No la fastidies de nuevo, PP

No la fastidies de nuevo, PP
opinion-carlos-davila-interior

Parece mentira, pero los síntomas no son buenos: cuando todo apunta a que el Partido Popular, tras el triunfo inconmensurable de Ayuso el 4 de mayo, está recuperando el resuello y, según apuntan todas las encuestas sin excepción, aparece como candidato firme a ganar las próximas elecciones regionales en muchos territorios y, desde luego, las generales en España entera, empiezan a percibirse signos inequívocos de celos y recelos, de “peros” y “sin embargos”, de “¡qué se ha creído éste o ésta!”, de “en el PP no toleramos los virreyes”, y de otras tantas lindezas que, encima, expandidas por los medios afectos al Gobierno social leninista (que son casi todos), caminan en la dirección de abrir grietas en un partido que ahora mismo goza de las mejores expectativas de voto desde los tiempos de Rajoy.

Por un lado, están, muy visibles, los que intentan restar mérito a la victoria de Ayuso presentándola como coral, fruto únicamente de un trabajo compacto, generoso y extraordinariamente hábil de todo el partido en común. Es una comprensible reivindicación de los que, por lo demás, recuerdan que fue Pablo Casado en persona quien eligió a Diaz Ayuso como ‘su’ candidata a la Comunidad de Madrid. Esta facción, muy revoltosa en estos momentos, no quiere acordarse sin embargo de otra constancia igualmente relevante: cuando Ayuso aceptó el desafío que le planteaba su, entonces, mecenas político, los mejores sondeos otorgaban al PP apenas veinte escaños en la Asamblea regional, muy lejos desde luego, de los sesenta y cinco que ha obtenido hace veinte días.

Por otro lado, e igualmente agitados, se mueven los que depositan en Ayuso la gran, casi única, responsabilidad del memorable triunfo. Aducen, como prueba evidente, la escasa presencia de los dirigentes nacionales del PP en la campaña electoral pasada y, además, exhiben algunas medidas diferenciales con las propuestas regionales y nacionales del PP. Reclaman además para Ayuso una independencia, por lo menos una amplia autonomía, en la gestión y desarrollo de la victoria, y niegan absolutamente que la elección de algunos cargos ejecutivos del Gobierno de Madrid (por ejemplo, el de Enrique López como consejero de Justicia) haya sido promovida desde la sede central de Génova. Es decir, pequeños matices que, de engordar como está comenzando a verse, pueden abrir grietas irreparables en las relaciones entre el PP nacional y el PP madrileño.

De ser inteligentes, como sin duda lo son, los líderes de una y otra parte, deberían empeñarse en clausurar estas discrepancias, de criterio y de acción, antes de que se conviertan en insalvables. La historia del centroderecha en el país está trufada de episodios o de egocentrismos que, a la postre, fueron perjudiciales para el éxito de sus apuestas electorales. ¿Qué ocurrió entre Suárez y Landelino Lavilla? ¿Qué pasó entre Fraga y Miguel Roca? ¿Quién denostó más a Aznar que la propia derecha?¿Quién, o quiénes en el IBEX se inventaron a Rivera para zarandear a Rajoy? A estos ejemplos relevantes podrían añadirse muchos otros de más corto relieve territorial. En todo, caso, son el ejemplo de cómo el centro derecha español se tirotea el tafanario con fuego amigo mientras en la otra trinchera la izquierda más procaz se solaza e intenta aprovecharse de las pendencias rivales. O sea, un pan como unas tortas.

Claro está que las victorias siempre gozan de muchos padres y las derrotas no hay quiera adjudicárselas. Escribimos en estas crónicas mucho antes del 4 de mayo, que si los pronósticos de hecatombe para el PSOE se cumplían al pie de la letra, el fiasco sólo tendría un padre, un responsable: el cobarde ‘patricida’ Pedro Sánchez, el mismo que apartó al infortunado Gabilondo con un manotazo, y el mismo que, una vez conocidos los resultados de su personal fracaso, lo depositó en los brazos de los que apenas habían tenido protagonismo alguno en la articulación del fiasco. Ahora, con su enorme desfachatez, Sánchez utiliza a los más torpes de su clase para volcar sobre la ganadora Díaz Ayuso, las especies más tabernarias (cañas, berberechos…) que, al parecer de estos tontos del haba han sido las culpables del clamor electoral de la otra vez presidenta de Madrid.

Todo esto es cierto, como lo es que, en ocasiones, y cuando se trata de festejar una victoria, el balcón de Génova, se asemeja al camarote de los hermanos Marx. Tal es la aglomeración que allí se junta. Es humana esa figura como también que en esta racha cada quien se quiera apuntar su particular tanto. Por eso, hay que depurar también los triunfos. Antaño, muy cercano aún en el tiempo, eran los desastres y ahora la atribución de la gloria. Quizá está de más regresar sobre lo evidente: sin la apuesta de Casado, hoy Ayuso no sería probablemente la dirigente más popular de toda Europa (“y de parte del extranjero”, me añadiría un castizo) y Casado, sin la apoteosis de su candidata, no estaría en condiciones de disputar con ventaja la Presidencia del Gobierno al tipo más rechazado entre los mandatarios de la Unión, a Pedro Sánchez.

Por lo menos, nos debemos poner de acuerdo en esto. ¿Y después? Pues en tratar de convertir lo que ha hecho Ayuso en Madrid en lo que tiene que hacer Casado en toda España. Este no es un deseo partidista; es la decantación de la imperiosa necesidad que tiene España de librarse de un individuo que ya ni siquiera puede salir a la calle porque le arrasan los pitos, los abucheos y los incómodos insultos. Es tal la perversión a que nos ha llevado este gañán de la política que ahora pretende disputar a Pfizer, Moderna o AstraZeneca la invención de la vacuna, que urge un movimiento de contestación general expresado en todas las urnas que se vayan abriendo. Este es el menester que debe ocupar al centro derecha. Está en juego la supervivencia de la propia Nación. La que Sánchez ha vendido a la peor ralea que se pueda conocer: terroristas, independentistas, bobos de Teruel o Ávila, y caraduras que ceden sus apoyos a cambio de dádivas sin cuento, lo próximo el indulto a los carteristas de la sedición. Frente a todo esto: ¿qué cuentan los “peros…” o los “sin embargos…”? ¿Va a dejar otra vez la derecha que la izquierda barrenera se aproveche de sus miserias? ¿Sois tontos o qué? No la c…..s otra vez más please. ¡Ah! Y perdón por el escatológico casticismo.

Lo último en Opinión

Últimas noticias