Unidas Podemos quedarnos sin ministerios
Cuando Pablo Iglesias abandonó el Gobierno sabía que los peones de Unidas Podemos podrían ser fácilmente devorados por alfiles y torres del propio equipo gubernamental. A él, que cuando actuaba como omnipresente reina los tenía bajo una expresa e interesada protección, le da un ardite que su inconsistencia haga imposible que sobrevivan por sí solos en un ambiente hostil. Eso ya no es su causa.
Podría ser de otra manera si estos ministros hubieran demostrado preparación técnica e intelectual, o al menos empuje y capacidad de trabajo; pero lo único que ha quedado claro es que son ministros de cuota, ni más ni menos. Y es que, cuando se tienen ministros no porque se necesiten para gestionar determinada cartera sino porque hay que tener a alguien, da igual que tengan o no habilidades. Así, son perfectamente sustituibles por otros nuevos que, como aquellos reclutas del servicio militar de antes de la Ley de Canalejas, se incorporaban al ejército para sustituir a un pariente o, lo que era y es más habitual, a su señorito.
Estos ministros de la cuota podemita ocupan en su mayoría ministerios inverosímiles que, al ser desgajados de las carteras en las que de forma lógica debieran estar incluidos, hacen más complicada la gestión de las materias que les conciernen. Es evidente la inutilidad de tener diferenciadas y segregadas esas competencias, y, salvo algún forofo friki, todo el mundo reconoce que los mejores ministros de Igualdad, de Consumo o de Universidades serían… ¡nadie!
Si los repasamos uno a uno es difícil encontrar algo diferente o más apreciable que su común incapacidad, pero sí que en ellos pueden concurrir circunstancias que incrementen sus posibilidades de sobrevivir.
En la ministra Irene Montero se acumulan objeciones difíciles de soslayar. En primer lugar, su actividad puede volver de forma natural a Carmen Calvo; la vicepresidenta ha llevado bastante mal que le intoxiquen su obra feminista -que es solo mía bonita- con la ideología de sexo 5G. Y después, si, tal y como parece, Irene ha dejado de ser la pareja de Pablo, ha podido perder la condición que era única causa de su ascenso profesional y deja, por tanto, de ser un fijo para muchas quinielas. Pero que no se preocupe, sin duda que entre un supermercado y el Gobierno de España hay un gran abanico de desempeños laborales.
Poco se puede decir en favor de la durabilidad de Manuel Castells, que no se ha enterado de que es ministro; al contrario que Alberto Garzón que se empeñó en serlo desde que se intuyó el Gobierno de coalición. Se vio tan elegible como cualquiera, pues lucía chapa de coordinador federal de Izquierda Unida, además de un par de becas con las que inició -y terminó- su cotización a la Seguridad Social antes de hacerse político profesional. Una vez instalado en el Gobierno ha mostrado que, además de no tener capacidad y experiencia para el cargo, es un poco holgazán y no ha hecho exactamente nada. No obstante, mientras se mantenga la coalición de Gobierno seguirá reclamando su espacio.
La única ministra que ocupa una cartera con tradición y aparente contenido es Yolanda Díaz, pero eso no quiere decir que ella esté dedicada a algo importante, urgente, serio. Zascandilea con cuestiones ideológicas que nos alejan del camino que de verdad hay que seguir y mete ruido con un impecable discurso populista y una puesta en escena de ursulina. Su agenda consiste en hacerse la ocupada y darse importancia. Las negociaciones de las medidas de la pandemia parecen suyas -la tela la ponen otros ministerios- y se ha creído, y ha convencido además a muchos periodistas de la tele, que fue ella quien invento los ERTE.
Ione Belarra está todavía inédita como ministra, aunque no como agitadora. A su sectarismo ideológico se une una actitud desvergonzada en la defensa de todo lo inmoral. Lamentablemente sus defectos son los que la avalan; su consolidación en el gobierno será directamente proporcional a su capacidad para encrespar a los españoles.
Un detalle más. El presidente Sánchez no concibe quedarse sin posibilidades de armar gobierno después del 2023. Alimenta, con indultos y lo que haga falta, su alianza estratégica con los secesionistas y filoterroristas, pero también sabe que es muy probable que entonces ya no necesite tanto la muleta de Podemos como la de Mas País. Y hasta es posible que pague con ministerios de hoy los apoyos de mañana.