La muerte de un empresario
Escribo al calor de la muerte. Me acabo de enterar que uno de mis mejores amigos acaba de fallecer. Hablé con él, por última vez, el sábado. Su voz poderosa se había convertido en un hálito y ya casi no podía vocalizar. El cáncer se lo estaba llevando cuando, simplemente, quiso despedirse de mí. Mi amigo, un gran empresario de las comarcas catalanas, durante toda su vida hizo lo que más le gustaba: trabajar y disfrutar de su familia, aunque lo primero en muchas ocasiones le impedía conseguir pasar más tiempo con los suyos. Vivía una noche a la semana en Barcelona y otra en Madrid, siempre en los mismos hoteles. Solíamos cenar juntos dos o tres veces al mes y la charla laboral duraba lo que el aperitivo. Luego yo le escuchaba. Tenía tanto que aprender de él que no quería ni interrumpirle. Él sabía mucho más que yo del mundo de la empresa y yo de los secretos de los empresarios que ni siquiera me preguntaba. Era respetuoso conmigo y con los demás.
Su última llamada me llegó estando yo en Londres, paseando por Jermyn Street donde a él le gustaba comprarse las camisas. Yo ni siquiera pude entrar en una tienda, sabedor que mi amigo ya no podría ir más a Londres a disfrutar de las maderas nobles de sus tiendas y de la profesionalidad de sus camiseros. Él era un dandi de gustos refinados y caros que se podía permitir después de tantos años trabajando para hacer crecer al país y crear empleo. Su partida me deja huérfano de mentor y con muchas vivencias al calor de una buena copa de vino en los restaurantes de los hoteles donde solía residir en sus viajes. Una de nuestras últimas charlas fue sobre sus hijos y nietos. Se arrepentía del tiempo que les había hurtado por darles todo lo material que había sido capaz de atesorar trabajando. Por eso hoy, en mi artículo semanal, me acuerdo de que una de las prioridades de Fátima Báñez para esta legislatura será conseguir un pacto nacional para que la jornada laboral termine a las seis de la tarde y los españoles podamos conciliar con nuestras familias.
Por eso la ministra, durante la Comisión de Empleo del Congreso de este pasado lunes, propuso un pacto político y social ya que considera una “responsabilidad que los trabajadores tengan horarios compatibles con su vida personal y familiar”. Sin embargo, Alberto Rodríguez de Podemos, cortoplacista, tiró de demagogia al considerar que esta medida no deja de ser un titular frívolo y cosmético, ya que “lo que le gustaría a mucha gente es poder estar trabajando a las seis de la tarde”. Afirmaciones como ésta son las que hubiesen hecho saltar a mi amigo de la cama donde ha estado postrado los últimos meses. ¿Y cuándo la gente salga del paro y tenga trabajo, no les gustaría poder conciliar?
Rodríguez no se equivoca al luchar por los trabajadores pero se olvida y esconde que lo que la ministra de Empleo prioriza es un plan para el futuro, un plan de vida. El diputado tinerfeño, tan acostumbrado a defender las reclamaciones de nuestros jóvenes, haría bien en pasearse por Londres y comprobar cómo conciliando se trabaja más y mejor. Los londinenses hacen vida diurna, incluso cuando se emborrachan. Los jóvenes disfrutan del pub a las siete de la tarde mientras los nuestros lo hacen a las tres de la mañana. La diferencia es que al día siguiente los ingleses trabajan y los nuestros duermen la mona.
Rodríguez sabe, pero decir eso no lo haría aparecer en el telediario, que es obvio que la prioridad del Gobierno es atajar el paro, pero ello no obsta para que de una vez por todas se permita a nuestras trabajadoras y trabajadores conciliar. También estoy seguro de que esas medidas no alcanzarán a los empresarios y autónomos que no podrán dejar su trabajo a las seis de la tarde pero, al menos, una gran parte de la sociedad podrá disfrutar de su familia y no irse de este mundo, recordando el tiempo perdido creando empleo.
PD: Amigo J, espero que allí donde estés sigas disfrutando de la vida como lo hiciste en la tierra.