Odas al narcisismo desorejado

Miley Cyrus Shakira

Basta. ¿Para qué aguantar a otro? Sus caras de monstruo, sus formas imperfectas y sus maneras aún más imperfectas, sus olores, sus manías, sus ridículas ideas, para qué discutir si podemos estar solos, completamente solos, sin nadie que nos cuestione, sin fricciones, bebiendo, en pelotas, champán a gollete, sin mortificación alguna de nuestros fragilísimos egos.
La última cultureta en España (y fuera) nos insta desde distintos e inconexos flancos, como el feminismo radical y el nacionalismo, a separarnos del concepto de comunidad en favor del criterio de autosuficiencia, la recompensa inmediata y el egoísmo rastrero como religión, con la idea de los derechos hipertrofiada pero la de los deberes enquistada.

«Puedo comprarme flores, escribir mi nombre en la arena, hablar conmigo misma durante horas… Ver cosas que no entiendes. Puedo llevarme a bailar y puedo sostener mi propia mano. Sí, puedo amarme mejor que tú», dice Miley Cyrus en la nueva canción superventas que ha desbancado esta semana a la superventas de Shakira.

Los dos son temas alusivos impúdicamente (y gracias, majas) a sus relaciones pasadas y fallidas con Liam Hermsworth y Pi-qué, respectivamente.

Los dos considerados himnos feministas por lo que tienen de asertividad y empoderamiento en el post amor, aunque son distintas.

A mí me gusta más la de Shakira, una rabieta más latina, descarnada y más tierna. La de Cyrus es elegante, pero encierra un mensaje algo turbio y es esa mitificación destructiva y falaz de la independencia.

Querida Miley, si escribes tu nombre en la arena y hablas contigo durante horas eres una enferma mental (y un ser inaguantable) y no necesitas soledad sino atención terapéutica y tratamiento.

A ver, no sabemos lo que el chaval ha hecho para merecer que la ex niña prodigio Disney prefiera llevarse a bailar a sí misma que con él, así como darse la mano, reflexivamente. Y está claro que no hay que aguantar abusos, ni relaciones tóxicas y que estamos muchísimo mejor solos que rodeados de traidores, de abusones o de imbéciles.

Pero no olviden cuando Miley y Liam se divorciaron meses después de casarse (no crean, amigos, que me sorprende un divorcio ni mucho menos que me escandaliza). Lo que me puso los ojos como platos voladores fueron los motivos que alegaron en el comunicado de su ruptura: Miley Cyrus y Liam Hemsworth han puesto fin a su matrimonio para así «poder centrarse en ellos mismos».

Definitivamente, no aplaudo la filosofía de Cyrus (número uno mundial). Para vivir en comunidad, ya sea familia, tribu, oficina, grupo de whasapp, congreso, o país hay que elevarse, ceder, tolerar, perdonar, corregir y enderezarnos. En comunidad no queda más remedio que ser menos egocéntricos y sobreponernos a nuestras personales taras; que no estamos aquí para mirarnos el ombligo fijamente; aunque muchos lo hacen durante todo el día y parte de la noche para levantarse y continuar mirándolo por la mañana, no vaya a ser que se haya desplazado y lo tengan a la espalda y ya no puedan seguir contemplándolo sin cambiarse la cabeza de sitio. Y los calcetines.

Por cierto, Frank Sinatra, en su archifamoso tema My way, ése que todos hemos cantado y bailado antes de tomar la última, es una oda pestilente al narcisismo menos trabajado, a la desconsideración y la falta de autocrítica: ¡Buenísima!

Pero yo no compro la moda febril de la independencia. ¿Realmente es tan positiva? Lo que está claro es que, para vivir con otros seres humanos, sus demandas afectivas, sus manipulaciones más o menos inteligentes, sus pastas de dientes estrujadas, hay que contemporizar.

Y que uno de los pocos propósitos en esta vida es justamente salir de nosotros mismos en contacto con los demás, para completar y enmendar nuestra personalidad.

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