El papel de la oposición no es mantener a Sánchez en el poder

El papel de la oposición no es mantener a Sánchez en el poder
El papel de la oposición no es mantener a Sánchez en el poder

La cumbre de la OTAN celebrada en Madrid la pasada semana ha significado para Sánchez y su Gobierno un oasis; en realidad, un espejismo de refrigerio en medio del desierto en el que se encuentran él, su partido y su Ejecutivo, que nunca como ahora han resultado ser las diversas caras de una misma moneda electoral, con la suya de único protagonista y profundamente devaluada en el mercado político nacional.

La vuelta a la normalidad tras conseguir bastante más que la ansiada fotografía con Biden, añadida a la de Macron y otros dignatarios, con coqueteos políticos incluidos entre ambos, no cotiza frente a la inflación desbocada a niveles desconocidos desde hace décadas. A ello se suma la escasa seriedad de un Gobierno en el que sus socios y aliados se manifiestan en línea con las posiciones que sobre la Alianza Atlántica mantenía el fenecido PCUS que mandaba con mano de hierro en los tiempos de la Unión Soviética. Como han acreditado Finlandia y Suecia, se ha producido un replanteamiento geoestratégico global ante el que no es posible permanecer neutrales, y ahora son miembros de la OTAN países que formaban parte del Pacto de Varsovia en aplicación de la doctrina Breznev sobre la «soberanía limitada» y que padecieron su empleo de forma contundente, como Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968, además de Berlín oriental en 1953.

Para no tener que sufrir ante tal performance atlantista, algunos de sus socios de Gobierno optaron por la manifestación callejera; otros hicieron mutis por el foro, y otras —como la ministra de la ideología de género— decidió irse unos días de vacaciones, pero curiosamente no a Rusia, sino a los Estados Unidos.

El giro atlantista ha sido tan brusco que difícilmente va a ser posible mantener un Gobierno en el que aportan 35 escaños en el Congreso sus socios situados políticamente en las antípodas de los compromisos asumidos por Sánchez respecto al gasto en Defensa y a la base de Rota. En este caso no se trata de mantener simplemente opiniones distintas en el seno del Gobierno, sino de tener posiciones políticas irreconciliables. No es asumible la hipótesis de que Sánchez sobrevive políticamente porque la oposición le apoya los presupuestos, ya que significa que el Gobierno tiene a la oposición en su seno y la teórica oposición es quien mantiene al Gobierno. En esta hipótesis, Sánchez gobernaría con los votos del PP y Vox en asuntos de Estado como política de Seguridad y Defensa, mientras se apoyaría en los comunistas, secesionistas, y Bildus para las leyes ideológicas de izquierda. Se trata de una situación que el PP tiene que plantearse seriamente, porque el papel de la oposición no es ese, y sus votantes no le han dado su confianza para solucionar a Sánchez las contradicciones de llegar al poder y mantenerse mediante un «Gobierno Frankestein», en feliz expresión de Rubalcaba (QEPD).

El anuncio de que este mes se va recuperar la tradición de celebrar el Debate sobre el Estado de la Nación tras siete años de ausencia, debe ser ocasión de aclarar esta situación, que es clave para afrontar un final de legislatura que Sánchez espera alargar para convertir el semestre de presidencia europea en la versión bis de la Cumbre atlántica, pese a las elecciones territoriales de mayo de 2023.

La diferencia estriba además en que la reunión de la OTAN ha durado tres días y esa presidencia dura seis meses. España no está para homenajes a mayor gloria de Sánchez, a fin de prepararle una salida como «gran actor global». Feijóo no puede ser la coartada —so pretexto de apoyar decisiones de Estado— para ser el salvavidas político de este Gobierno, incapaz de afrontar la respuesta que exige nuestra situación económica. Seguir ayudándole es además un problema de autoestima, de dignidad política y de respeto a sus votantes, porque Sánchez espera el necesario apoyo de la oposición para superar la contradicción existencial de su Gobierno, sin dejar de insultarla y descalificarla tildándola de «estorbo» y de estar vendida a «oscuros poderes económicos, políticos y mediáticos». En una democracia parlamentaria, ante una situación así, la única salida es la convocatoria de elecciones, y es lo que procede hacer

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