza. Estamos hablando de cierto regocijo por comportarse de forma antisocial, de gamberradas comparativamente ingenuas: haciendo demasiado ruido en el tren (ya sabemos que se lo toman muy en serio), merodear en lugares públicos bebiendo y pareciendo malotes, meterse en peleas, evadir el pago del transporte público, etc. Pero le vale para establecer un territorio común entre varones desplazados. «Algo ocurre, dice, incluso en el corazón del joven más educado y bienintencionado, cuando es enviado a una tierra lejana, lejos de todas las restricciones normativas implícitas que influyeron en su crianza, de todos los gestos de desaprobación y desaprobación de sus amigos y familiares (y especialmente de su madre), y de la sociedad en la que se crio. Algo agresivo, competitivo e irresponsable —algo chimpancéico y primitivo— le crece en el pecho, y empieza a transformarse en una pequeña y mezquina réplica de Genghis Kan, empeñado en la conquista».
Efectivamente, es propio del inmigrante varón una tendencia a que le vean como más valiente y peligroso que los hombres de la sociedad a la que ha llegado. McGrogan califica este rasgo de «psicosexual». No porque su objetivo sea siempre la competición sexual, aunque así lo sea a menudo (cosa que no sorprende a un biólogo o a un antropólogo evolutivo). Según McGrogan, cuando un joven se libera, por así decirlo, de las convenciones sociales y se le da cierto permiso implícito para actuar de forma antisocial por ser extranjero» «se siente tentado a querer descontrolarse de forma grosera y estereotipada, y también a participar en un comportamiento escandaloso, agresivo y ligeramente sociopático, en la medida en que satisface sus impulsos competitivos». Las influencias civilizadoras que le han moldeado en su contexto doméstico se desvanecen, y esto facilita que caiga en su lado más oscurillo.
Y eso es verdaderamente importante cuando pensamos en nuestra tolerancia con el delito menor o la reincidencia. Existen áreas de impunidad que no valoramos suficientemente, y es donde el recién llegado debería encontrarse ya con la línea roja. Por el bien de la sociedad, claro. Pero también porque no deja de ser un joven que necesita desesperadamente unas normas y una autoridad que le ayuden a integrarse en la nueva jerarquía de personas y valores. Por eso es importante que los políticos entiendan estos comportamientos y las redes psíquicas y sociales que los favorecen. Hay que actuar desde el pequeño delito, desde la calle o el barrio, por más que nuestra comprensión y tolerancia tiendan a dar un margen demasiado generoso al comportamiento de quien consideramos «marginado» o «vulnerable». Porque si no puede ir a mucho, mucho peor.