El PNV tiene miedo al ‘voto del miedo’

elecciones vascas

Dejó dicho uno de los mejores -para el cronista, el mejor- escritores de humor del siglo XX, Jardiel Poncela, maltratado por la izquierda, claro, que «en España los únicos que salen a hombros son los toreros y los muertos». Hoy añadiría: «… y los políticos». Por ejemplo, José Antonio Ardanza. Su muerte ha irrumpido en la tediosa campaña vasca que no logran encender ni siquiera los debates de televisión, el primero de los cuales, el organizado por la cadena nacional de Sánchez (el segundo será Eitb el día 16) ni siquiera excitó la presencia de los candidatos-estrella del PNV, Bildu y Partido Socialista.

Todos mandaron al plató de TVE a peones albañiles que, por lo menos, cumplieron con una constancia: que el único que dio la cara fue Javier de Andrés, que ya está apareciendo como la figura más sólida que ha promovido el PP desde que los chicos de Vitoria, con Alfonso Alonso al frente, dinamitaron la entraña del partido. Eso sí, los presentes y los ausentes en el debate se han sumado, se están sumando, al coro de plañideras ante el cadáver de José Antonio Ardanza. Los viejos del lugar, País Vasco, y todos (permítaseme el desahogo personal) que durante muchos años vivíamos más allí que en Madrid, justo cuando silbaban las balas y explotaban las bombas, recuerdan/recordamos perfectamente los grandes conflictos que Ardanza libró sobre todo contra su propio partido, el que ahora le festeja: el PNV.

Pasó durante el mandato de Ardanza como diputado foral de Guipúzcoa, y más tarde ya en Ajuria Enea, donde sufrió los alfilerazos de Sabin Etxea, el cubículo del PNV, a cuenta de serias y públicas discrepancias en dos grandes asuntos: la preeminencia, fíjense la sorpresa, del Gobierno vasco sobre precisamente las diputaciones forales, y después, ya en Vitoria, a cuenta de las iniciativas del lehendakari para combatir la violencia.

Es cierto que Ardanza se añadió a la protesta nacional contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero vino a Madrid empujado, no por propia voluntad, de eso sabe bastante José María Aznar y desde luego Jaime Mayor Oreja. En aquel trance al PNV le temblaron las piernas por eso promovió a toda prisa el Pacto de Estella, justo en la dirección contraria al de Ajuria Enea que auxilió desde luego Ardanza cuando la violencia de ETA, los padres de Bildu, ya era absolutamente insoportable para todo el País Vasco y desde luego para España entera. Ardanza no obstante, y ya terminada su larga estancia en el Gobierno autónomo, fue impulsor de un acuerdo con la peor escoria política que haya existido nunca en nuestro país: ETA, sus seguidores, y sus herederos de ahora mismo. La apuesta de Ardanza -ahora parece que nadie quiere recordarlo- fue textual: «Desaparecida ETA, todas las combinaciones de Gobierno son posibles». O sea, Ardanza se mostró como un adelantado de todo lo que ahora está pasando en España, y regionalmente en el Reino de Navarra.

Él supo cómo manejar el preciado voto del miedo cuando vislumbró que una solución política claramente española le podía desalojar de Ajuria Enea. Entonces lo enarboló con resultado óptimo. Los tiempos, sin embargo, han cambiado: «¿Cómo -le decía a este cronista un periodista vasco- van a tener recelo los electores vascos al voto a Bildu cuando han sido el PNV y el PSOE quienes han blanqueado a la coalición filoterrorista?».

Ahora, el sosísimo Gil Pradales, doce apellidos castellanos en su genealogía, recurre hipócritamente a la advertencia del que «viene Bildu y podemos perder» porque sus protegidos hasta el momento le están propinando mordiscos electorales evidentes (municipales) y probables, lo que ocurra en unos días en los tres territorios vascongados. El PNV, por boca de su aún presidente, el pícnico Andoni Ortúzar, recurre también al miedo y alienta al gentío para que se vuelque en las urnas el día 21: «Si la participación llega -dice- al 65 por ciento, ganamos».

Desde luego, y como en todas las elecciones, no es seguro que la abstención favorezca o perjudique a unos u otros, lo que si es cierto es que el fallecimiento de Ardanza ha hecho reaparecer a ETA, un contratiempo que al PNV no le viene nada bien, absorto como está su candidato Pradales Gil en hacer de la vivienda, la sanidad y la seguridad, sus agujeros negros, los asuntos claves de la campaña electoral. Dime de lo que presumes. El miedo riega la viña, pero esta vez los viticultores beneficiados son, paradójicamente, los que antes las arrancaban de cuajo. ¡Menuda herencia la del PNV! Ahora, el miedo, el voto del miedo atenaza al PNV.

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