Sánchez presume de «empatía» (ja, ja, ja)
Hace falta estar mal del tanque para que un jefe de gobierno que no puede pisar la calle por temor a que la increpe la población alardee de «empatía»; hace falta estar muy desesperado para después de huir con alma que lleva diablo ante indignados vecinos de Paiporta (Valencia) se presente como el «cariño» del pueblo.
Recordar al lector que hace tan sólo unas semanas pidió en una de sus conversaciones consigo mismo que los ciudadanos salieran a última hora de la tarde a aplaudirle en ventanas y balcones. Nula respuesta. Nula es nula.
Como cuando tiene un ataque de realismo observa que se ha ganado a pulso que una mayoría de españoles ni le crea, ni le respete después de tanta engañifa y tomadura de pelo, decide acudir a su comodín preferido, Franco, Franco, Franco. El émulo del Caudillo, personaje histórico que importa muy poco a una inmensa mayoría de españoles de hoy, pretende con tan grosero manoseo inyectar en vena en sus cada vez menores apoyos; pretende que insuflando desde el poder constituido radicalismo por doquier los zurditos aprieten las filas a su alrededor como siempre han hecho los autócratas.
Sánchez equivoca el halago que recibe de sus beneficiados (siempre por cuenta del contribuyente, naturalmente) con la empatía natural que surge del pueblo llano y de las buenas gentes de España. Equivoca intencionadamente la defensa que de él hace la bien regada brunete mediática (por precio, obviamente) con el afecto sincero que surge entre un dirigente sensato y bienintencionado y sus gobernados.
Presumir de «empatía» hacia su persona y la de su esposa no hace otra cosa que confirmar lo que todo el mundo sabe y conoce a estas alturas de su documental: que tiene una tendencia patológica a entender España, el poder constitucional y el mundo mundial consigo mismo y sus propios intereses.
Mientras se le ocurre alguna otra paqueirada, ya saben: Franco, Franco, Franco.
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