Vencer a Junts (y no pactar)
Por desgracia, en la atormentada política catalana renace con frecuencia la tentación de creer que todo se arregla tendiendo puentes con quienes llevan años dedicados a dinamitarlos. Algunos estrategas del PP nunca han abandonado la idea de «entenderse» con Junts, como si el partido del prófugo Puigdemont pudiera, algún día, convertirse en un socio mínimamente fiable. Es un espejismo recurrente. Y es hora de superarlo.
Porque Junts no es un partido preocupado por la prosperidad de Cataluña, ni por el bienestar de sus ciudadanos, ni por reconstruir la convivencia que ellos mismos contribuyeron a romper. Su prioridad es otra: mantener viva una espiral de confrontación identitaria que cada día es más extrema, alimentada ahora por su competición enfermiza con Silvia Orriols para ver quién exhibe más hispanofobia y más supremacismo. Están atrapados en esa carrera al abismo y no saldrán de ella. Pretender que de ahí pueda surgir una alianza de gobierno estable es desconocer la realidad. No se puede llegar a acuerdos con los que viven anclados en el 1 de octubre de 2017.
El PP tiene una misión mucho más ambiciosa —y necesaria— que intentar llegar a acuerdos con el prófugo de Waterloo: fagocitar electoralmente a Junts, absorber ese espacio que aún conserva cierta sensibilidad de orden, gestión y centro-derecha, pero que sigue secuestrado por líderes que han decidido vivir instalados en la agitación permanente. La aritmética parlamentaria estatal ha convertido a Junts en un fiel aliado del sanchismo, y con ese apoyo han apoyado leyes, concesiones y negociaciones que no responden a los intereses reales del tejido productivo catalán, sino a la supervivencia política de Pedro Sánchez.
Y la economía catalana lo está pagando. Al seguir apuntalando al PSOE Junts está contribuyendo a debilitar la seguridad jurídica y la confianza empresarial en Cataluña. Y eso el votante que quiere progreso económico y creación de riqueza lo ve, lo sufre y lo comenta. En este contexto, el PP no debe rebajar su proyecto para acercarse a Puigdemont. Debe hacer todo lo contrario: mostrar que es la única alternativa seria, sensata y posible para quienes quieren una Cataluña que funcione, que genere riqueza, que atraiga inversión y que deje atrás el bucle estéril de la agitación separatista.
Además, el PP tiene una baza que nunca antes había tenido tan fuerte: la gestión de sus alcaldes y líderes municipalistas. Xavier García Albiol en Badalona, Manu Reyes en Castelldefels, Josep Tutusaus en el ámbito rural, en la pequeña localidad de Pontons… Son ejemplos palpables de que el PP, cuando gobierna, mejora la vida de los ciudadanos. Seguridad, limpieza, dinamismo económico, sentido común: políticas tangibles que el vecino reconoce. Y junto a ellos, dirigentes como Daniel Sirera en Barcelona o Xavier Palau en Lérida representan un municipalismo moderno, con los pies en el suelo y una visión clara de futuro.
Esa es la mejor carta del PP: no los experimentos, no las piruetas estratégicas, no los guiños imposibles a un partido que vive instalado en la paranoia nacionalista, sino la realidad de sus gobiernos locales y sus regidores en todo el territorio catalán. Es ahí donde debe apoyarse para construir un discurso que seduzca al votante harto de la deriva lunática de Junts: la política útil frente a la política tóxica. Puigdemont, o el que le sustituya a corto y medio plazo, nunca será un aliado fiable para el PP, por una razón elemental: su proyecto político es incompatible con el marco de convivencia constitucional que el partido de Feijóo defiende.
Por eso el PP debe abandonar esa vieja obsesión de buscar convergencias con un espacio que ya no existe. En este diagnóstico Alejandro Fernández acierta. La antigua centralidad catalanista murió hace tiempo, sustituida por una radicalidad sin rumbo. Quien quiera representar a la Cataluña moderada debe hacerlo sin complejos, ofreciendo un proyecto propio y reconocible. No hay que pactar con Junts. Hay que vencer a Junts. Ésa es la vía. Y el PP ya tiene los mimbres para conseguirlo si apuesta decididamente por su proyecto, por sus alcaldes, por su gestión y por un mensaje de normalidad y progreso que Cataluña necesita con urgencia.