¿Por qué se defienden como liberales cuando son posmodernos?

¿Por qué se defienden como liberales cuando son posmodernos?

Cuando la otrora secretaria de Estado de Igualdad y Contra la Violencia de género, Ángela Rodríguez Pam, se quejó de la falta de «personas gordas» en el Congreso de los Diputados, la mayoría de españoles se lo tomaron a broma. Otra pamada, pensaron. Pero Pam no hablaba a humo de pajas. «Yo al principio, en el Congreso, dedicaba mucho tiempo a pensar cuántas personas gordas había», reflexionaba la mano derecha de Irene Montero. A la política, proseguía, «aún le falta mucha diversidad» y debería hablarse mucho más de ello. «Me gustaría que otras mujeres que tengan cuerpos diversos también sientan que el espacio público y el poder es para ellas», apostillaba antes de lanzar una profunda reflexión al feminismo, «la defensa de un feminismo para todas las mujeres implica repensar de forma crítica cómo muchas mujeres han tenido un estatus inferior en el acceso a derechos y también en el acceso a la vida pública por ser gitanas, trans, lesbianas, sin estudios o pobres. También y mucho, por ser gordas».

La lugarteniente de Irene Montero sólo estaba diciendo en voz alta lo que piensa el feminismo de última generación: la gordura es la base de una nueva identidad más, una identidad que naturalmente no debe mitigarse yendo a un gimnasio o haciendo ejercicio sino que, como la minusvalía o la discapacidad, es un constructo de una sociedad poco acogedora de las personas gordas a las que consciente o inconscientemente se les obliga a estar delgadas.

En definitiva, lo que nos dicen los posmodernos es que la gordura no es una realidad objetiva y universal sino una nueva identidad que configura un nuevo colectivo de víctimas a las que hay que proteger en «espacios seguros» y reparar por los daños pretéritos a menos que uno quiera caer en la «gordofobia», el enésimo pecado (fobia) contra la Santa Diversidad. La apelación a la sacrosanta diversidad no es más que la celebración de la gordura y, en consecuencia, el rechazo de cualquier terapia médica que ponga fin al exceso de kilos. La medicina, para los posmodernos, es una más de las muchas formas de conocimiento existentes y que, en Occidente, sólo obedece a las jerarquías de poder. No debería gozar en ningún caso de un estatus superior frente a otros tipos de conocimiento más rudimentarios.

La gordura se añade así a otras identidades como la transexualidad, la fealdad o el lesbianismo, cuyas desventajas se sumarían al hecho de ser mujer. Una mujer bella y esbelta tiene más ventajas en la vida que otra fea y gorda, algo que la sociedad, no la propia víctima, debería reparar de algún modo. La teoría de la interseccionalidad afirma que si ser mujer y ser gordo por separado ya supone partir con desventaja, ser mujer y gorda a la vez multiplica estas desventajas.

Todo esto en 2023 todavía nos podía parecer un disparate a la mayoría de españoles pero no cabe duda de que Pam está al día de lo que se cuece en los círculos universitarios dedicados a los «estudios de género» donde el feminismo interseccional (el mismo que cuestiona la existencia de la mujer como categoría sexual) es dominante tras haber arrasado en los últimos años a otros tipos de feminismos como el materialista o el radical, no digamos ya al feminismo liberal que sólo aspiraba a la igualdad ante la ley y a la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.

Digamos que una adelantada a su tiempo como Pam se apresuró a pregonar la nueva verdad posmoderna (la gordura como identidad) antes de que la sociedad española estuviera preparada para entenderla, de ahí el pitorreo y el cachondeo que provocaron sus manifestaciones. Se trata de un riesgo que corren los posmodernos, cuyas teorías son cada vez más sofisticadas, rebuscadas y alejadas de la realidad de modo que de primeras resultan vetadas al entendimiento del común de los mortales al que sólo le provocan estupefacción.

Marta Carrió y su «no hay personas ilegales»

Los delirios woke tampoco son ajenos a nuestros políticos en Baleares. Un ejemplo notable lo tenemos en la psicóloga de Més per Mallorca, Marta Carrió, que nos ilustra siempre que puede asegurándonos de que «no hay personas ilegales», en su defensa acalorada de la inmigración irregular. Por supuesto, lo que hay son «ciudadanos ilegales en España», no «personas ilegales» porque la legalidad va ligada al concepto de ciudadano nacional, no al de persona. Según la posmoderna Carrió, el argelino que llega en patera a las costas de Santanyí o el marroquí que asalta la valla de Melilla no se convierten en ilegales en España bajo su propia responsabilidad y por su libre decisión de entrar en un país extranjero sin contar con los pertinentes permisos de estancia o residencia. No, para Carrió es la Administración española la que los convierte en ilegales al ser «personas atrapadas en un sistema que les hace estar en una situación administrativa irregular».

La culpa, una vez más, es del sistema, no de uno mismo pese a tomar las decisiones en libertad y bajo su propia responsabilidad. Se trata de un planteamiento típicamente posmoderno puesto que el posmodernismo niega la responsabilidad individual y las decisiones tomadas en libertad. Naturalmente, quien le recuerde a Carrió las innegables consecuencias de la inmigración irregular será denigrado por la diputada de Més que le contestará que lo que genera de verdad problemas sociales son las «políticas de odio» que «niegan los derechos básicos» de los inmigrantes ilegales, atribuyendo estas «políticas de odio» a los desalmados que no ven a estas nuevas víctimas (los inmigrantes ilegales) lo «bastante humanas» por razones de origen, cultura, aspecto, religión o pobreza.

El disfraz liberal de los posmodernos vergonzantes

El posmodernismo con su política de identidades y diversidades es la ideología dominante en la izquierda española. No hay ideología más opuesta al liberalismo que, pese a su debilitamiento a causa de los envites identitarios, sigue conformando a pesar de todo la argamasa de los regímenes demoliberales. La izquierda española, cuya originalidad en el mundo de las ideas es sencillamente nula, es perfectamente consciente de que los postulados posmodernos chirrían con lo que piensa la inmensa mayoría de españoles, no ya los de derechas a los que tiene como unos retrasados que no han sabido evolucionar como ellos, sino también una parte nada desdeñable de sus votantes de izquierdas.

De ahí que tenga que medir muy bien los tiempos a menos que quiera caer en el ridículo más espantoso como le ocurrió a Pam por salir a la palestra a cantar la buena nueva antes de tiempo. Medir los tiempos y olisquear adecuadamente si la sociedad está o no preparada para introducir nuevas cosmovisiones del ser humano es capital. A veces, ante los ataques certeros de sus adversarios, el posmodernismo opta por negarse a sí mismo, renuncia a sí mismo. Hasta que las nuevas ideas no se han vuelto dominantes o al menos no se han normalizado socialmente, la izquierda posmoderna se comporta de forma vergonzante, ocultando aquellas aristas más punzantes que sabe que pueden restarle crédito ante la opinión pública.

La estrategia preferida por la izquierda posmoderna consiste en defenderse como si fueran liberales para dejar al adversario crítico como un retrógrado tradicionalista contrario a los progresos sociales… debidos precisamente al liberalismo. Se trata de una paradoja dialéctica curiosa: al atacar desde el liberalismo las posiciones del posmodernismo identitario, la izquierda esconde su posmodernismo y se disfraza de liberal para dejar al atacante liberal como un reaccionario contrario a los avances sociales. Apuntaba en mi último artículo al método Ollendorff gracias al cual el interpelado trata siempre de desviar la atención para así no centrarse en el objeto y en los términos del debate que se le proponen (El método Ollendorff y la izquierda balear). Este juego de espejos confunde a la inmensa mayoría de los espectadores que no suele ver la trampa saducea, dejándose persuadir por la mayor carga emocional del posmoderno o falso liberal.

La misma estrategia entra en bucle y se repite una y otra vez. Cuando atacas las políticas identitarias y colectivizadoras de la izquierda, ésta te responde que estás contra todo el colectivo, trasladando el objeto del debate y criminalizándote ad hominem como alguien desalmado y sin sentimientos que no ha asimilado las libertades conquistadas en los últimos años por el colectivo que presuntamente has atacado. Yo atacaba los privilegios legales de los gays, no el hecho de que fueran gays, pero da igual: la maniobra de distracción ha surtido efecto en tu contra.

Cuando criticas la exclusión del español en la escuela, se disfrazan de liberales y te dicen que quieres terminar con el catalán cuando no conozco a ningún padre contrario a que sus hijos lo aprendan. Cuando criticas la ideología de género porque pisotea la igualdad ante la ley de hombres y mujeres, se niegan a debatir si la discriminación es justificable o no. Al contrario, para zanjar el debate, te dicen que estás contra los derechos de las mujeres, haciéndose ellos pasar por liberales y a ti como un retrógrado que quiere a las mujeres en la cocina. Cuando criticas la ley de violencia de género al entender que las razones de la violencia contra las mujeres obedecen a múltiples factores y van mucho más allá que la simpleza de la opresión del heteropatriarcado, te contestan que en realidad estás a favor de la violencia contra las mujeres y que en gran parte eres responsable de ella al negar la violencia de género. Cuando criticas la memoria histórica o la memoria democrática cuestionando el mito de que la Guerra Civil fuera una guerra entre fascistas y demócratas, te contestan diciéndote que no eres demócrata y que eres un heredero ideológico del franquismo. Que criticas los privilegios legales de los colectivos LGTBI, se ponen el traje de liberales y te dicen que en realidad no has asimilado los avances conquistados en los últimos tiempos por los gays, trans y lesbianas. Cuando criticas los efectos negativos de la inmigración ilegal, los posmodernos se visten de liberales y, creyéndose arrancarte la careta, te dicen que «en el fondo» lo que pasa es que odias a los inmigrantes por su origen cultural, su aspecto, su religión, su cultura o su pobreza.

En definitiva, cuando criticas los privilegios que otorgan los posmodernos a a los colectivos identitarios, fenómeno relativamente reciente puesto que el posmodernismo ha eclosionado social y políticamente en los últimos 15 años, ellos no vacilan en disfrazarse de liberales y retratarte como si tuvieras la misma mentalidad conservadora y religiosa propia de los años cincuenta del siglo pasado, antes de que se lograran avances sociales como la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades o el reconocimiento legal de mujeres, catalanohablantes, gays o lesbianas.

Son posmodernos pero se defienden ante los ataques del liberalismo como si el liberal no fueras tú sino ellos, atribuyéndote a ti falazmente una mentalidad retrógrada y premoderna por «no haber asimilado las conquistas sociales conseguidas en las últimas décadas», conquistas que, paradójicamente, hemos logrado los liberales.

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