Vicente Gil: «La cobra de Carvajal a Sánchez y el careto de los jugadores de España me representan»

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El fin de semana ha sido intenso. El atentado contra Donald Trump que casi le cuesta la vida y las enormes alegrías que nos han dado Carlos Carlos Alcaraz en Wimbledon y la Selección española de fútbol ganando la Eurocopa no nos han dado un respiro.

De Trump hablaremos mañana. La Convención Republicana está en marcha y, aunque queda mucho hasta noviembre, ya pueden poner los demócratas a quien quieran que, desde el sábado pasado por la noche, Trump tiene todas las papeletas para volver a la Casa Blanca. La fortaleza con la que salió del lugar del atentado, la cara ensangrentada, el puño en alto, la bandera americana y los gritos de «¡USA, USA…!» son ya, salvo sorpresa, su pasaporte a una nueva presidencia.

Más allá de otras consideraciones geopolíticas, la América real va a votarle como presidente porque quieren un líder con determinación al frente de su país y no un señor gagá como Biden. Él o cualquiera de las alternativas representan la estupidez de laboratorio e ingeniería social de las élites pijas y millonarias de la izquierda woke del este y del oeste de Estados Unidos, exportando al mundo su modelo de fraude verde, de ideología trans y de género, de benevolencia tonta con el islamismo y de política migratoria buenista. Mañana hablaremos de Trump y del muy lamentable mensaje de Feijóo, que en un ataque de moderación centrista, terminó en Twitter justificando el atentado.

Mientras, España ha vuelto este lunes a la corrupción del PSOE. Carlos Barrabés, socio de Begoña Gómez y beneficiado de ayudas del gobierno, ha reconocido ante el juez Peinado que estuvo dos veces reunido en La Moncloa no sólo con Begoña Gómez, sino, también, con Sánchez. La Moncloa, cada vez está más claro, era el centro de operaciones de los asuntos profesionales de la mujer del presidente del Gobierno, que empleaba a su marido como reclamo.

El fiscal general, además, ha sido, hoy, de facto, imputado en el caso del novio de Ayuso. Todo muy normal en esta España de Sánchez, mientras el felón monclovita intenta desviar la atención con cualquier cosa, incluida la selección y la Eurocopa. Tal y como les ha contado OKDIARIO, los capitanes de España se negaron, tras la victoria frente a Alemania, a que Sánchez bajara al vestuario a hacerse una foto con ellos. Sabían que iba a usarla, seguro, para tapar a su mujer que, ese mismo día, había declarado en el juzgado. Los jugadores de la selección no aceptaron ser la cortina de humo de un corrupto político. Las caras de Carvajal y compañía en la recepción de Moncloa han hablado por sí mismas. Por el contrario, fue emocionante ver anoche a Fabián entregarle la Copa al Rey Felipe y a todos los jugadores disfrutar junto a él y a la Infanta Sofía de la victoria de España. La recepción de Zarzuela ha durado hora y media. Con Sánchez en Moncloa apenas han estado 15 minutos. La cobra de Carvajal a Sánchez al saludarle me representa y representa a millones de españoles hartos de este tipo.

Pasadas las celebraciones, mañana volveremos a la realidad del sanchismo que lo ensucia todo. Mientras, disfrutemos de la selección y de Alcaraz.
Y disfrutemos del orgullo de ser españoles.

El grupo de chavales de Luis de la Fuente son lo mejor de nuestro país. Su aspecto les delata: su cara de buena gente, de tipos sanos y aseados, que es importante… De origen y familias humildes y currantes, han sabido trabajar y sacrificarse hasta llegar a ser campeones. Anoche, tras el partido, fueron todo palabras de agradecimiento hacia sus padres. Eso ya dice mucho. De bien nacido es ser agradecido.

Sus historias, no sólo por supuesto las ya conocidas de Lamine Yamal o Nico Williams, son historias de superación. Chavales como Cucurella o Fabián, desconocidos para la mayoría hasta hace un mes, son ahora la mejor referencia para nuestros jóvenes. Son una referencia sana en mitad de una sociedad que, por influjo de una izquierda decadente, se muestra gris, sin valores, estéticamente abandonada y desaliñada. Los chicos de Luis de la Fuente le han puesto color a España.

A España, sí. A toda España. Porque ver el domingo las plazas de Bilbao, Vitoria, Barcelona, Mataró, Badalona o de cualquier otro rincón de España absolutamente llenas de banderas nos devolvió ese orgullo por nuestro país, del que la izquierda española huye avergonzada. Unai Simón, Merino, Mikel Oyarzabal o Nico Williams han mostrado sin complejos su orgullo de sentirse españoles y de haber contribuido a la victoria de la selección.

Pero no nos engañemos. Lo del domingo en las calles de Bilbao o Vitoria fue un avance sin duda, pero es una excepción todavía. La realidad vasca sigue siendo la del pueblo de la madre de Oyarzabal donde han aparecido pintadas contra él y contra Merino llamándoles traidores. Sigue siendo la realidad que imponen el PNV y Otegi (que ha rabiado mucho con la victoria de España) y la que impone la chusma proetarra aliada de Sánchez como la que le arrancó una bandera de España a una chica en San Sebastián. En el día a día, en el País Vasco sigue habiendo una mezcla de miedo, indiferencia y resignación. Es también la realidad sectaria de un Athletic de Bilbao o de un Barça que eliminan cualquier referencia a España al celebrar su éxito en la Eurocopa como si hubieran jugado solos.

En el País Vasco, los que llenaron las plazas con banderas españolas eran jóvenes ya metidos en los veintitantos, treinta y tantos años en su mayoría. En Cataluña, es esperanzador ver que quienes petaron hasta reventar las plazas son chavales de apenas 14, 15 ó 16 años con sus familias, que están hartos del independentismo y de la imposición del catalán de los socios de Sánchez, que les ha llevado a la degradación y a la ruina.

Esos socios de Sánchez, por cierto, racistas hasta la médula, como están demostrando estos días en pleno debate sobre el reparto de los menas. Incluyendo a la tonta de Irene Montero que, sin ver el partido, es capaz de soltar un rollo de cuatro minutos en redes asegurando que Dani Olmos es un chico «racializado». Esta gentuza es una estafa, pero se han forrado. No son naturales ni hablando.

El intento del Gobierno de Sánchez y de la izquierda de manipular a Lamine Yamal, a Nico Williams o a los jugadores vascos de la selección ha sido patético, intentando sacar tajada en pleno debate migratorio. Las historias de los padres de Lamine Yamal o de Nico Williams nos llenan de orgullo a todos, como cuando ves a cualquier otro inmigrante en cualquier otro trabajo, integrado en España, contribuyendo, sumando y respetando nuestras leyes y nuestras costumbres. Nadie pone en cuestión esto. Que no se venga arriba la izquierda porque el caso de Yamal o de Williams no tiene nada que ver con el descontrol de la inmigración ilegal y la delincuencia en los barrios.

Lamine Yamal es la excepción que confirma la regla en su barrio de Rocafonda, en Mataró. Rocafonda, en Mataró, creció en los años 70 y 80 como un lugar excepcional para que compraran una casa y vivieran los hijos de los inmigrantes murcianos y andaluces, clases medias y trabajadoras con contrato fijo, que habían progresado en la España de Franco. Los problemas de Rocafonda comienzan con la explosión de inmigrantes ilegales magrebíes en los años 90 y principios del 2000. La inseguridad creció en el barrio y el precio de la vivienda se hundió destrozando a los modestos propietarios de origen. Muchos se vieron obligados a abandonar el barrio.

Ese proceso de desembarco masivo e inseguridad ha ido a más con los años, acompañado en Rocafonda de un proceso creciente (como en tantos barrios de España) de imposición de normas musulmanas, particularmente a las mujeres. Las mujeres de Rocafonda que hace 20 años vestían al modo occidental, hoy deambulan con miedo y tapadas de arriba a abajo por la presión ambiental. Esta es la realidad.

El racismo en Rocafonda, que no les engañen, no lo ha puesto la población española de origen que resiste en el barrio. Los veteranos han contado en televisión (saltándose el guión del buenismo de los medios oficiales) los episodios de odio que vivió Yamal cuando decidió jugar con España y no con Marruecos. Le acusaron de traicionar a «su país». O sea, a Marruecos. Porque en Rocafonda, los marroquíes se sienten marroquíes y no españoles y este es el grave problema de futuro que tenemos que abordar y que ni Ayuso ve. Ese es el racismo -y no otro- que hay en Rocafonda.

El barrio de Rocafonda es, pese a la excepción de Yamal, la expresión perfecta del problema de la inmigración masiva y musulmana que dilucidamos estos días, que ya ha estallado en Europa y que estallará en España también. Que no les engañe el NO-DO de Silvia Intxaurrondo.

Quiero, además, mostrar mi admiración absoluta por Luis de la Fuente que ha dirigido, como un padre, a este grupo de chavales excepcionales. Luis de la Fuente los ha liderado, con cariño, haciendo explotar su enorme talento joven. Luis de la Fuente los miraba, el domingo por la noche, como quien mira a un grupo de chicos traviesos haciendo trastadas, que se reparten a «piedra, papel o tijera» quien bebe antes de la botella.

Así han jugado. Como si jugaran en el patio del colegio, divirtiéndose, pero con la enorme profesionalidad y disciplina de unos tipos ya curtidos en las mejores ligas. No han dejado de ser niños pese a ello y eso es una lección también para los adultos. Su fútbol ha sido la admiración del mundo entero.

La sensación de familia, de grupo, que han transmitido, donde nadie sobresalía más que nadie, ha sido esencial para la victoria. Luis de la Fuente les ha dejado crecer y sin Luis de la Fuente, pese a su modestia, nada habría sido igual. Impecable, educado, en segundo plano, ha sido todo elogios y fe hacia sus chicos desde que empezó la Eurocopa. Casi nadie creía en ellos. Ellos sí porque Luis de la Fuente les hizo creer en ellos mismos.

La fe. Exactamente eso. Porque Luis de la Fuente es un hombre de fe. Sin complejo alguno, en esta sociedad vacía de valores, de becerros de oro, de egos insufribles, de narcisismos enfermizos, de nula sustancia, donde todo vale por el dinero y sin sentido de la trascendencia alguno del ser humano, Luis de la Fuente ha llevado a gala, sin estridencias y con naturalidad su fe en Dios explicando cómo le llena y cómo le guía cada día. Explicando que rezar para él es, a diario, el verdadero alimento de su alma. Muchos se han burlado de él. Allá ellos.

Luis de la Fuente es un verdadero líder y un antídoto en este mundo raro y convulso en el que vivimos donde es, precisamente, una periodista de la Cope, la radio de los obispos, la que termina preguntándole si es supersticioso porque -dice la periodista- le ha visto santiguarse antes de cada partido. Qué desatino todo. Así nos va.

Así que, disfrutemos en estas horas hasta que sea inevitable volver con las miserias corruptas de Sánchez y la moderación mal entendida de Feijóo.

Mientras tanto … Que viva Alcaraz … Que viva Luis de la Fuente … Que vivan nuestros chicos sanos de la selección… y que Viva España.

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