El «rescate» sanchista de Cataluña

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Quien piense que Sánchez actúa priorizando ante todo y sobre todo sus intereses y conveniencias y en especial el dar satisfacción a su afán de poder seguir en la Moncloa, se equivoca totalmente. Ayer en Barcelona, y ante sus conmilitones del PSC dio la explicación del porqué de su política: «Hay que rescatar Cataluña. No hay otro camino». Y para que quede claro por si alguien no lo había entendido, remachó: «Hay que sacar la política de los juzgados», que es la versión sanchista de la desjudicialización de la política que demandan los separatistas.

El argumento da una idea clara del concepto que tiene de los españoles, porque es de tal nivel de cinismo que resulta ofensivo para cualquier persona con un mínimo de sentido común, sin hablar ya de patriotismo. Por supuesto que su actuación no tiene nada que ver con el hecho de que sin el apoyo de los separatistas republicanos y los filoBildus no hubiera accedido al Gobierno -con aquella desdichada moción de censura- ni podría continuar durmiendo plácidamente en la Moncloa. Su radical cambio de posición ante el secesionismo y su difícil coexistencia con la verdad es algo que para una persona instalada en la postverdad no tiene importancia, porque él encarna lo que conviene a España. Sus pulsiones autocráticas comienzan a ser preocupantes por decirlo en términos suaves y la crispación vivida en el Congreso no es ajena a todo ello.

En cuanto a decir que hay que «rescatar» a Cataluña exige aclaraciones por su parte. ¿De quién y de qué hay que rescatar a Cataluña? Según el presidente del Gobierno de España, parecería que de la confrontación y la división, instalada en la sociedad catalana. Y su conclusión es darles a los que han provocado esa situación lo que desean. Indultos sin arrepentimiento ninguno, voluntad de reincidir en su actuación secesionista vulnerando todo el orden constitucional y estatutario, y además  facilitarles su reincidencia desjudicializando esa «política», «sacándola de los juzgados». Lo que dice es un despropósito de tal entidad, que resulta difícil de entender dicho por quien preside el Gobierno de España si se piensa con lógica elemental. «Sacar esa política de los juzgados» significa que atentar contra la unidad nacional, actuando desde las instituciones y vulnerando la ley sea un derecho, o mejor, que los políticos separatistas gocen de impunidad legal para sus acciones. Que la reivindiquen Puigdemont, Junqueras y compañía, tiene su explicación, pero que la haga suya quien tiene como misión esencial garantizar el orden constitucional es inadmisible. Una concesión de tal calibre sólo sería teóricamente aceptable como fruto de un auténtico pacto de Estado con la oposición, y que ese pacto fuera aceptado por los políticos separatistas públicamente bajo la premisa de su correspondiente penalización agravada caso de reincidencia.

Pero lo que ha hecho Sánchez es concederles lo que querían a cambio de nada y sin ningún acuerdo con nadie más. Rectificando: a cambio de mantenerle en la Moncloa. Sin duda que su actuación es merecedora de una moción de censura y aunque numéricamente esté perdida, políticamente puede y debe ganarse. El ejemplo de la presentada por Felipe González contra Adolfo Suárez en 1980, es un precedente a no olvidar a estos efectos. Razones para defenderla desde la tribuna del Congreso bastan y sobran como vemos. La sensación de impunidad que Sánchez tiene por sus hechos no puede eternizarse, porque el daño provocado puede ser irreparable.  Sin  delito de sedición y sin condena por desviar fondos públicos para financiar otro procés, el Estado de derecho está carente de instrumentos -salvo el artículo 8- para restablecer la legalidad. Que Puigdemont y Junqueras estén felices es comprensible; jamás podían imaginar una situación como la actual tan favorable para sus deseos. Todos los textos constitucionales recogen el delito de traición como un tipo penal de la máxima gravedad. Nuestra Carta Magna no es una excepción y lo recoge en su Título IV, en el artículo 102. La actual correlación de fuerzas en el Congreso lo hace inviable, pero de seguir por esta senda sanchista, el futuro está ahí escrito

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