Sánchez, ni barcos ni honra

Dentro de una semana, salvo imprevisto, el TC avalará la constitucionalidad de la ignominiosa Ley de Amnistía con la que Pedro Sánchez entregó la dignidad del Estado a los separatistas catalanes a cambio de mantenerse en el poder. España por siete votos, un trueque innoble que será refrendado por la mayoría sanchista del Tribunal Constitucional. Es cierto que eso no significará que Carles Puigdemont pueda regresar inmediatamente, pues el Supremo entiende que el delito de malversación que pende sobre la figura del presidente de Junts queda fuera de los delitos amnistiados. Estamos ante un proceso que puede dilatarse en el tiempo. Para eso -para saber si se despeja o no el horizonte penal de los separatistas catalanes- habrá que esperar, pero para constatar que Sánchez se embarcó en un viaje hacia ninguna parte y que para ese viaje no hacían falta alforjas no cabe esperar mucho más de lo que se prolongue su agonía política.
Sánchez ofreció el Estado a cambio del Gobierno y hoy ya podemos concluir que su obscena cesión a los independentistas ha derivado en un Ejecutivo en situación crítica, sepultado por la corrupción, y en un Estado sometido al acoso permanente de un autócrata que ahora se resiste desesperadamente a abandonar el poder. Ni la amnistía, ni su claudicación permanente ante los separatistas y proetarras le ha servido para garantizarse un poder que se cuartea a medida que vamos conociendo cómo el PSOE -en los puestos de mando- actuó durante el sanchismo más como una organización criminal que como un partido político. Dentro de una semana, la mayoría sanchista del TC constitucionalizará una ley obscena que, sin embargo, todo apunta a que no le servirá a Sánchez más que para cargar de por vida con el peso del oprobio. «Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra», reza la mítica frase que conforma nuestra identidad nacional. En el caso de Pedro Sánchez, «ni barcos ni honra»