La ‘trama Aldama’ y la mafia de Interior
En la traviata que entonó el pasado jueves Víctor de Aldama involucró a varios de los ministros relevantes del Gobierno. No a esos ministrillos menores que se tienen que pellizcar todos los días para creerse que de verdad lo son, sino de los que forman parte del núcleo duro de Moncloa.
De momento todos ellos han optado por despreciar al «personaje» y desvalorizar las acusaciones, pero en España sabemos que las confesiones de estos delincuentes, aunque hechas desde el despecho, siempre terminan por ser ciertas. Por eso la mayoría de los españoles (un 65% según las encuestas) creen que las declaraciones son verosímiles y se indignan ante unos tíos, tan cara de palo como el propio Sánchez, que prácticamente no se dan por aludidos ante las gravísimas acusaciones.
Desde el cinismo y la doble moral reprochan los comportamientos de los demás sin ser capaces de examinar los propios y son, además, inmunes a cualquier crítica externa. La explicación a esta indolencia está en los compromisos que ya han adquirido y en la naturaleza de las relaciones que ya han entramado y que son las propias de una banda mafiosa; sujetos a unos códigos que no les permiten ningún escrúpulo y, sobre todo, que les hace ser sujetos activos y pasivos de la ley del silencio que impera en esas organizaciones. Esa ley que les impide reconocer cualquier acto inadecuado en alguien de su grupo, por muy evidente que sea, pero que a la vez les convierte a ellos mismos en intocables. ¿Cómo sería posible, si no, que Fernando Grande-Marlaska siguiera siendo ministro?
Nunca se habían acumulado sobre un cargo tantos motivos (indigna política de presos etarras, Melilla, vuelos secretos y devoluciones en caliente de emigrantes, destitución ilegal del coronel Pérez de los Cobos, condenas del Tribunal Supremo, los bulos del culo y del día del orgullo contra la oposición, huida de Puigdemont, etc.), no ya para su renuncia voluntaria, que dependería de una altura moral que evidentemente no tiene, sino para su cese inmediato e incondicional.
Pero es que ahora, en la trama Aldama, se ponen de manifiesto un buen número de chuscas intervenciones de él mismo o de su Ministerio. Y no son acusaciones de esas que dicen que Aldama todavía tiene que probar, sino factos incontestables. Lo más notable es el montaje en Barajas con la vicepresidenta de Venezuela, en el que se incumplió un puñado de leyes, protocolos de seguridad y órdenes de detención, inventando, incluso en el propio Parlamento, otro puñado de datos, relatos y exculpaciones.
Pero hay otras cuestiones que, aunque habrá que terminar de investigar y aclarar, a estas alturas ya son escándalos mayúsculos de los que Marlaska es último responsable: el comandante Villalba, agregado de interior en la Embajada en Venezuela está procesado por ser el conector de la trama con la Guardia Civil; el coronel Francisco José Vázquez, que aparece nombrado como «agente 1» en las diligencias de la causa, agasajó exquisitamente a Aldama en el acto en que le entregaron la medalla al mérito de la Guardia Civil que firmó el propio ministro; el director general de Coordinación y Estudios del Ministerio del Interior ya ha admitido las compras de mascarillas sin seguir protocolos y las intervenciones de Koldo en la contratación con la empresa Soluciones de Gestión.
Ante las implicaciones del Ministerio del Interior en este convoluto cabe un mayor reproche moral y legal, ya que se trata de la institución que, a través de los cuerpos de seguridad, tiene la responsabilidad y competencia directa para perseguir las prácticas corruptas. Y aún es mayor el desasosiego que podemos tener los ciudadanos si vemos que en la Policía Nacional el propio inspector jefe de la UDEF (Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal) es detenido con varias decenas de millones en metálico y en criptomonedas.
Y es que para que una corrupción institucional generalizada penetre definitivamente en el Estado es prioritario que se infiltre en la policía y los cuerpos de seguridad que tendrían que perseguirla. Y esa contaminación es justo lo que Marlaska ha provocado con su connivencia o, al menos, ha permitido con su incompetencia.
Pero como decíamos, y como no hay mal que no aproveche a alguien, es el propio estado corrupto y la mafiosa omertà lo que provoca que el presidente Sánchez prefiera defenderse a sí mismo con un quemadísimo ministro del Interior. Eso es seguramente lo que motiva la supervivencia de Marlaska; bueno, eso y el principio físico de la flotabilidad excremental.
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