La torpe revancha de un bribón
Ahora ha salido el ministro Felix Bolaños e intenta tranquilizar al personal con una declaración más falsa que su propio jefe: “La ley no va a cambiar nada”. Es el bodrio que prepara el Gobierno para anular la amnistía y no sólo revisar las sentencias emitidas hasta 1982, sino condenar a todos aquéllos que a esta patulea de individuos les resulten especialmente criminales.
No se puede hacer caso al referido Bolaños, entre otras cosas, porque todo el mundo le atribuye la paternidad de esa patraña. Pero que nadie se engañe: si esta rectificación fuera auténtica, que no lo es y todo se quedará en una simple amenaza de los revanchistas, Sánchez ya se daría por satisfecho, porque ha conseguido con su malvado e inconstitucional anuncio, tapar o disfrazar los mil problemas que ahora mismo azuzan a la sociedad española, desde la brutal huelga del metal de Cádiz, pasando por la que que ya advierten los camioneros y terminando, aunque hay muchas más, por las subidas generalizadas de impuestos o la dramática falta de suministros en Navidad.
Con su golfa iniciativa, Sánchez ha logrado que sus televisiones, sus radios y sus periódicos, festejen la venganza del chinito, y no se ocupen de la tragedia española de ahora mismo. De los datos de una situación que prevén, a mayor abundamiento, que nuestra deuda, el 122% del producto interior bruto, tenga que ser vendida a partir del 31 de marzo en los mercados internacionales, porque el Banco Central Europea del dúo Lagarde-Guindos ya ha proclamado que a partir de entonces ni un euro más a la buchaca de países como el nuestro a los que no concede la menor credibilidad. O sea, se avista mayor déficit y recortes, tipo Zapatero, por doquier.
Pero, todo esto, a Sánchez le trae exactamente una higa, porque va, como Simeone, partido a partido; hoy lanzo una soflama en forma de ley guerracivilista y cuando llegue la Navidad y el pavo y los juguetes no lleguen a nuestras casas, ¡qué más da! siempre quedará el inane ministro Garzón para reñir a la gente denunciado que “tenemos de todo, más de lo que necesitamos”, que “vivimos en el mejor de los mundos” y que, en todo caso, prescindamos del solomillo en Nochebuena y procuremos no atragantarnos con la acelgas que esas sí que sobran y son muy saludables. Ha ganado días Sánchez, pero esta guerra en la que viene empleando todos los más sucios ardides que se le ocurren la va a terminar perdiendo. Con sólo una condición: que la derecha -no la derechorra, que ya sabemos dónde anida- se coloque al servicio de los ciudadanos y se lance a la calle para poner en apuros, al borde de la dimisión, a este Gobierno de malhechores políticos que no es que quiera revisar nuestra Historia sino que directamente, la quiere asesinar.
Hace falta además que el PSOE de siempre, el de la vieja guardia, que aún calla ante las enormes fechorías de su secretario general, salga también a la palestra. Al respecto, un par de recuerdos personales: en octubre de 1980, llevamos al entonces jefe de la oposición, Felipe González a un coloquio en la llamada Casa de Abc. Estuvo comedido, se presentó como el único que podía cambiar el país (¿se acuerdan de aquel eslógan: “Por el cambio” ?), y como respuesta a una pregunta envenenada que le hizo este cronista: “¿Van ustedes a revisar la Guerra Civil y los cuarenta años de franquismo?”, replicó evidentemente molesto: “Nosotros estamos aquí para mirar al futuro y no para levantar cadáveres”. ¿Por qué González, felizmente vivo, no hace ahora una manifestación como aquella? Hasta le convendría hacerla porque en esta razzia general que están perpetrando, a lo peor le cae al ex-presidente una tormenta a cuenta de los crímenes del GAL por ejemplo.
Aún, otro. Durante la gobernación del inútil Zapatero ya se organizó desde su presidencia otra campaña de venganza idéntica a la que ahora soportamos. Zapatero se sacó de la manga una especie embustera: la de su abuelo, el capitán Lozano, ejecutado en León por los nacionales. Pues bien, gran mentira. Lo cierto es que, según se investigó y se escribió entonces, año 2006 en el libro La Gran Revancha, el tal ascendente del jefe del Gobierno, fue en realidad un agente doble, vamos, un espía, que trabajaba para los dos bandos, que desde la periferia de la provincia viajó hasta la capital, cuando ya la había liberado Franco (¿quién se mete en la boca del lobo si se teme que le va a devorar?) y allí claramente le aprehendieron las tropas del ya denominado Caudillo. Si le hubieran cazado los rojos, el bipolar Lozano hubiera corrido la misma mala suerte; es decir, se lo hubieran cepillado. Como a las tres mil víctimas de Paracuellos.
Pues sobre esta zafia falacia, montó el bodoque del nieto su gran revancha, que en aquel momento disimuló por sólo unos meses, la penosa situación de España. Aquello ya se sabe cómo acabó: con un Zapatero, artificialmente contrito pidiendo a las Cortes que le dejaran dar un corte bestial al Estado de bienestar. A lo mejor, en la actual Moncloa algún clarividente que no sea un paniaguado de Sánchez, debería recordar el fin que tuvo el predecesor. Pero no lo va a hacer, por lo que el okupante del poder, ha logrado otro de sus propósitos: dividir a España otra vez dos mitades ya irreconciliables, las dos Españas del verso anticipatorio de Antonio Machado que Sánchez seguro que ni siquiera ha leído.
Es más, aunque uno sus jenízaros se modere y diga que la cosa no va para tanto, sí que va: nos echará los muertos del Valle de los Caídos encima, expulsará a los frailes al estilo de cómo lo hacían sus abuelos (bueno, éstos directamente les mataban: 6.866 curas asesinados), y convertirá a España en una franquicia de su admirado Maduro. ¿Cómo salir de esta trampa? Unicamente queda una solución: que el centro derecha se deje de mandangas endógenas, Partido Popular, y que la derecha escorada, abandone su táctica de asentar a Sánchez propinando grandes patadas al tafanario de sus próximos. ¿Será posible esto? Pues por el momento parece que no, por tanto, la miserable y nueva argucia de Sánchez seguirá progresando en este país acojonado que ni siquiera protesta cuando le están robando la cartera.
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