Teresa Ribera tampoco puede lavarse las manos
En el cruce de reproches entre el Gobierno valenciano y la Confederación Hidrográfica del Júcar, que es tanto como decir el Gobierno de Pedro Sánchez, pues depende del ministerio de Teresa Ribera, ninguno puede presumir de gestión ni sacar pecho, pero convendría detenerse a analizar los hechos desapasionadamente -aunque sea difícil dadas las actuales circunstancias-. La existencia de una cadena de correos electrónicos remitidos a lo largo del martes 29 de octubre revela que la Confederación del Júcar fue informando de manera intermitente de la cambiante situación del caudal del Poyo, con descensos significativos a lo largo de la jornada, hasta lanzar un aviso definitivo, a las 18:43 horas, cuando ya varias poblaciones estaban inundadas. Eso es un hecho objetivo. Pero esa comunicación se hizo a través de frío un correo electrónico, uno más de los 130 que se habían ido remitiendo en ese día y el anterior. En ese mail se informaba de que el caudal alcanzaba un «valor de 1.686 m³/s mayor de 150 m³/s con tendencia ascendente a las 18:40h». Traducido: un caudal imparable, algo que bien habría merecido una llamada telefónica advirtiendo de la que se venía encima. Ese correo fue enviado al 112 de la Generalitat y también a la delegación de Gobierno. También merece una explicación al hecho de que desde las 16:13 horas, cuando se comunicó un valor de «28.7 m³/s menor de 30 m³/s con tendencia descendente», hasta las 18:43 horas, cuando ya alcanzaba los «1.686 m³/s mayor de 150 m³/s con tendencia ascendente», no se remitió ningún aviso. Es más, a las 17 horas la Generalitat convocó una reunión del Centro de Coordinación Operativo Integrado (CECOPI), con representación de la Confederación, que no realizó ninguna advertencia sobre la gravedad de la situación, ni por parte del presidente del organismo, Miguel Polo, ni de la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé.
Entre las competencias de la confederación no está emitir alertas, es cierto, pero si la de advertir del peligro con mayor insistencia que la exhibida ese martes 29 de octubre. Si toda la amenaza que se cernía sobre Valencia venía contenida en un simple correo, como si fuera uno más de los cientos enviados, habrá que convenir que Teresa Ribera no puede lavarse las manos.