¿Quién ocupará el espacio de Ciudadanos?
En una campaña electoral, más importante que el relato a contar es el relato que ya se ha contado. Casi nadie modifica su opción de voto por lo que escucha en dos semanas de mitines y entrevistas si antes no les has alterado el ánimo durante la legislatura. Las sorpresas en política se circunscriben a contextos multipartidistas de equilibrio constante, rara vez en una alternancia bipartidista con coyunturales aliados laterales. De ahí que ya estén los eslóganes dispuestos, los mantras preparados y los mensajes llamados a filas para ir desfilando por medios y redes mientras la ciudadanía observa hastiada cómo le intentan seducir los mismos casanovas de siempre.
La campaña se gana en la narrativa que construye un posicionamiento determinado en la mente del votante de una manera definida. La identificación de este con la causa, proyecto o idea dependerá de varios factores, a saber: conocimiento y aceptación del candidato, que la alternativa política en la decisión binaria que tome (el ciudadano), siempre por contraste, sea peor y la perciba como más negativa, y que el miedo de mantener o cambiar supere a la esperanza por los mismos factores. Y en esa tesitura, Sánchez pretende repetir con el miedo, y Feijóo, conquistar desde la esperanza. El voto contestatario se repartirá de nuevo entre Vox, Podemos y la abstención.
Feijóo quiere gobernar en solitario, pero no sólo. Quiere hacerlo con los votos que la abstención del PSOE le regale y a cambio se comprometerá a no derogar demasiado lo que el sanchismo ha dejado a los españoles como legado legislativo. Para que le cuadren las cuentas, el gallego aspira a conseguir un número de escaños que oscile entre los ciento cincuenta y ciento sesenta, con los que presentar un programa de gobierno que justifique carteras uniformes de color azul. El escenario que persiguen en Génova es similar al que elevó a Ayuso a los altares de Madrid. Que otro me apoye en la investidura, pero aquí mando yo. Resulta que ese otro, Vox, sigue anclado en el 15% de intención de voto que le haría superar el medio centenar de escaños y por tanto, convertirse en fuerza decisiva tras las generales. Lo que a España conviene a ninguno le sucede y viceversa. A Vox le atrae la idea de un PP que pastelee con el PSOE en el continuo reparto institucional y al PP le pone susurrar al socialista moderado (permítanme el oxímoron) a la causa centrista y centrada antes que integrar a Vox en la partida, en un intento posmoderno de unificación del centro derecha. Los populares no ven en Vox el socio útil que sí observaron en Ciudadanos, con Castilla y León como campo de experimento preventivo, pero ambos deberían tener en cuenta lo que sucede cuando integras al pez chico como parte contratante del pez grande. Por eso uno no quiere y el otro se resiste.
Sí tengo clara una cosa: si el PP busca la abstención socialista tras las generales para gobernar en solitario, las leyes del sanchismo no se derogarán nunca. Será el primer bloqueo que exija el PSOE a cambio.
Una vez las cartas se pongan boca arriba, quedará por discernir la ocupación del único espacio sociológico a cubrir a corto y medio plazo: el que dejará Ciudadanos, formación que mantendrá su moribunda marca pero que ya no tendrá ni relevancia ni ascendencia para gobernar o equilibrar gobiernos. Su proyecto ideológico, en cambio, seguirá vivo, así como el espectro de votante cuya orfandad será disputada por formaciones existentes o emergentes. Regresamos a la España que reclama sensatez y razón, armas que en política dejan un hueco amplio de penetración en contextos polarizados. Volvemos a una sociedad necesitada de liderazgos que defiendan las libertades individuales frente a los dogmas establecidos, que representen la firmeza resistente ante las injusticias existentes y que abanderen la lógica del acuerdo frente a la radicalidad y el desatino. Un partido que sea la casa común del sentido común. Entiendo que para muchos, sea imposible creer (y votar) lo que no existe.