Sánchez invita, paga España

Redondo Terreros
  • Pedro Corral
  • Escritor, investigador de la Guerra Civil y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

«El bloque plurinacional del que ya forma parte el sanchismo le exige tener el pago de la cuota al día». Podría ser la continuación de la celebérrima trilogía dedicada por Luis García Berlanga a nuestro ruedo ibérico, ahora que parece que quieren someternos a un nuevo régimen. El PSOE ya ha empezado a dar ejemplo, adelgazando su línea democrática con la expulsión del partido de Nicolás Redondo Terreros, como aquellos «michelines del partido, la grasa que nos sobra» que dijo Xabier Arzalluz de los críticos del PNV, entre ellos Iñaki Azcuna o Joseba Arregui, que reclamaban no dar la mano a los que justificaban o no rechazaban el terrorismo de ETA. Sabia advertencia, con nostálgicas resonancias para algunos, ahora que los de Ortuzar están a punto de darles también los brazos, las piernas y parte del tronco a los de Otegi, según las últimas encuestas.

Redondo Terreros es un histórico por naturaleza y por genealogía de aquel socialismo excepcional, hecho excepción, digo, que creyó que tenía sentido una España abierta y plural, de convivencia entre alternativas políticas parejas en legitimidad, capaces de fundirse en un solo proyecto político ante los desafíos a la libertad y la unidad de los españoles. Ha sido expulsado de su partido por mostrar su rechazo genuinamente progresista, por democrático y liberal, que muchos compartimos, a una posible amnistía a los golpistas que quisieron imponer el 1-O sus cavernarias determinaciones en Cataluña contra buena parte de los propios catalanes y contra el resto de los españoles.

Resulta lógico que quien se jugó la vida en el País Vasco para defender una España de ciudadanos libres e iguales, se resista a aceptar los dogmas porcinos de Rebelión en la granja –«Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros»– que parece hacer suyos Pedro Sánchez para poder renovar la tapicería de los asientos del Falcon.

A quien se oponga en el PSOE a que el precio por tal renovación sea el de la desactivación de nuestro Estado de derecho, ya está avisado. En esto, Sánchez se muestra ya tan rotundamente supremacista como sus aliados, hasta el punto de proclamarse el único representante genuino del nuevo socialismo, en su caso desigualitario, arbitrario y autoritario.

Merece la pena recordar lo que contestó entonces Joseba Arregui, todo responsabilidad y bonhomía, a la dieta de Arzalluz contra los «michelines». «Todos tenemos derecho a tener una cierta reserva (de grasa) cuando llegamos a cierta edad, pero lo importante es que los problemas de este país no son de michelines, son bastante más serios», respondió Arregui, convertido en conspicuo representante de la flema vasca, que existe, y no hay más que ver a mi amigo Carlos Urquijo.

Así que en estas estamos, en plena regresión de nuestros gobernantes en funciones al estado infantil en que los demás tienen la culpa de todo porque no les comprenden, como aquel pollo Calimero que se negaba a madurar de tal manera que seguía teniendo aún medio cascarón en la cabeza.

Pero hoy el síntoma más extendido del infantilismo es culpar al adversario de lo que tú mismo haces con el propósito de ocultar que el culpable de verdad eres tú. Ya vimos la demostración en la pasada campaña electoral, cuando Sánchez intentó adjudicar la mentira al contrincante siendo él quien viene ostentando en el último lustro el dominio monopolístico de la misma, empezando por la urna detrás de la cortina de Ferraz.

La impostada alocución de la portavoz Isabel Rodríguez culpando a Aznar de maniobras golpistas por hacer un llamamiento a la movilización democrática en defensa de la Constitución es un caso que deberá estudiarse en el futuro, no digo en las universidades, sino en las escuelas infantiles para detectar a qué criatura hay que cambiarle urgentemente el pañal cuando esté señalando los de los demás.

Infantil es también proclamar, como el presidente del Gobierno en funciones, que la única intención de Feijóo es tener el poder y que no gobierne el PSOE, ocultando que el líder del PP ha ofrecido seis pactos de Estado sobre cuestiones inaplazables –regeneración democrática, Estado del bienestar, saneamiento económico, financiación autonómica, agua y familias– y convocar elecciones en dos años si Sánchez le permite su investidura.

Todo para evitar que los independentistas tengan en su poder el maletín nuclear contra la España constitucional que el PSOE parece estar dispuesto a entregarles en aras de su objetivo común: condenar al ostracismo de la ilegitimidad cualquier posible alternativa al bloque plurinacional del que el sanchismo ya es parte medular.

Sánchez ha optado por hacer cruzar a su partido al otro lado del espejo, junto a los fantasmas disolventes, separadores, desalentadores que pretendían convencernos del atavismo de una España sin solución, anomalía histórica, fracaso garantizado, solar del cainismo irredento. Todos los espectros que se lograron conjurar mediante el acuerdo constitucional de 1978 que ahora precisamente se quiere desarticular.

Pasado con todas consecuencias a aquel lado del espejo en medio de las voces de alarma de muchos veteranos socialistas, sus socios le exigen naturalmente tener el pago de la cuota al día, que Sánchez va desembolsando con la ilusión del advenedizo. Por supuesto, esta es una cuota creciente a medida que se va satisfaciendo, como establecen las normas de un club tan distinguido en socializar los chantajes.
Ahí tiene Sánchez un posible lema para su soñado escudo presidencial: «Yo invito, paga España».

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