Sánchez tiene un problema: la UE

El escribidor hace un esfuerzo por comprender aquellos que reprochan a la Unión Europea su teórica pasividad ante los problemas domésticos de España. No comparto esta tesis en absoluto. ¿Qué pasaría en este país en estos momentos sin su pertenencia a la primera transnacional política del mundo? No existiría como tal. Sucede, sin embargo, que los gobiernos europeos piensan, por ejemplo, que ayudaron a España cuando la revuelta secesionista de Puigdemont y Junqueras, y luego el Ejecutivo español, con sus indultos y trapicheos con los sediciosos, les dejó con sus partes pudendas al aire. Es una queja muy razonable.
Si se analiza con rigor, con la razón y sin vísceras galopantes, lo que la Unión Europea ha dicho tras el asalto gubernamental al CGPJ y al Tribunal Constitucional, habrá que convenir como primera providencia que Sánchez y sus variopintos coaligados no quedan precisamente en muy buen lugar. El varapalo, sin utilizar palabras gruesas ni exabruptos, es de los que hacen historia europea. En primer lugar, que las reformas que se persiguen hay que hacerlas atendiendo al ordenamiento jurídico serio, esto es, con informes preceptivos, con consultas a los órganos pertinentes y respetando la legalidad vigente. En segundo lugar, lo más importante, que los jueces elijan a los jueces y, finalmente, que la separación de poderes se compadece mal con una coyuntural mayoría parlamentaria imponiendo un irredento rodillo.
En Bruselas, ni siquiera hace falta ya que vaya el conjunto de la oposición a decirles lo que está pasando en la España de Sánchez. Lo conocen perfectamente. Don Pedro cree, así se lo suele comentar a su ‘círculo interior’, que con agradar a la señora Von der Leyen -¡Ursula, por favor!-está todo dicho y ganado. En muchos ambientes de la capital comunitaria optan por equiparar los procederes de Sánchez con los perpetrados por Viktor Orbán, el húngaro. Cierto es que en direcciones opuestas. Atinados están, desde luego. La UE, se pongan como deseen, es el gran parapeto de la democracia española. Una ‘línea Maginot’ infranqueable. Antes los españoles, obviamente, deben demostrar a los socios democráticos que con capaces de defenderse así mismos.