Pacto de silencio mortal
Cuentan que Yolanda Díaz, con esa amable sonrisa de canguro recién contratada, ahora pintada de carmín, va dejando un rastro de jefes descabezados; eso sí, sin mancharse las manos. Primero rompió su coalición con Vicente Irisarri, alcalde socialista del Ferrol, cuando ella era su teniente de alcalde. D. Vicente no revalidó la alcaldía.
Luego, nuestra Yoli se fue al Parlamento de Galicia y de aquellos tiempos se recuerda a un traicionado Xosé Manuel Beiras, diciendo de nuestra protagonista aquello de “foi a primeira persona que me traizoou”.
Y, ya en Madrid, ¿alguien se acuerda de su último jefe, un tal Pablo Iglesias? Ni Irene. Como en las buenas películas, todo tiene que parecer un accidente, político, en este caso. Como presentarte a unas elecciones autonómicas para salvarnos de un inventado avance fascista y hacer la risa. Así cayó Pablo (¡Gracias, Isabel!).
No sé si es premeditado o les da gafe, pero lo cierto es que Vicente, Xosé y Pablo han caído y la beneficiada, a título jerarquicolucrativo, es esta gallega tan cariñosa. Y su actual jefe no necesita leer este artículo para saber cómo se las gasta.
Y, si no lo sabía, acaba de enterarse con sus últimas declaraciones en las que le acusa, a él y a su gobierno, de que fueron avisados del riesgo de pandemia, de que le llamaron alarmista y acordaron un pacto de silencio. Quizá estas declaraciones sean una perversa estrategia en un nuevo capítulo del juego de tronos monclopodemita para entretenimiento de polítologos. Si solo fuese eso, que más daría. Pero revela algo más, algo que todos sabemos que sabían (“Joé tía, el coronavirus”, que decía Irene) y que ahora, sin vergüenza alguna, esta -por ello- sinvergüenza, por fin reconoce de un Gobierno ídem.
Si esto fuese un país serio no pasaría un día sin que el presidente del Gobierno confirmase si lo que dice su vicepresidenta es mentira (en cuyo caso debería cesarla), o es verdad (en cuyo caso deberían cesar todos).
Podrá ser opinable, en un ejercicio de misericorde comprensión, si este gobierno ha gestionado mejor o peor la pandemia, pero lo que no es admisible es la mentira reiterada y descarada y que, a sabiendas del riesgo existente, postergaran la salud y la vida de los españoles a sus intereses partidistas, animándonos a todos a pasear sus pancartas (las ministras, eso sí, con guantes de latex).
Ya no sólo es el histórico Beiras el traicionado, lo son todos los españoles. ¿Y quizá también el Gobierno?
Ya estás tardando en aclararlo, Sánchez.
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