¿Y por qué no te vas, Carmena?
Manuela Carmena nunca debió ser alcaldesa y así lo reflejan tanto el balance de su trabajo como su propia voluntad. La jefa del consistorio madrileño, la marca blanca de Pablo Iglesias, la marioneta de esa guardería de macarras capitaneada por los Maestres, Zapatas y Sotos, se ha quedado sin pilas a los 5 meses de ostentar el cargo. Prácticamente, en la etapa prólogo de una carrera de cuatro años que nunca debió comenzar ya que las elecciones las ganó Esperanza Aguirre. Sólo el PSOE del marginado Carmona propició que se consumara el desastre y que aquel sucedáneo podemita rigiera los asuntos públicos de todos los madrileños con el paupérrimo balance que ahora padecen.
La confesión de Carmena a Maruja Torres es, de tan pública y desidiosa, una obscenidad. Estamos hablando de la regidora de Madrid, la capital del Estado con más de tres millones de habitantes, referencia indiscutible de España —más ahora que Barcelona está secuestrada por Colau y Pisarello— y que debería de ser la bandera de un país en recuperación. Lejos de eso, nos encontramos con una mujer de 71 años a la que la energía y la determinación por la ciudad le han durado menos que un bostezo.
En el corto espacio de tiempo que lleva al frente del Palacio de Comunicaciones, Madrid se ha convertido en un basurero donde los desechos carcomen su espléndido conjunto histórico-artístico y los coches quedan encajonados en las calles del centro como si estuvieran metidos en una gigantesca lata de sardinas. Si usted da una vuelta cualquier mañana desde Moncloa hasta Plaza de España, pasando por Argüelles y los aledaños del Templo de Debod, sabrá exactamente que significa suciedad en grado superlativo.
Este es el Madrid que ha conseguido Manuela en menos de la mitad de un año. Un Madrid donde las Carmenadas surgen como las setas en otoño: aparcamientos sólo para mujeres, universitarios barriendo las calles, retraso en el alumbrado de Navidad… Por todo ese alarde de chapuza y desorden dice sentirse sobrepasada. No es para menos. Aunque, si está tan hastiada, tendría que pensar en ese verbo tan arcano entre la clase política: dimitir. Y así renunciar al sueldo de 100.000 euros anuales que abomban su bolsillo izquierdo y que para sí querrían muchas familias. Un sueldo que nunca se bajó tal y como, al igual que su equipo, había prometido.
Debe, por tanto, dejar la cómoda dirección de ese equipo de gobierno con ínclitos como Rita la Asaltacapillas, el indigno Zapata o Robespierre Soto, el amigo de las guillotinas. Dimitir, en definitiva, de seguir haciendo el ridículo día tras día sin solución de continuidad para total vergüenza y desesperación de esa mayoría de madrileños que nunca la votó y que han tenido la oportunidad de presenciar con estupor como ni siquiera ha sido capaz de condenar con determinación las matanzas de los islamistas radicales en París.
La confesión de hoy es, en definitiva, la última demostración de que su investidura fue un total error. Una maniobra de Pablo Iglesias y Tania Sánchez para hacerse con el poder en Madrid, en lo que concibieron como su trampolín a Moncloa… Cinco meses después, Podemos besa la lona en todas las encuestas y, desgraciadamente, Madrid es una sombra de lo que podría llegar a ser.
Si de verdad tuvieran sentido de la responsabilidad en el partido morado, si les importaran los ciudadanos más que los cargos, tras la declaración de hoy, Carmena no debería de estar ni un minuto más sentada en frente de Cibeles por pura incapacidad.
Por eso, y ante el dantesco espectáculo de esta gobernante que parece más un personaje de Valle-Inclán que una política de cuarta, sólo podemos formular la más sensata de todas las preguntas: ¿Y por qué no te vas, Carmena?