Sentido adiós a Victoria Prego

Prego
  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

Creo que el columnista fue uno de los últimos en compartir plató de televisión con la gran cronista de la Transición. Recuerdo que ya estaba aquejada de salud. Sin embargo, mantenía esa lucidez en el análisis desde sus acendradas convicciones democráticas liberales y también por su gran preparación técnico-periodistíca.

Éste es el caso en el que la desaparición de un gran colega y española merece una columna cuando en España, por vez primera también desde la restauración democrática, las banderías feroces y cainitas entre periodistas (o lo que sean algunos) certifican que el sanchismo está cosechando éxito en su empeño por levantar el «muro».

Prego, recuerdo, sentía verdadera pena por contemplar su país envuelto en el olvido de todavía cercanas tragedias y, sobre todo, se lamentaba de que la generación de la Transición no hubiera sido capaz de explicar a los que han llegado más tarde el «milagro» que aquello supuso, un hito de consideraciones históricas. No puedo estar más de acuerdo.

Es cierto lo que a propósito de la desaparición de Victoria Prego (Toya para los amigos) ha escrito algún buen conocedor de la gallega. No le gustaba lo que estaba viendo hoy en España. Prego quería el consenso nacional en las cosas fundamentales; deseaba la profundización de las libertades en un marco de tolerancia entre aspiraciones e ideologías diferentes. Odiaba profundamente la «España de los garrotazos» y aspiraba a lo que fue el santo y seña de aquel impresionante periodo en el que los españoles dieron una lección al mundo: libertad, paz, democracia y pan.

Seguramente a estas horas Toya esté enseñando allá arriba ese periodo a los ángeles absortos, con ese talento innato para describir y enfatizar lo sustancial frente a lo accesorio.

¡Hasta que volvamos a encontrarnos, Victoria!

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