Nos quieren pobres, dependientes y sin dignidad
La historia nos enseña que existen tres tipos de socialismo: el socialismo de esencia, el socialismo de conveniencia y el socialismo de inercia. El socialista de esencia es el que pone la ideología por encima de cualquier otra consideración, Es socialista de cuna, tradición, oficio sentimiento y opera como feligrés en misa, comulgando hasta con el pecado. Es el que sufre latigazos de mentiras y corrupción en su cara mientras recita tópicos típicos del argumentario feligrés: «es un bulo de la derecha» o «la derecha también roba» y con ella apacigua su conciencia y acostumbrado voto. El socialismo de conveniencia es el que dice no ser socialista, pero desea vivir como tal, del Estado y por el Estado, depredando recursos públicos siempre que puede y determinando, por ejemplo, que es bueno luchar contra el cambio climático porque si mientras por el camino (subsidiado) apoya encerrar a las personas en sus casas y vacunarlas por orden y decreto caudillista. Conforman una suerte de liberales soviéticos con buena prensa y colocación en universidades de prestigio, no socialistas deseando ser mantenidos y mandados. Por último, tenemos a los socialistas por inercia, que son todos aquellos que, por pereza intelectual y física, aceptan el modelo acomodado de bienestar porque les han dicho que todo es gratuito por ley universal y tienen derecho a lo que les plazca. Es la generación que empieza queriendo ser funcionarios y acaba exigiendo supermercados públicos. No luchan contra el sistema socialista impuesto, son el sistema social impuesto, les encanta formar parte de él, pero se declaran apolíticos y rebeldes, contestatarios y reflexivos. Ya.
Por eso, ya no sorprende que el gobierno peronista de España celebre un día más la pobreza y conmemore la miseria como hacen las cancillerías del socialismo arruinavidas en medio mundo. Están felices en Sanchilandia porque el ingreso mínimo vital ya llega a más de medio millón de hogares, un incremento respecto al pasado año de ciento treinta mil perceptores. Cualquier análisis sensato del dato y el contexto nos llevaría a preocuparnos por lo que supone que cada vez más ciudadanos dependan del gobierno para poder sobrevivir. Si uno viviera así, lo último que estaría es feliz con su autoestima, pero en la España de hoy, la izquierda ha conquistado hasta la dignidad ajena, haciendo creer al pueblo en una ficticia seguridad mientras cada día le roba una parcela de su libertad. Cierto es que el hombre siempre ha vivido confortable con la esclavitud, esperando que otros le ordenen mientras no falte manduca y morada. España no ha sido otra cosa que eso.
La dependencia del Estado no es motivo de alegría. El socialismo, cual virus que elimina la estima y dignidad personal, hace creer al pueblo en una ilusión protectora cuando en realidad lo convierte en esclavo del Gobierno. Le roba por su bien y dice distribuir la riqueza en aras de una igualdad que sólo debe existir en derechos (reales, no inventados) y oportunidades, axiomas superados por la propaganda progrewoke, que lo basa todo en ilusiones y afectos, y en ese matrix permanente, obliga al vulgo a abrazar sus postulados desquiciados. No admiten que haya gente con sentido común para la que un hombre es un hombre, una mujer es una mujer y una manzana es una manzana. Por eso, la izquierda odia al populacho que dice amar. Le han declarado la guerra a la sensatez y eso cuesta dinero.
De ahí que el gobierno, y la izquierda en general, teman que los ciudadanos, informados del saqueo al que el Estado les somete cada día, actúen en consecuencia. Ametrallan a su parroquia y a sus bien entrenados perros falderos de las tertulias y redes para que corran el bulo de que pagamos pocos impuestos, lo que nos roban va para sanidad y educación -hasta los datos oficiales les desmienten- los ricos tienen la culpa, no vivimos en ningún infierno fiscal y la pobreza es hermosa porque no hay nada más bello que la igualdad en la feliz miseria.
La pugna actual entre estatalismo y mercado deviene falsa cuando lo que hay es un continuo debate entre qué modelo queremos y cuál estamos dispuestos a aceptar sin que la vida se nos vaya en el intento. Porque eso de nacer, crecer, pagar, seguir pagando, no dejar de pagar y así hasta que la espicha uno, no es un proyecto humanista, sino socialista, es decir, antihumano. Seguro que los socialistas de esencia, de inercia y conveniencia piensan diferente respecto a la neoesclavitud que nos ha tocado vivir.