¿Tiene algo que decir el Ejército? ¿Debe decirlo? ¿Puede?

Pedro Sánchez Ejército
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

En este ambiente de atonía general que caracteriza a la sociedad española de ahora, el Ejército no es una excepción; antes bien, parece una de las instituciones que sufren en mayor medida de esta patología que encierra tres elementos: la insensibilidad ante lo que está ocurriendo en el país, la dejadez o postración ante los numerosos elementos que están reventando nuestra estabilidad territorial, y la dejadez, la falta de interés ante los atentados continuos que padece nuestro orden constitucional. En un país como el nuestro que tiene historia de muchas convulsiones de Estado, golpes los podríamos denominar más propia y castizamente, es arriesgado denunciar la cierta laxitud con que el Ejército parece soportar lo que sin duda está viendo y observando porque, al cabo, tiene incluso más posibilidades que ninguna otra entidad para valorar los procelosos desmanes de que es protagonista y actor principal el Gobierno de la Nación.

Puede realmente parecer imprudente e irreflexivo fotografiar esta incomparecencia de nuestras Fuerzas Armadas en el discurrir de la vida nacional. Aún quedan recientes los espasmos y alborotos que durante los primeros años ochenta del pasado siglo terminaron con una asonada afortunadamente abortada por el país en primer lugar y, sobre todo, por el protagonismo indudable del Rey Juan Carlos I. El golpe de Estado no tuvo nunca en España buena prensa y en aquella ocasión tampoco, por eso fracasó con estruendo. Por tanto, no perdamos un solo segundo en confirmar que las apelaciones que se están haciendo a la postración actual de nuestros Ejércitos no son para nada una llamada, más o menos encubierta, a la resurrección de algo parecido a un golpe. Para nada; ¡faltaría más!

Advertido eso, las preguntas subsisten; son las que se plantean multitud de ciudadanos atónitos ante la crecida de insurrecciones inconstitucionales que realiza -y está dispuesto a realizar más- el Gobierno leninista de Pedro Sánchez. La primera pregunta es una derivada de la lectura literal del artículo 8 de nuestra vigente -todavía- Constitución. Reza así: «Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército de Tierra tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional».

Este precepto no es, como se ve, una mera recomendación, es una obligación absoluta que, por su jerarquía, figura en los primeros enunciados de nuestra Norma Suprema. Por tanto, la pregunta es: ¿Está ahora mismo en riesgo nuestra soberanía, nuestra integridad territorial y el orden constitucional? ¿Quién puede asegurar que no cuando hay dos regiones en clara secesión? ¿Quién puede decir que no cuando se acaban de entregar nuestras fronteras a una región? ¿Quién puede decir que no cuando se ha formado un Tribunal Constitucional que ha dejado de ser una entidad al cuidado de los derechos para ser un Tribunal de casación? ¿Quién puede decir que no cuando los principales apoyos del presidente son un partido decididamente segregacionista y otro ligado directamente al terrorismo etarra que nunca ha condenado su acción terrorista? ¿Quién puede decir que no cuando aquí se ha amnistiado precisamente a los autores del golpe de Estado de 2017? ¿Algo más? Pues sí sólo esto: ¿quién puede decir que no cuando el Gobierno ha convertido al Rey de España en una figura decorativa siempre pendiente de no errar para no terminar en Cartagena como su bisabuelo Alfonso XIII?

Hecho así el diagnóstico, entremos en la terapéutica que guarda, a su vez, un solo interrogante: entonces, ¿qué puede y debe hacer el Ejército? Todo indica que ahora mismo es una mera filial del Gobierno de la Nación sin opinión, ni acción propia. Algún militar señala que cada vez se parece más a aquel Ejército sometido por Azaña que en la primera parte de la República estaba más pendiente de la escalilla de ascensos que de vigilar el cumplimiento de lo dispuesto en el texto que sancionó el presidente Niceto Alcalá Zamora. Ya sabemos, desde luego, cómo evolucionó después este Ejército pero, en primeras nupcias asistió absorto al destrozo nacional. Por eso, ninguna tentación imitativa con las Fuerzas Armadas de entonces. A este Ejército domesticado por un cazafortunas de siete votos, sí se le puede pedir que podamos escuchar sus voces. ¿Cómo? Pues, atención, fíjense que lo que inscriben las Ordenanzas Militares vigentes hasta ahora: «… tienen que asegurar el imperio de la Ley como expresión de la voluntad popular». O sea, verde y con asas; es una orden.

Lo que sabemos de nuestros militares es que cumplen con excelencia las misiones exteriores que se les encomiendan, trabajan como fieras en las tragedias naturales que nos asolan («mano de obra barata» denuncian algunos mandos) pero fuera de esto menesteres, poca cosa o, mejor dicho, ninguna como no sean los vistosos desfiles que tanto agradan a la población. ¿Se puede pedir a sus jefes que expresen al Gobierno su malestar porque no se está cumpliendo el citado imperio de la ley? Pues naturalmente que sí. También en público. ¿Está ocurriendo eso? ¿Dónde están los estupendos y prestigiosos generales en la Reserva que ya pueden decir lo que les venga en gana? La mayoría paseando a sus nietos. Las Fuerzas Armadas Españolas, las activas y las recientemente jubiladas se mantienen en el mismo silencio resignado que la gran mayoría de la comunidad nacional? ¿O están haciendo algo al respecto? Difícil pregunta que se resuelve con la misma mudez. Como le dice un alto oficial a este cronista: «Si callamos, no significa que otorguemos, es que no decimos nada». Pues eso, no dicen nada.

Ahora Sánchez pretende engañarles al tiempo que lo hace con el resto de los paisanos. Dice que quiere el dinero de Defensa (2 o 3% incluso) para seguridad, concepto ambiguo donde los haya o cambio climático. O cambio climático fíjense. ¿Será cara? Lo que exige Europa es la participación en un Ejército Europeo que la mayoría de los profesionales de este país declaran como imposible, entre otras cosas porque ello supondría la desaparición práctica de la OTAN. Vamos a ver: si nuestras Fuerzas Armadas callan, lo que no significa que asientan, ante las canalladas institucionales que está perpetrando Sánchez aquí, ¿de verdad se van a ver excitadas para intervenir en lugares como Hungría, donde ya no existe la libertad? Pues claro que no. El Ejército español ahora mismo forma parte del gran entramado social que permanece quieto, hibernado más bien, ante las inmensas fechorías de Sánchez. Y ¿saben qué es lo peor? Pues que esa postura le resulta confortable cuando, de verdad, debería hacérselo mirar. Como una vez dijo un almirante inglés: «Esta es una situación desesperada pero no grave?». Así estamos todos.

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