No es un bulo, es Pedro Sánchez

bulo Sánchez

Aunque soy de las personas que cree que, cuando Sánchez depende, todo lo que puede empeorar empeora, confieso que me parece hartamente improbable que el gran impostor (título que ahora se ha generalizado para describir al presidente fake de la Moncloa pero cuya autoría cabe adjudicarse a Alfredo Pérez Rubalcaba) pueda protagonizar una farsa de mayor calibre que llevó a cabo cuando se tomó cinco días para preparar su defensa penal y su ataque político.

Sánchez y el respeto a la verdad son conceptos antagónicos y no deberían ir nunca en la misma frase salvo para ejemplarizar que el uno niega al otro. Recordemos, para el contexto, algunas de sus más sonadas mentiras: llegó mintiendo a la Moncloa a través de una moción de censura destructiva soportada en un párrafo de una sentencia escrito por un juez amigo que resultó ser tan fake como él mismo; prometió convocar elecciones inmediatamente, cosa que naturalmente no hizo; siguió mintiendo durante la campaña para las primeras elecciones que preparó desde la Moncloa («nunca pactaré con los independentistas, nunca gobernaré con Iglesias porque el futuro del populismo son las cartillas de racionamiento, menos libertad y más ruina…») ; volvió a mentir en la siguiente campaña asegurando que nunca pactaría con Bildu («Si quiere se lo digo más veces: no, no pactaré con Bildu…»); continuó mintiendo asegurando que cambiaría el Código Penal para endurecer las penas por sedición y lo que hizo fue cambiar el Código Penal para eliminar el delito de sedición y rebajar el de malversación a cambio de que los delincuentes le hicieran presidente; dijo que respetaría las sentencias firmes de los tribunales que condenaron a los golpistas y acto seguido los indultó; dijo que traería a España a Puigdemont para que fuera juzgado y en cuanto necesitó sus votos para ser reelegido presidente -tras perder las elecciones- le ofreció una amnistía para borrar los delitos del prófugo (y de paso los suyos, al tiempo…).

Todo en Sánchez es mentira. La última gran mentira, como digo, es el bulo formato «carta a la ciudadanía» con la que, cobardón, se esconde tras su mujer para que no se hable de sus corrupciones y para dedicar unos días a preparar su defensa penal y su ataque político. Su historia lo delata como el gran mentiroso, un tipo cuyos actos desmienten con rotundidad todas y cada una de sus afirmaciones, todos y cada uno de sus compromisos. Sánchez es, efectivamente, un impostor.

Un instrumento que utilizan los totalitarios con gran precisión es la perversión del lenguaje, hábito que ha adquirido con Sánchez una de las cotas más altas de la historia. Él utiliza las palabras para enmascarar la realidad, para esconderse tras ellas como se escondió tras su mujer durante esos cinco días para desviar la atención sobre los actos de corrupción que atenazan a su partido, a su gobierno y a su familia. Y para provocar que toda la prensa internacional hablara de la corrupción de Begoña Gómez y no de la de Pedro Sánchez.

Pero lo de corromper el lenguaje para pervertir la realidad y corromper las propias instituciones es algo que Sánchez- como todo populista- ha hecho desde que se le conoce en política. Piensen, por ejemplo, cómo califica sus pactos de gobierno, sus políticas, a los partidos con los que aprueba las leyes o ratifica los decretos ley con los que recorta libertades o falsea la historia y que utiliza como arma para anular la capacidad y obligación deliberativa y de control del Ejecutivo que tiene el Parlamento. Recuerden que, para presentar la primera coalición de gobierno de extrema izquierda entre el PSOE y Podemos, Sánchez anunció que buscaría el apoyo de quienes le votaron en la moción de censura para dar «consistencia» al Gobierno progresista, lo que confirma que Sánchez –y el PSOE, por supuesto- consideran tan progresistas como ellos al terrorista Otegi, al sedicioso y golpista Junqueras y al supremacista de extrema derecha Puigdemont. Es, como digo, la perversión del lenguaje utilizada de forma constante, estratégica y tácticamente para pervertir la realidad y, a partir de ahí, las propias instituciones.

Esto es lo que tenemos al frente del Gobierno de España y a esto es a lo que debemos enfrentarnos los demócratas si queremos evitar que, definitivamente, un personaje sin escrúpulos y con un plan para demoler la democracia minuciosamente diseñado se adueñe de todas las instituciones de la democracia para poder ejercer el poder como un auténtico caudillo.

Pero a esta situación no hemos llegado de la noche a la mañana. Nuestro presente es consecuencia de demasiados silencios, de demasiada cobardía, de demasiada desidia, de inmadurez, de egoísmo, de cortoplacismo político a la hora de tomar decisiones para enfrentarnos con una deriva que no puede enmarcarse en las tradicionales pugnas de poder entre las derechas e izquierdas democráticas, las que son propias de las sociedades plurales en las que las instituciones de la democracia no están en riesgo. ¿Vamos a seguir mirando hacia otro lado o vamos a actuar ya, de una vez por todas, en legítima defensa? Tomemos la iniciativa. Es cuestión de legitima defensa.

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