O se recorta el gasto o se recortarán servicios
La izquierda siempre argumenta que las bajadas de impuestos suponen recorte de servicios. Todo lo contrario: no bajar impuestos es un enorme error. Hay que hacerlo de manera acompasada con la marcha de la economía y con el cumplimiento de la estabilidad presupuestaria, pero hay que bajar impuestos al mayor ritmo que sea posible en cada momento, para liberar renta disponible para familias y empresas, que con ella generarán actividad económica y empleo y, así, ayudarán también a financiar los servicios. No se trata de cobrar tipos mayores, sino de rebajar los tipos para ensanchar la base. Lo contrario, los impuestos altos, sólo empobrecerá la economía, al destruir actividad y puestos de trabajo.
En España, se ha instalado la cultura permanente del gasto, especialmente en el Gobierno de la nación, pero en mayor o menor medida también en casi todas las administraciones públicas. El ansia por gastar, por tratar de ofrecer más y más servicios, por inventarse múltiples actuaciones, está disparando los presupuestos del sector público hasta límites insostenibles. Tantos años después -y tantos fracasos del intervencionismo público después- se persevera en dicho error.
Ese incremento desmedido del gasto es tener una visión cortoplacista, ya que si se trata de que el sector público cubra todo, terminará estallando, más pronto que tarde, con lo que los recortes que entonces habrá que acometer serán mucho mayores, pues el incremento confiscatorio de los impuestos habrá arruinado la economía y el nivel de crecimiento exponencial de la deuda, además de haber expulsado a buena parte de la iniciativa privada, será insostenible.
Nadie puso en duda la necesidad de acometer actuaciones en el corto plazo para combatir los efectos económicos de la pandemia -especialmente, cuando es de justicia compensar a quienes el Estado ha arruinado al decretar la prohibición para realizar su actividad económica y empresarial-, pero debían ser muy momentáneos y, por tanto, no tenían que generar gasto estructural, cosa que sí ha sucedido en España.
El gasto genera déficit; el déficit genera deuda; el exceso de demanda artificial por el gasto alimenta los cuellos de botella que, al haber estado financiados por la liquidez abundante del BCE -que ahora va retirando-, desembocó en presión sobre los precios, que lleva a elevada inflación actual. Y todo ello, hace perder competitividad, merma la actividad, hace resentirse al empleo, empuja a la pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos y merma recursos, en el medio plazo, para el propio sector público. En definitiva, el exceso de gasto da como resultado un empobrecimiento generalizado de la economía.
No se puede generar más gasto, y menos estructural, porque la economía española no soporta mucho más endeudamiento, pese al paraguas de la eurozona y del BCE, que, obviamente, no iban a dejar que España colapsase, pero que si España se endeudase tanto que pudiese suponer un riesgo para la estabilidad del euro, no dudarían en intervenirla e imponerle recortes muy duros, los cuales se pueden evitar si quienes gobiernan son responsables y sensatos. En 2024, volverán las reglas fiscales y ahí España tendrá que acometer un ajuste de gasto importante, como tendrá que acometer una reforma de pensiones distinta a la presentada por Escrivá, que nada hace por controlar el gasto, sino que lo incrementa y hace insostenible el sistema público de pensiones.
España debe iniciar, a todos los niveles, un exhaustivo programa de ajustes, dirigido por el diseño de una austeridad inteligente, que si la hacemos nosotros podrá permitir equilibrar las cuentas, crecer con fuerza, recuperar el empleo y salvar gastos esenciales, como las pensiones, pero que si, por no hacer las cosas bien y seguir aumentando el gasto, déficit y deuda, tiene que ser la Comisión Europea la que diga dónde ajustar, entonces sí que habrá recortes duros, por ser todavía peor la situación, en elementos muy sensibles.
No podemos gastarnos lo que no tenemos -cosa que llevamos muchos años haciendo-, porque, al hacerlo, estaremos comprometiendo nuestra prosperidad, nuestro futuro, nuestra fortaleza como economía: esa responsabilidad debería imponerse entre los políticos. Por su parte, la sociedad debería entender definitivamente que nada es gratis, que cada vez que un político anuncia un gasto, está anunciado, simultáneamente, mayor deuda y mayores impuestos, y que no podemos seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades, o pasaremos, si no se corrige, a vivir mucho peor.
Sólo el gasto necesario, nada estructural adicional, eliminar trabas, no subir los impuestos -y bajarlos siempre que sea posible- y llevar a cabo un control riguroso para que no se gaste ni un céntimo más de lo que se necesite. Eso es lo que hay que hacer si queremos mantener nuestra economía a flote en el medio y largo plazo. Es el gasto desmedido, si se insiste en el mismo, el que provocará futuros recortes de servicios, no los impuestos bajos, que son parte de la solución de este inmenso problema.
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