Papa de izquierdas, Papa de derechas

«La ley fundamental de toda actividad económica es el servicio del hombre, de todos los hombres y de todo el hombre, en su plena integridad (…). Por consiguiente, las ganancias no tienen como único objetivo el incremento del capital, sino que han de destinarse también, con sentido social, a la mejora del salario, a los servicios sociales, a la capacitación técnica, a la investigación y a la promoción cultural, por el sendero de la justicia distributiva».
«El aborto es un asesinato. Sin medias tintas: quien aborta, mata. Coge cualquier libro de embriología, de los que se estudian en las facultades de Medicina. La tercera semana después de la concepción, muchas veces antes de que la madre se dé cuenta, ya están todos los órganos, todos, incluso el ADN. ¿No es eso una persona? Es una vida humana, y punto. Y esta vida humana debe ser respetada (…) Pregunto: ¿es correcto suprimirla para resolver un problema? Por eso la Iglesia es tan dura en este tema, porque si acepta esto, es como si aceptara el asesinato diario».
La izquierda española que, de Sánchez a Otegi, despide al Papa Francisco con todo tipo de elogios nunca dirigidos a otro Pontífice, aplaudiría a rabiar al sacerdote de la primera reflexión. Tiene todo lo que les gusta escuchar: justicia social, redistribución de la riqueza, salarios dignos… Muchos de los católicos que votan al PP y Vox se identificarían con quien expresó la segunda. Defensa valiente, sin medias tintas, del derecho a la vida del no nacido. Así funcionan las cosas cuando pretendemos reducir a marcos políticos preestablecidos el legado de Jesús que la magistratura de la Iglesia destila y acompasa, con muchos errores y no pocos aciertos, al paso implacable del tiempo. Ya más de veinte siglos.
Ahora viene la sorpresa. Quien proclamó que la economía debe estar al servicio del hombre y los beneficios repartirse para el bienestar de los trabajadores fue Juan Pablo II. Sí, aquel Pontífice que los simpatizantes de Bergoglio repudian por reaccionario y conservador, resentidos quizá por el papel protagonista que jugó en el fin del comunismo soviético. Poco menos que un fascista, vamos. Y quien llamó «asesinato» al aborto y «sicarios» a los sanitarios que lo practican no es otro que Francisco, el Papa a quien nuestro presidente y todos sus socios homenajean como líder de una imaginada Iglesia progresista, pacifista y ecologista que bendeciría sus posiciones políticas.
Unos, porque ni en Semana Santa escuchan. Otros, porque su legítimo ateísmo se lo impide. Lo que olvidan todos es que Jesús no sacrificó su vida para imponer una idea política con la que identificarnos y batallar al adversario. Ni caso hizo el hijo del carpintero del contexto que le hubiera permitido erigirse en libertador del pueblo judío frente a la ocupación del imperio romano. «Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad», respondió a Pilatos antes de que le entregara a la turba para ser crucificado. Es la misma verdad que 2.000 años después intentaron trasladar, con sus virtudes e imperfecciones humanas, tanto Juan Pablo II como Francisco. La verdad que moviliza a millones de fieles en todo el mundo y da sentido a sus vidas, pero a la que no se puede acceder con el prisma político partidista.
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