Podemos partido en dos en sólo dos años

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Iglesias, Monedero, Errejón y otros dirigentes de Podemos, en un acto electoral (Foto: Getty)

Las costuras del traje populista que viste Podemos se han abierto definitivamente hasta dejar desnuda la realidad del partido. Tan sólo dos años después de su creación, los morados están partidos por la mitad. Las luchas internas y el autoritarismo de Pablo Iglesias han provocado que los adalides de la nueva política se parezcan cada día más a la vieja, con un partido divido en facciones y bandos, cuyas críticas off the record chocan frontalmente con la escenificación cartón piedra de las ruedas de prensa conjuntas y la teórica unidad inquebrantable en torno al líder. No es de extrañar que los cercanos a Iglesias se afanen por mostrarle lealtad.

Una lealtad ficticia. Un artificio público como adaptación al medio y supervivencia política. Todos saben que los críticos con la gestión de Iglesias lo pagan con el arrinconamiento. Íñigo Errejón es el ejemplo más palmario. El hasta ahora número 2 del partido será la figura más damnificada cuando se consume la alianza con Izquierda Unida. A expensas de saber cómo y en qué medida, lo cierto es que el desembarco de Alberto Garzón lo relegará a simple “coordinador”. La nada más absoluta si tenemos en cuenta que hablamos del hombre que ha tejido y destejido a su antojo la madeja de las estrategias políticas dentro del partido. Tal sería su descenso en el escalafón podemita que incluso quedaría detrás del nuevo secretario de Organización, Pablo Echenique.

El líder territorial de Aragón, anteriormente ubicado en el sector crítico contra Iglesias, abandonó su postura disidente y subió dentro del partido. Una muesca más de la praxis laudatoria con la que sí se siente cómodo el líder morado. Echenique fue nombrado secretario de Organización el pasado 19 de marzo. Sustituía así a Sergio Pascual, mano derecha de Errejón y al que Iglesias fulminó tras culparlo de la rebelión en Madrid que “dañó gravemente a Podemos”, según las palabras del propio secretario general. Ése fue el día del alea iacta est —“la suerte está echada”— para el propio Íñigo Errejón.

Pablo Iglesias, capaz de amenazar a los periodistas en público, no iba a ser menos a la hora de llevar con puño de acero la disciplina interna del partido. El espíritu de la libertad asamblearia ha durado lo que Iglesias ha tardado en acariciar poder. El secretario general no perdona —ni siquiera a su amigo— el pulso en la Comunidad de Madrid. Errejón, que llevó todo el peso de la anterior campaña electoral, purgará en un rol más cercano al de un don Tancredo político que al muñidor de estrategias que fue hasta que se enfrentó al líder supremo. No obstante, Iglesias sabe que dentro de la formación hay focos muy enconados con su manera de hacer las cosas. De ahí que traicione sus propios estatutos y no quiera convocar primarias de cara a la nueva cita electoral. La dimisión en bloque de la dirección de Podemos en Salamanca es sólo la punta del iceberg del estado real en el que vive actualmente el partido.

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