El supremacismo vasco otea un ‘Hassan’

Si aquel rabioso anti español fundador del nacionalismo vasco, conocido como Sabino Arana, hubiera podido escuchar el pasado Aberri Eguna el discurso del nuevo mandamás del PNV, Aitor Esteban, se hubiera llevado la mano a la barba y acto seguido continuaría durmiendo en su tumba.
Hoy el jefe del Partido Nacionalista Vasco (PNV), con destacados ancestros sorianos, por un lado; por otro, el lendakari Imanol Pradales Gil, con un cincuenta por ciento de su ADN procedente de la Ribera del Duero. Claro, que al no tener ocho apellidos vascos pudiera derivarse un mayor radicalismo al abrazar la «patria vasca» o, lo que es lo mismo, un furor ciertamente descriptible a la hora de excitar su nacionalismo en pro de la «España sin romanizar» que demostró el mejor historiador español de todos los tiempos que conocemos como Claudio Sánchez-Albornoz.
Si al señor Esteban, tipo práctico donde los haya, capaz de cambiar de parecer y el voto en pos de unos intereses de tamaño menor, no tiene inconveniente en reconocer que dentro de escaso tiempo es muy posible que mande en el País Vasco un nombre tipo Hassan. Todo el ficticio andamiaje construido desde hace más de un siglo en aquel pequeño territorio montañoso se diluirá como un mal azucarillo. ¿Que puede ocurrir? ¡Vaya si puede suceder! Al fin y al cabo, la historia del mundo no es otra cosa que una sucesión ininterrumpida de acontecimientos escasamente previsibles.
Si llegara el caso histórico que usted anuncia, señor Esteban, los del PNV, que tanto han despreciado al resto de los españoles, hijos de la Península Ibérica, ¿cree que ese Hassan respetará, como lo han hecho los hijos de España, las identidades del pueblo vasco? ¿Entiende que los hassanes de todo tipo y condición se postrarán ante la tumba del santo vasco por excelencia, Ignacio de Loyola? ¿Está convencido de que la amachu de Begoña seguirá siendo un icono para los vascos católicos? ¿Ese lendakari venido desde el Estrecho lucirá turbante o txapela?
El nuevo jefe del nacionalismo vasco (otrora considerado «moderado» porque a su izquierda tuvieron un movimiento terrorista conocido como ETA, que agitaba el árbol) pudiera llevar razón en sus predicciones. En ello coincide con Otegi, el mismo que colaboró en el secuestro de Javier Rupérez, que se denomina a sí mismo como «internacionalista», pero que ya exige medidas para mantener su identidad ante el empuje de la inmigración.
¡Ironías de la vida! Aquellos que contribuyeron por activa o pasiva al éxodo de 200.000 vascos ahora se percatan de que a su pequeño imperio territorial, tan propio, no se le pueden poner puertas ni fronteras.
¡Vivir para ver!