El Rey que buscaba Sánchez

La España monárquica, entre cuya mayoría se encuentra quien esto escribe, vive en los últimos tiempos con la duda detrás de la oreja por los comportamientos del primero de los españoles. No se entiende cierta asunción de incompetencia sólo por respeto a su papel institucional y tampoco el servilismo en exceso con el que complace a un Gobierno liberticida que busca, precisamente, modificar la forma del Estado, en cuya cúspide se encuentra su figura como Rey. Pero de eso hablaremos luego. Ayer se honraba a la nación, como cada doce de octubre, y la nación ha visto cómo entre unos y otros le robaban el protagonismo que merece su historia y legado.
La decisión de Abascal de no acudir al palco de autoridades para no coincidir con Sánchez y Feijóo -normalizar la anormalidad- se puede entender desde una concepción estratégica y partidista siempre y cuando asumamos ya que la España de partidos es, ante todo, los intereses de estos por encima de los de la nación que les permite ejercer de medio y herramienta. Así se configuró desde la Transición y nada ha cambiado desde entonces. En esa tesitura, que el líder de Vox decida entremezclarse con el populacho en tan señalada fecha no debe desmerecer la crítica de quienes pensamos, al igual que gran parte de su base electoral, que hoy no era el día para acciones de pecho populista, porque no se honraba a Sánchez, ni al Rey, ni siquiera a las Fuerzas Armadas, sino a España, a la nación y a sus símbolos. Y ahí, no hay mejor estatus moral y honra personal que estar donde los españoles te han puesto.
El merecido desafecto sobre Sánchez no puede imponerse sobre la responsabilidad política, y menos aún, cuando los que estaban en la calle silbando al autócrata felón son los mismos que te ven como el más indicado para la renovación moral e institucional que requiere el país. En esa unidad nacional que muchos ven una quimera, el tacticismo político es hoy una rémora que perjudica lo que más conviene al futuro de España y de sus ciudadanos: la salida y hundimiento del proyecto sanchista.
Sin embargo, no le falta razón a quienes llevan meses advirtiendo (Abascal también) de la deriva de Felipe VI en cuanto a su agenda controlada y sus discursos intervenidos, confundiendo protocolo con prerrogativas e institucionalidad constitucional con deber moral. A estas horas, Casa Real sigue sin felicitar a María Corina Machado por el merecido reconocimiento como nuevo Premio Nobel de la Paz. El mismo Rey que felicitó a Juan Manuel Santos y a Barack Obama (aquí, aún siendo Príncipe de Asturias), niega ahora su función diplomática y de embajador y hace mutis por un foro que cada vez entiende menos ciertas actitudes e sobreactuaciones. El mismo Rey que honró la unidad nacional un tres de octubre de 2017 contra el golpismo separatista catalán no puede ser el mismo monarca que suscribe hoy el argumentario sanchista, aliado principal de ese golpismo que condenó.
En Zarzuela, hace mucho tiempo que quienes asesoran al Rey en términos políticos y comunicativos proceden de cenáculos vinculados al PSOE y a una izquierda cómoda con la causa federal. Haría mal Felipe VI en dejarse aconsejar por aquellos que parecen contentar más a Sánchez y a los republicanos de guillotina que a quienes defendemos la monarquía parlamentaria y a su resuelto papel constitucional en ella.
La estrategia de Sánchez consiste en enfrentar al Rey con su soporte sociológico, y esto es lo que Felipe VI debe entender, y por ende, reaccionar, antes de que acabe replicando a la fuerza lo que su ancestro Alfonso XIII realizó hace casi un siglo, cuando, atemorizado por las hordas zurdas que buscaban replicar el bolchevismo que asesinó a los zares en Rusia, abandonó a su suerte a la España monárquica que respaldó en las urnas su continuidad y la de los partidos que le representaban. Su reciente discurso en la ONU y su silencio ante el Nobel de una luchadora por la libertad es indigno de la institución que dirige y su figura como primer embajador de España, así como del liderazgo nacional y moral que la mayoría del pueblo español espera de él. Aún está a tiempo, Majestad, de soltarse de las cadenas republicanas y progres que en Palacio le susurran de forma equivocada, irresponsable y con rumbo a un precipicio sin retorno.