Sarna ideológica

Sarna ideológica
Sarna ideológica

El libro de Ángela Vallvey, “Ateísmo ideológico, la ruina de las ideologías”, arroja luz sobre nuestro tiempo, tan confuso. Vivimos en un laberinto de ramificaciones oscuras al que nos condujo este caótico Gobierno con sus bandas siniestras (nunca mejor dicho): sanchistas y bolcheviques, lo mejor de cada casa. Unos y otros todavía no se han enterado de que cuanto más se apartan de la gente, más tardarán en regresar a la realidad. Viven en una nube, igual que pájaros en extinción. Se resisten a admitir que, tras haber hecho todo mal, las elecciones los pueden borrar del mapa político y obligarlos a mendigar asilo en la cruel dictadura de Maduro, donde serán acogidos con los brazos abiertos y vítores, cual héroes, al tratarse de damnificados por las urnas.

Vallvey, siempre lúcida, afirma que hoy “el aparato ideológico del Estado no utiliza la violencia, sino la ideología” y sugiere que “la ideología suele ser otra forma de violencia, más sutil, pero también más eficaz, que los aparatos represivos”. He aquí un valiente análisis que se puede aplicar a lo que practica el sanchismo, en connivencia con el marxismo, para anular y empobrecer a los ciudadanos. Así nos va. Vallvey insiste: “La clase media, que se había erigido en sustentadora de la democracia, está viviendo su ocaso”. Los macabros planes de la coalición iban viento en popa a toda vela hasta que Feijóo los hundió en las encuestas y convirtió a los ineptos en náufragos.

Preso de su narcisismo, Dorian Grey vendió su alma al diablo a cambio de no envejecer jamás. Y Sánchez, sin haber leído a Oscar Wilde, plagia a Grey y decide no abandonar nunca la Moncloa. Un gobernante zumbado, suele acabar mal, más aún si utiliza el “comunismo emocional”, para hipnotizar a los ciudadanos que desprecia, engaña y tritura con impuestos abusivos. La gente sabe distinguir a un frívolo que usa la economía en beneficio propio y con la que compra a los que le mantienen en el poder, del político austero, que se preocupa por el bienestar y el futuro de los españoles. Por eso Feijóo sube en cada encuesta que se publica, mientras el déspota cae, como hojas en otoño.

Y, volviendo a “Ateísmo ideológico”, cabe remarcar que Vallvey ha tenido el buen gusto, además de la prudencia legal, de no mencionar por su nombre a políticos que están construyendo el edificio de la desgracia histórica – política, social, económica… – de España. Pero su análisis revela el secreto del éxito de quienes trabajan para el estado de su propio bienestar, en vez de para el bienestar del Estado. El quid de la cuestión, según la autora, es que vivimos en un mundo de “creyentes histéricos” dispuestos a morir o, mejor dicho, a dejarse matar, depauperar y arruinar con la papeleta del voto útil “para los suyos” en la mano. No importa que les tiren a la cabeza y al bolsillo bombas caducadas como las de Putin, pues “tales creyentes” se dejan masacrar encantados, siempre que las lancen los de su partido. De ahí que algunos políticos suicidas se hundan en las encuestas y en las urnas, aunque arruinen a España. O sea, que va a ser verdad que la sarna ideológica, si se coge con gusto, no pica.

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