A Ussía: muerte en el banquete de Eros

Ussía, Alfonso Ussía

Acababa de presentar una novela en el Hotel Palace. Era una noche oscura de otoño, como la de hoy; corría el año 2015. Le felicité sin haber ido a la presentación. Su respuesta fue inmediata y sonó como un trueno de Zeus: «Se ha visto oscurecida por tu ausencia». El escritor más voluptuoso del siglo XX español me había escrito. Me sentí como una ninfa corriendo a través de los cañaverales. Aquello fue el principio de una correspondencia chispeante, cargada de ingenio, en la que cada mensaje superaba al anterior. A él le divertían las personas impertinentes y yo disfrutaba provocándole.

Los años siguiente a aquel mensaje divino, comimos muchas veces juntos en Madrid. Escuchaba mis paradojas, sin que su rostro transparentara la menor sorpresa. Un día, en un reservado, casi llegamos a las manos. Éramos como dos niños pequeños enfrascados en una pelea por ganar la perra gorda. Rivalizábamos en unas tonterías increíbles, que hacían aquellos encuentros maravillosos y, ahora ya para siempre, inolvidables. Como muchos columnistas de este país, hoy me siento huérfana. Mi orfandad es visceral. Alfonso Ussía era mi maestro, mi guía para situar el límite de las barbaridades, de las críticas, del cinismo; y el estandarte absoluto en valores.

Era cálido, de una calidez profunda y sincera. Contaba anécdota tras anécdota y, en medio, hacía una confesión sincera. Una vez me contó que el actual Rey de España estaba molesto con él; porque, cuando era novio de la bella rubia europea, en una conversación sobre lo acertado o no de esa relación, Alfonso le preguntó si le gustaría que los camioneros del país llevasen un póster con su mujer colgado, en alusión al atractivo sexual de la elegida. No sentó bien al joven enamorado, como es lógico. Quizás por eso Alfonso se ha ido sin el merecido título nobiliario: «marqués del ingenio» o «duque de Ussía».

Su estilo sutil, minucioso, sabio, matizado, lleno de rebuscas hasta los confines del idioma, robaba colores a todas las paletas y notas a todas las claves. Cuando la familia Benjumea vivió altibajos en su trayectoria empresarial, me susurró un día al oído estos eufóricos versos. Reinaba un silencio inusual, pesado. Salimos al jardín, quería fumarse un cigarrillo, y allí me dijo: «Somos dioses». Aquella obra maestra de categoría irónica la finalicé yo con un Oui, petit malin, exactement. Gracias, Alfonso, muchas gracias.

Baja en Sevilla, turbia marea,
por Abengoa, por Benjumea.
Desciende el río malhumorado,
¿qué ha sucedido, por qué ha pasado?
Y le contestan los azulejos:

-Habéis querido llegar muy lejos-.
Baja en Sevilla, romana y mora,
hacia su clase, Clara Zamora.
Ha suspendido por ignorantes
a unos doscientos mil estudiantes.
¿qué ha sucedido, por qué ha pasado?
-Sencillamente. No han estudiado-.
Baja en Sevilla, su colorido.
Las buganvillas han decaído.
Están desnudos sus jacarandas
de hojas azules y muertes blandas.
– ¿Qué ha sucedido, ¿qué es lo que pasa?
Ella, graciosa, anda, repasa,
mira, sonríe, y cuando el río
le dice- «Clara, ¿Qué ha sucedío?»;
ella responde con voz pausada.
-Que estoy muriendo de enamorada-.

Alfonso Ussía
Madrid, 25/11/2015

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