¿Será Siria otra Libia?
Como Irak y como Líbano, Siria ha sido un Estado en cierto modo artificial, creado hace un siglo a partir del imperio turco sobre una taracea de grupos étnicos y religiosos. En su corta existencia han vivido guerras civiles, matanzas, tiranías e invasiones. Después de un régimen despótico, instaurado en 1970 por la dinastía Ásad, de trece años de guerra civil (alimentada por sus vecinos y por potencias distantes), y de la ruina absoluta, la paz y la reconciliación no son posibles.
¿O es que, después de la catástrofe de Afganistán, creemos que la mayoría de la humanidad suspira por elecciones multipartidistas y coches eléctricos?
En 2021, Bashar al-Ásad se sometió por cuarta vez a unas elecciones. Las ganó, como las anteriores, con más del 90% de los votos. Los sufragios en su favor superaron los 13,5 millones. El desmoronamiento de su régimen en una campaña conjunta de sus enemigos de diez días de duración, sin que hayan aparecido esos millones de partidarios, confirma el fraude que fueron.
Los cristianos y los drusos, junto con los alauitas, la confesión islámica a la que pertenece la familia Ásad, pueden ser las poblaciones que más padezcan si se hacen con el poder absoluto los islamistas. La punta de lanza de esta campaña ha sido la Organización para la Liberación del Levante, mandada por el islamista Abu Mohammed al Jawlani, a quien todavía reclama Estados Unidos por terrorista. A las minorías de Oriente Próximo no las protegen las constituciones, ni las misiones de la ONU, sino sus armas y milicias.
Entre los perjudicados extranjeros por el derrumbe del Gobierno de Damasco destaca Rusia. La única base naval en el Mediterráneo de que dispone su armada está en Tartus, en la provincia de Latakia. Salvo resistencia encarnizada de los alauitas y asistencia militar, Moscú puede acabar perdiéndola. En 2015, la aviación, la artillería y la infantería rusas salvaron a Bashar al-Ásad, pero el segundo ejército del mundo está empantanado en Ucrania en una operación militar especial que dura ya 33 meses.
Teherán contaba con Damasco para formar el pretencioso eje de la resistencia contra Israel y Estados Unidos. La república islámica de Irán ha soñado con acceder al Mediterráneo y tener frontera con Israel gracias a un pasillo que se extendiese desde el Líbano (Hezbolá) hasta su propio territorio, pasando por Siria y por Irak.
Por último, la insustancial Europa quizás vuelva a ser el destino de una nueva oleada de refugiados. Algunos ilusos anuncian el regreso a su patria de la diáspora siria, formada por más de cinco millones de personas, desde Suecia a Jordania. ¿Retornar a un país de ajustes de cuentas y donde el 90% de la población está en la pobreza, mientras en Europa se reciben subsidios y se disfruta de paz?
El bando de los beneficiados lo encabeza Israel. Al menos por unos cuantos años, Siria no será plataforma para nuevos ataques. Incluso podría ampliar su escudo territorial de los altos del Golán, que ocupa desde la guerra de 1967, aprovechando el vacío de poder. Un alivio ante la prolongación de la campaña en Gaza. El Banco Central israelí ha calculado que el coste de la guerra en 2025 se aproximará a los 67.000 millones de dólares, a pesar de las cuantiosas ayudas militares y monetarias enviadas por Estados Unidos.
Turquía suprime a un rival, que encima provocaba inestabilidad en su frontera sur. Erdogan, que gobierna Turquía desde 2003, pretende, no ya la adhesión a la UE (aunque sí fondos comunitarios mediante el chantaje con la inmigración), sino la instauración de un área de influencia turca que en cierto modo recupere la del imperio otomano. Ese irredentismo clama venganza contra los árabes.
Estados Unidos, que dispone de pequeñas bases militares en Irak y la Siria liberada, dedicadas sobre todo al antiterrorismo y la vigilancia mediante drones, podrá ampliar su presencia en la región con las antenas apuntando a Irán y Rusia.
¿Qué futuro le aguarda a Siria? Hasta ahora, las intervenciones militares y políticas realizadas por Occidente y varias potencias árabes (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar) con la finalidad o la excusa de la democratización, el derrocamiento de tiranos y la eliminación del terrorismo han concluido en desastres.
Libia está dividida en dos partes y en algunas comarcas la tiranía de Gadafi ha sido reemplazada por la de señores de la guerra, que incluso someten a la esclavitud a inmigrantes del África subsahariana.
Irak se ha convertido en un Estado federal, con prerrogativas para los kurdos en el norte. El laicismo ha sido arrumbado; el islam es fuente de derecho y ninguna ley puede oponerse a sus contenidos. En esta línea, se va a debatir en el Parlamento una reforma que permite el matrimonio de niñas. Dado que los musulmanes chiítas son el principal grupo demográfico, el Gobierno tiende a aproximarse a la potencia protectora de éstos, que es Irán.
En Afganistán, la desordenada retirada de agosto de 2021 ordenada por Joe Biden dio paso a otro gobierno de los talibanes. Miles de vidas occidentales y cientos de miles de millones de dólares y euros quemados para nada.
Siria puede acabar troceada en pequeños estados de facto para satisfacción de sus vecinos. Aunque eso reduciría el conflicto civil a pequeñas escaramuzas en las lindes entre los nuevos cacicatos, los sirios seguirían sufriendo, pero en cantidades soportables para todo el mundo.